En 1863, los tejanos que luchaban por independizarse de Méjico fueron sitiados en El Álamo, cerca de San Antonio, por las tropas mejicanas al mando del general Santa Anna. Entre los sitiados se encontraba el legendario David Crockett. En 1960, John Wayne dirigió la magnífica película El Álamo. Una de las escenas que más recuerdo trascurre en una cantina de San Antonio. En ella, David Crockett, interpretado por Wayne, dice al capitán del ejército independentista que lucha contra Santa Anna. “Hay ciertas palabras que se atragantan en la garganta. Libertad es una de ellas. Me gusta cómo suena.” Recuerden la frase.
Salieron a la calle con banderas y pancartas. El mejor ideal posible como escudo. Pero siempre estarán las mismas grietas que no lograrán taparse. La mejor arma cuando se lucha por defender los Derechos es el respeto. Voltaire, perdónenme si me equivoco con el autor, lo expresó en su inmortal cita: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo”.
Hay que luchar, de acuerdo. Pero no todos pueden. Por desgracia para muchos, la lucha se convirtió en un lujo. No existe el gris. Estás con ellos o contra ellos. Carreteras con objetos punzantes, trabajadores insultados por acudir a su puesto de trabajo, un largo etcétera que muchos dicen que no son incidentes graves. “Es lo que pasa siempre” aunque, con que pase una vez, ya es indignante.
Todo por un baile de cifras. Contra los que protestaron, un fracaso. Incluso algún medio de ideología cercana, muy cercana al Gobierno, cree que lleva la razón cuando los llama "fracasados" en su portada. Si ellos han fallado como “huelguistas”, vosotros habéis manchado con esa portada el buen nombre del periodismo. Habéis fracasado como personas. Los que salieron a la calle dirán que fue un éxito sin precedentes.
Hay una verdad incómoda. Aquellos que se atreven a decir que defienden a los trabajadores, los que llaman a la movilización, son los que están constantemente llenándose los bolsillos con dinero del Estado. Incluso aplican sus reformas laborales entre su plantilla. Una revolución pagada. A ellos se les llenará la boca con hermosas palabras, y la gente alzará los puños y gritarán. Pero no cambiará nada.
El que les llamó a tomar la calle, seguirá con su propina por ser un buen muchacho. El muchacho es humano. Es selectivo. Sabe cuándo debe encenderse “la bombilla revolucionaria”. Cuando se le toca el bolsillo. O cuando el habitante de Moncloa no sea de su agrado. Con unos mucho ruido; con otros, agacho la cabeza y, de vez en cuando, enseño los dientes. Pero muy de vez en cuando, que no se diga.
Ahora, todo parece claro. Quiero ver esa determinación, esas ganas de cambiar el mundo, tomar las calles, con los bolsillos llenos. Hay motivos para tomar la calle todos los días, no cuando se desbordó el vaso.
Es preocupante luchar contra problemas presentes con mentalidad pasada. ¿Derecha, izquierda? ¿Fascistas, rojos? Todos actualmente representan lo mismo. La idea no varía. Existe un gran pastel y todos quieren su pedazo.
Se protesta contra un Gobierno que salió triunfante con el “místico proceso” de “estos lo hicieron mal, es el turno de los otros”. En esta “juerga general” había muchas manos que no votaron. Se desentendieron de su derecho y ahora pagan las consecuencias.
De voto en blanco en voto en blanco… podrían cambiarse las cosas. Al sistema se le vence con las normas del sistema. Desde dentro. Pasadas veinticuatro horas, silencio. Contra un Gobierno que no es el mio, a la yugular; si fuera mi candidato, me convertiría en cordero.
Vamos en un barco que se está hundiendo, por no decir que se hundió ya. Tenemos que remar todos en la misma dirección para evitar ahogarnos. Abandonemos el circo de una vez. Fuera banderas rojas, azules, fuera. Fuera logotipos que no representan a nada ni nadie.
Debe ser un solo grito, un grito común. Hay que crear una alternativa. El virus que ataque desde dentro con la normativa actual. La gran victoria. Esta idea tachada de “herejía” por el 15-M es el camino.
El cambio es posible, y más necesario que nunca. Existe el poder y lo tenemos de crear un nuevo e invencible caballo de Troya. Más fuerte que los piquetes, que todas las cargas policiales... No sabemos cómo usarlo. Esto es la pesadilla. Ese es el poder de los políticos, banqueros, FMI de este mundo.
¿Seguimos como hasta ahora o levantamos todos juntos la espada para decapitar a la bestia? A esto es lo único a lo que tienen miedo aquellos que nos tienen en sus manos. “Hay ciertas palabras que se atragantan en la garganta. Libertad es una de ellas. Me gusta cómo suena”. Llevémosla a la práctica.
Salieron a la calle con banderas y pancartas. El mejor ideal posible como escudo. Pero siempre estarán las mismas grietas que no lograrán taparse. La mejor arma cuando se lucha por defender los Derechos es el respeto. Voltaire, perdónenme si me equivoco con el autor, lo expresó en su inmortal cita: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo”.
Hay que luchar, de acuerdo. Pero no todos pueden. Por desgracia para muchos, la lucha se convirtió en un lujo. No existe el gris. Estás con ellos o contra ellos. Carreteras con objetos punzantes, trabajadores insultados por acudir a su puesto de trabajo, un largo etcétera que muchos dicen que no son incidentes graves. “Es lo que pasa siempre” aunque, con que pase una vez, ya es indignante.
Todo por un baile de cifras. Contra los que protestaron, un fracaso. Incluso algún medio de ideología cercana, muy cercana al Gobierno, cree que lleva la razón cuando los llama "fracasados" en su portada. Si ellos han fallado como “huelguistas”, vosotros habéis manchado con esa portada el buen nombre del periodismo. Habéis fracasado como personas. Los que salieron a la calle dirán que fue un éxito sin precedentes.
Hay una verdad incómoda. Aquellos que se atreven a decir que defienden a los trabajadores, los que llaman a la movilización, son los que están constantemente llenándose los bolsillos con dinero del Estado. Incluso aplican sus reformas laborales entre su plantilla. Una revolución pagada. A ellos se les llenará la boca con hermosas palabras, y la gente alzará los puños y gritarán. Pero no cambiará nada.
El que les llamó a tomar la calle, seguirá con su propina por ser un buen muchacho. El muchacho es humano. Es selectivo. Sabe cuándo debe encenderse “la bombilla revolucionaria”. Cuando se le toca el bolsillo. O cuando el habitante de Moncloa no sea de su agrado. Con unos mucho ruido; con otros, agacho la cabeza y, de vez en cuando, enseño los dientes. Pero muy de vez en cuando, que no se diga.
Ahora, todo parece claro. Quiero ver esa determinación, esas ganas de cambiar el mundo, tomar las calles, con los bolsillos llenos. Hay motivos para tomar la calle todos los días, no cuando se desbordó el vaso.
Es preocupante luchar contra problemas presentes con mentalidad pasada. ¿Derecha, izquierda? ¿Fascistas, rojos? Todos actualmente representan lo mismo. La idea no varía. Existe un gran pastel y todos quieren su pedazo.
Se protesta contra un Gobierno que salió triunfante con el “místico proceso” de “estos lo hicieron mal, es el turno de los otros”. En esta “juerga general” había muchas manos que no votaron. Se desentendieron de su derecho y ahora pagan las consecuencias.
De voto en blanco en voto en blanco… podrían cambiarse las cosas. Al sistema se le vence con las normas del sistema. Desde dentro. Pasadas veinticuatro horas, silencio. Contra un Gobierno que no es el mio, a la yugular; si fuera mi candidato, me convertiría en cordero.
Vamos en un barco que se está hundiendo, por no decir que se hundió ya. Tenemos que remar todos en la misma dirección para evitar ahogarnos. Abandonemos el circo de una vez. Fuera banderas rojas, azules, fuera. Fuera logotipos que no representan a nada ni nadie.
Debe ser un solo grito, un grito común. Hay que crear una alternativa. El virus que ataque desde dentro con la normativa actual. La gran victoria. Esta idea tachada de “herejía” por el 15-M es el camino.
El cambio es posible, y más necesario que nunca. Existe el poder y lo tenemos de crear un nuevo e invencible caballo de Troya. Más fuerte que los piquetes, que todas las cargas policiales... No sabemos cómo usarlo. Esto es la pesadilla. Ese es el poder de los políticos, banqueros, FMI de este mundo.
¿Seguimos como hasta ahora o levantamos todos juntos la espada para decapitar a la bestia? A esto es lo único a lo que tienen miedo aquellos que nos tienen en sus manos. “Hay ciertas palabras que se atragantan en la garganta. Libertad es una de ellas. Me gusta cómo suena”. Llevémosla a la práctica.
CARLOS SERRANO