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La unión de los valores

La otra tarde, cuando me acerqué a escuchar el manifiesto que nuestra alcaldesa pronunció para manifestar su firme decisión de exigir un paquete de medidas para paliar la dramática situación que sufren muchas familias baenenses –que, debido a la mala cosecha, no han conseguido las peonadas necesarias para tener derecho a las ayudas-, tuve la oportunidad de escuchar un diálogo entre dos asistentes al acto, representantes de sendos partidos políticos de izquierda de la corporación municipal. Al final de la conversación, ambos coincidían en que el enemigo común era el Gobierno central, y que “la culpa de todo” la tenían las personas, entre ellas muchos jóvenes, que con su voto le habían dado la mayoría absoluta al PP.

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Desde luego que este comentario no es ninguna noticia de actualidad, pero a mí me causó un cierto escalofrío al oírselo decir a dos personas en plena madurez de la vida. Al momento me asaltaron varias reflexiones sobre aquella conversación oída a medias; la primera pregunta que me hice fue: ¿cuántas veces se han de repetir los errores en la historia para que aprendamos algo de ellos?

A mi juicio, la mayor crisis a la que nos enfrentamos no es la económica, que al mismo tiempo está demostrando ser devastadora, sino la de valores. No voy a extenderme enumerándolos, todos los conocemos, pero creo que el problema reside en que, teniendo cada uno de nosotros su propia escala de clasificación por importancia de los mismos, parece ser que no coinciden entre los ciudadanos, al menos en los primeros lugares de un hipotético ránking.

Si es verdad lo que decía el filósofo que, al nacer, todos somos como una pizarra vacía (tabula rasa), donde los que nos educan van escribiendo de acuerdo a una serie de pautas compartidas socialmente, y, por consiguiente, conformando nuestra personalidad, he de reconocer que gran parte de lo que pienso y siento, para bien o para mal, se lo debo a la impronta que han tenido en mí algunos de estos valores aprehendidos en mi ya algo lejana etapa de formación, concretamente en la SA.FA de Baena.

Me educaron en el respeto hacia las personas mayores, a mis convecinos, a mis padres. Lo hicieron en el amor a mis semejantes; en el esfuerzo por mejorar cada día; en el estudio, el trabajo; en la honradez, en la sinceridad, en la tolerancia hacia otras ideas distintas a las mías; en la perseverancia; en valorar las pequeñas cosas de la vida como los mayores tesoros; en considerar la familia como el mejor lugar donde crecer y desarrollarme en armonía; en la puntualidad, en el valor de la palabra dada; en la importancia de educar a los hijos con el ejemplo…

Confío en que esta misiva llegue a ser leída por alguno de los representantes que nos gobiernan, formados del mismo modo en estos valores, y sea compartida con sus compañeros de partido, centros de trabajo o instituciones para buscar puntos de encuentro y no de confrontación ante una situación límite como la que atravesamos en estos momentos.

Creo que la solución a nuestros problemas, al de los ciudadanos de a pie, no pasa por ver como enemigos a los que no piensan como nosotros. Afortunadamente vivimos en un sistema democrático, a todas luces mejorable, que a lo largo de la historia ha resultado ser, si no el ideal, uno de los menos perjudiciales para la libertad y el disfrute de una serie de derechos sociales.

Debemos replantearnos nuestra escala de valores o, al menos, ponernos de acuerdo en si la inobservancia de algunos de los que nos han inculcado son los causantes de muchos de nuestros males, y así recuperar al menos los más importantes, los que han sido pilares básicos para la convivencia de las anteriores generaciones, de nuestro país, o de otros que nos puedan servir como ejemplo, para no volver a caer en errores que han provocado heridas, que a la luz de comentarios como al que me he referido, no acaban nunca de cicatrizar.

Si no hacemos todos una honda y sincera reflexión para así comenzar a trabajar juntos, codo con codo y en la misma dirección, ni la bajada de la prima de riesgo, ni los siempre aplazados brotes verdes de nuestra macroeconomía nos harán salir de esta profunda crisis en la que nos encontramos.

Y es que cuando todo parece indicar que no se puede caer más bajo, la única salida que nos queda es empezar a pensar en cómo subir, partiendo de la base de que esto sólo será posible a partir de una unión inquebrantable entre todos, más allá de fricciones ideológicas y luchas partidistas, hasta alcanzar el objetivo que debe inspirar toda acción política: el bienestar de la ciudadanía.

PEDRO A. GARCÍA
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