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Cara y cruz de la vuelta al cole (I)

Estamos en septiembre y el verano se nos ha escapado de las manos. Si fuimos de viaje, el tiempo transcurrió demasiado rápido dejándonos cansancio, merma de dinero en la cuenta bancaria, fugaces recuerdos en la memoria y algunas fotos digitales –virtuales por aquello de que las tenemos pero no las gozamos visualmente-. El atractivo de la foto de papel se rompió con lo digital y se disipó en un suspiro con el instantáneo WhatsApp. ¡Guasa que tiene el asunto!

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Los hijos tienen que regresar al cole: "¡ya era hora!", será la posible expresión en más de una casa. Y nos enfrentamos a otra tanda de gastos que, según dice la prensa de tirada nacional, será algo abultada. Calculan los entendidos que la vuelta al cole costará a las familias, entre libros, uniformes, material escolar, comedor y transporte –en caso de ser necesario dicho servicio- un mínimo de 211 euros en un centro público y cerca de 1.500 de máximo, en uno privado.

Es muy cierto que el inicio de curso comporta afrontar una serie de gastos ineludibles, pero no siempre necesarios al menos que nos movamos desde el boato, las apariencias, el querer parecer más que…, el querer ser por encima de...

La vuelta al cole alerta de la borrasca que se avecina –real y necesaria en unos casos, o ficticia y de apariencias en otros-, avisa de tener que encararnos a un “mogollón” de gastos y, con ello, a una nueva etapa en la vida familiar, no exenta de angustias pecuniarias. Yo quisiera matizar que será de lo que tú quieras o de lo que puedas ¿o no?

Y así entramos en la temida “cuesta de septiembre”, como la llaman algunos; luego vendrá la “cuesta de enero”. ¡Cuesta tanto subir! La pregunta sería si hay algún día del año que no sea de cuesta. Cuesta tanto el comer, vestir, vivir, ir a trabajar… La vida misma se ha convertido en una cuesta, no en una tómbola como decía la canción. Siempre andamos en cuesta, hasta tal punto que habría que reivindicar el sueño del vago bajo la máxima de que me lo hagan todo y que me lo den masticado.

Pero hablemos de gastos. Gastos relacionados con libros, uniformes, material escolar, comedor y, en algunos casos, transporte. Hagamos una rápida reflexión sobre algunos palos de esta necesaria baraja. ¿Ropa reutilizable? En un principio, esta idea repugnaba por aquello de la higiene y la dosis de tontería en la que nos habíamos movido. Hoy es una idea-necesidad que, poco a poco, va ganando terreno.

¿Es hora de hacer una razonable inmersión en el trueque o en el mercado de segunda mano? Por ejemplo, con el uniforme en caso de ser necesario su uso. Puede ser una alternativa para tiempos no tan favorables económicamente. "Reciclar" llaman los modernos a esta nueva manera de usar ropa o materiales. Reciclar no es nuevo para muchos de nosotros.

Supongo que algún lector se acordará de la ropa usada que pasaba de un hermano a otro, de un primo o del hijo de unos amigos y hasta la del señorito, que tenían tu misma edad o, en el peor de los casos, se remendaba para estirarla un poco más de tiempo. Eran otros tiempos que, momentáneamente, se fueron y, dadas las circunstancias socioeconómicas, han vuelto.

Sólo ha cambiado el hecho de no ser ropa remendada, aunque si miran bien, verán que muchos de nuestros jóvenes llevan los vaqueros agujereados y con remiendos submarinos, ropa que ha sido comprada rota, por aquello de la moda, o han rajado para llamar la atención. ¡Vaya usted a saber!

La idea, actitud o postura de reciclar frente al usar y tirar de hace unas décadas no es mala y pienso que nos permite valorar más las cosas y hasta es posible que aumentemos la ilusión por el placer de estrenar. En otros tiempos se estrenaba por Navidad, Semana Santa o fiestas locales y aquel momento se esperaba con ilusionada ansiedad.

Estrenar cada año, cada temporada, a veces no es posible por múltiples razones, entre otras por movernos últimamente en una economía bastante estrecha. Pero yo quiero ir más lejos: si tan ecológicos nos declaramos, estrenar constantemente –que es un deseo legítimo, admisible y todo lo que queramos apostillar- no es razonable por el derroche que supone de abuso de materias y dinero.

En este sentido, los padres somos cómplices al imbuir en nuestros hijos un espurio deseo y transmitirles una fabulosa apariencia de aparentar. En esto juega un papel muy importante el hecho de “marquear”. Ir de marca “mola”, es lucidor, llamativo, aunque la marca sea falsa.

¿Libros reutilizables? En un principio, esta idea tampoco tuvo más éxito por aquello de que libros y ejercicios iban conjuntados en un bloque y dicho material de actividades ya no era reutilizable. Había un segundo problema con los libros, derivado de esa macabra manía de subrayarlos con colores fluorescentes e imborrables con los que se pintarrajea todo. En dichas circunstancias, un libro más bien parece la verbena de la paloma, y no un amigo fiel al que mimar.

Siempre he pleiteado desde la organización y las técnicas de estudio, actividades a las que dedico mucho tiempo, con la necesidad de subrayar con criterio, selectivamente para que los libros, sean de texto como de lectura, si hay que subrayarlos se haga con lápiz. En el primer caso, al borrar lo subrayado, el libro puede ser utilizado de nuevo; en el segundo caso si lo paso a otra persona le estoy capando su creatividad y la capacidad de aprendizaje al indicarle con mi subrayado por dónde tiene que ir. Remacho que esta actividad es personal.

En otras épocas, los libros de texto se heredaban de hermanos, primos, amigos, aunque es cierto que los lectores más críticos podrán argumentar que lo de heredar parece ser que nos lo han puesto algo mal las editoriales. ¿Reutilizar libros? Por supuesto que sí.

Como autor voy en contra de mis intereses pero lo considero importante después del descarado abuso que se ha hecho en las últimas décadas, tanto por parte de editoriales como de nuestro propio papanatismo de consumidores. Por cierto, de ese atropello, los autores no son los más beneficiados.

En lo referente a la compra de libros de texto me hago eco del informe publicado por la OCU en julio de este año, donde sugería los establecimientos más rentables a la hora de sortear este escollo. Por supuesto que cada cual debe calibrar dónde comprar y por qué y si es adecuado desplazarse exprofeso a esos supermercados.

Otra opción son los bancos de libros y páginas web de intercambio o compra. En todos los casos hay que tener en cuenta si se han tratado bien y están potables, y desde luego si resulta ventajoso. Bien, yo dejo la idea porque es una opción y me permito una recomendación que se torna cada día más necesaria: antes que tirar, donar ese algo que no queremos o no necesitamos.

En lo referente a elementos complementarios como mochila, cartera u otro medio de transporte de material debe primar lo útil frente al diseño o la marca, que obviamente encarece el producto. Siempre he sido enemigo de llevar al cole “un saco de cosas”. Consejo práctico, para no maltratar las tiernas espaldas de los escolares es que lleven cada día el material que necesitan para ese jornada, no todo lo que atesoran en casa.

Ordenar y sacar libros de la mochila puede ser una forma práctica de enseñarles desde muy pequeños a optimizar tiempo, espacio y esfuerzo. No dejo de soltar una sonrisa irónica cuando veo pasar a los abuelos transportando el material del nieto que enérgico corretea a su alrededor. A veces esos abuelos me dan pena, por razones que no vienen a cuento hoy. Desde que asumimos la costumbre-moda de llevar mochilas o similares parece que queremos llevarnos la casa con nosotros como si fuéramos a mudarnos.

Dejo como ya es costumbre en mí, algunas direcciones que pueden interesar para perfilar mejor este nuevo desafío para unos o conocido y sufrido ya por otros.

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PEPE CANTILLO
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