Mi padre murió hace dos semanas y aún no me creo que sea verdad. Y eso que lo he visto apagarse como una velita. La enfermedad ha campado por su cuerpo sin piedad, hasta convertir a una persona fuerte de 68 años en un anciano de 110 años. Cuando estás metida en esa rutina torturadora diaria, quieres evadirte de la realidad aunque sea un minuto. Y en este trance me han acompañado y me han ayudado dos libros que hablan de la muerte de seres queridos.
El olvido que seremos es un libro del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince quien, tras años de no querer sufrir con el recuerdo del asesinato de su progenitor, por fin llegó ese momento, tan necesario, de sacar fuera el dolor a través de la escritura y para dejar un testimonio de la gran persona que fue su padre, un médico humanista que fue tiroteado por los paramilitares en una Colombia donde la vida valía poco.
Está escrito en un estilo sencillo, en primera persona, en capítulos cortos, que facilitan su lectura. Además de permitirnos conocer a un ser humano extraordinario, encuentro que este libro biográfico tiene un gran valor histórico, ya que nos acerca a la dura realidad colombiana de los años ochenta.
Podemos sentir las desigualdades sociales, la falta de derechos humanos y lo que siempre me llama la atención: cómo algunos pocos seres humanos (¿realmente son humanos?) pueden provocar un sufrimiento terrible en miles de personas. Es un libro tierno y, cómo no, lleno de rabia.
Este libro llegó a mí como regalo de cumpleaños. Mi amiga Teresa me llevó a una nueva librería, muy bonita, y me permitió elegir mi regalo. Fueron dos libros. Éste del que les hablo fue una recomendación de uno de los dueños. Y yo sentí que era para mí, porque mi padre estaba muy grave y él me dijo que era un libro homenaje a la vida de un padre fallecido.
El otro libro es el de Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte, en el que habla de la muerte de su marido, utilizando el diario de Marie Curie, que también perdió a su compañero de vida. Un estímulo para empezar su lectura puede ser este párrafo de la primera página: “Solo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo: la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina”. Deciros que no es un libro triste.
Yo no termino de arrancar, pero hay algo que me empuja a escribir sobre mi padre, ese Séneca cordobés que, sin ser un vividor, sabía vivir la vida. Tendré que hacerlo. Quizás así las lágrimas puedan por fin fluir, y el dolor suelte mi cuello. Quiero escuchar música intimista, que me haga sentir, que me permita estar triste sin dejarme caer, como la de Erik Satie y su Gnossienne 1.
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Está escrito en un estilo sencillo, en primera persona, en capítulos cortos, que facilitan su lectura. Además de permitirnos conocer a un ser humano extraordinario, encuentro que este libro biográfico tiene un gran valor histórico, ya que nos acerca a la dura realidad colombiana de los años ochenta.
Podemos sentir las desigualdades sociales, la falta de derechos humanos y lo que siempre me llama la atención: cómo algunos pocos seres humanos (¿realmente son humanos?) pueden provocar un sufrimiento terrible en miles de personas. Es un libro tierno y, cómo no, lleno de rabia.
Este libro llegó a mí como regalo de cumpleaños. Mi amiga Teresa me llevó a una nueva librería, muy bonita, y me permitió elegir mi regalo. Fueron dos libros. Éste del que les hablo fue una recomendación de uno de los dueños. Y yo sentí que era para mí, porque mi padre estaba muy grave y él me dijo que era un libro homenaje a la vida de un padre fallecido.
El otro libro es el de Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte, en el que habla de la muerte de su marido, utilizando el diario de Marie Curie, que también perdió a su compañero de vida. Un estímulo para empezar su lectura puede ser este párrafo de la primera página: “Solo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo: la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina”. Deciros que no es un libro triste.
Yo no termino de arrancar, pero hay algo que me empuja a escribir sobre mi padre, ese Séneca cordobés que, sin ser un vividor, sabía vivir la vida. Tendré que hacerlo. Quizás así las lágrimas puedan por fin fluir, y el dolor suelte mi cuello. Quiero escuchar música intimista, que me haga sentir, que me permita estar triste sin dejarme caer, como la de Erik Satie y su Gnossienne 1.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ / REDACCIÓN