Volverán las oscuras golondrinas...
Tras el prolongado verano, donde los rigores del calor parecen adormecer los problemas que aquejan el país, llega septiembre. Septiembre no sólo aportará una moderación de las temperaturas y algo de lluvia sino también el regreso de los políticos a sus quehaceres. En septiembre, los problemas irresueltos, que aquejaban el país, despertarán de su letargo para mostrarse quizá con mayor virulencia. Las oscuras golondrinas regresarán cargadas de agresividad.
Los casos de corrupción que se ventilaban en las sedes judiciales proseguirán emanando su pus corrosivo, pus que incrementará, si cabe, la desconfianza del ciudadano en los políticos y en las instituciones. Caso Bárcenas, Gürtel, Palma Arenas, Noos, ERES de Andalucía, Pokemon, Campeón, ITV, Palau, sueldos de los banqueros… son golondrinas que van y vienen sin dejar de irse. No sólo eso, también mostrarán sus colmillos cariados la sempiterna recesión, el desempleo, la prima de riesgo, la deuda pública, la balanza de pagos, los recortes camuflados con el eufemismo de reformas, la ley de educación, la privatización de la sanidad, los desahucios, la edad de jubilación, las pensiones, los contratos precarios y la intermitente propuesta de una disminución de los salarios. Golondrinas negras y malcaradas que chocarán contra los cristales de las ventanas de cientos de miles de domicilios amenazados.
¡Ay!, el manido pretexto de mejorar la competitividad.
Procustes, probablemente hijo de Poseidón, fue un apuesto bandido dueño de una llamativa posada en una colina del Ática. Cuando alguien solicitaba alojamiento, lo entretenía con largos paseos y con una amable conversación sobre las aficiones comunes, sobre la situación política y económica o sobre el placer que proporcionan las mujeres. A la caída de la tarde, le servía una cena opípara rociada con vino generoso y, acto seguido, esperaba impaciente a que el sueño lo empujara a retirarse a su aposento. Cuando lo suponía dormido, abría la puerta con sigilo y, con suma diligencia, lo ataba a la cama y lo amordazaba. Obsesionado con adaptarlo a las medidas del catre, a quien era alto le aserraba los pies, las manos o la cabeza y, si era pequeño, lo descoyuntaba a martillazos y lo estiraba.
Teseo copió la fórmula para matarlo: lo emborrachó, lo ató a la cama y lo amordazó. A continuación, lo golpeó con un martillo, le cortó los pies y finalmente la cabeza.
Cada época tiene su Procustes. El Procustes de comienzos del siglo XXI es el mercado.El mercado maniobra para adaptar la sociedad a sus intereses. Tras encandilar a los gobiernos y a los ciudadanos con cantos de sirena, ofertas generosas, créditos engañosos y productos financieros como las preferentes, precioso nombre para tan cruel hechura. El astuto mercado ha esperado pacientemente a recoger el fruto de lo sembrado. En prevención de reacciones incómodas, genera miedos desmesurados. Será implacable en la aplicación de su estrategia.
No queda lejos la época en que había dinero para satisfacer todos los caprichos. Se construyeron aeropuertos, universidades, palacios de congresos, polideportivos, ciudades de las ciencias y de la cultura, museos arqueológicos y de arte en muchas capitales de provincia y en muchas ciudades, sin olvidarnos de la multiplicación de las autovías, líneas de AVE, tranvías urbanos, metros, parques temáticos y una larga retahíla de obras faraónicas. A la par, se rescataron las más variopintas tradiciones multiplicando el número de fiestas locales, creando la sensación de que España era realmente “la España de charanga y pandereta” que escribiera Machado.
En el ámbito privado, los ciudadanos se entramparon a perpetuidad a fin de disfrutar de mansiones de lujo y de vehículos de alta gama. Gobiernos y ciudadanos cayeron como moscas sobre el panal de rica miel. Y claro, presos andamos en él.
Toca aguantar las consecuencias maniatados al potro de tortura. Procustes ya ha descubierto su verdadera catadura mediante amenazas de bancarrota, rescates costosos y pérdida de poder político. El miedo produce vértigos que atrofian la capacidad de reacción. Por eso, aceptamos sin rechistar medidas como el aumento de impuestos y de precios, la reducción del salario, el aumento de la jornada laboral, degradación del estado de bienestar, los altísimos índices de paro y los recortes sin piedad. Consentidas estas medidas, Procustes no dudará en dar otra vuelta de tuerca.
Naturalmente, la malvada divinidad no trata a todos por igual. Su plan pasa por degradar a la clase media y disparar el número de pobres, aumentando el número de ricos a fin de que el 20% de la población sea dueño del 80% de los bienes.
El ciudadano sabe que gran parte de la deuda española ha sido generada por la banca y por las grandes empresas, o sea, que la deuda privada, de la que es ajeno, ha sido transformada en pública por arte de magia. La banca y las grandes empresas saldrán del atolladero sin apenas mancharse, pero las generaciones futuras tendrán un porvenir incierto pues el país quedará herido de muerte.
¿De veras alguien cree que la gran banca y los bancos prestaban el dinero sin garantía y a manos llenas ignorando los riesgos? ¿Alguien cree que no ha habido premeditación en el diseño de ese plan maquiavélico semejante al de Procustes? Evidentemente, no. la gran banca no da una puntada sin hilo.
Algunos piensan que la situación se remediaría si el abanico entre los sueldos más altos y los más bajos no fuera del 200 o del 300 por cien, sino del 5%. Así, seríamos más iguales, se activaría la productividad y el consumo, habría menos recortes y menos impuestos y se pondría en evidencia la confraternidad de la que tanto hablan los cristianos. No caerá esa breva, pues la ambición no tiene límite y carece de sentimientos. Los paraísos fiscales se inventaron para evadir impuestos y para ocultar el dinero detraído de los beneficios empresariales y demás pelotazos que nos han llevado al elevado nivel de corrupción que padecemos.
Llega septiembre y las negras golondrinas ya oscurecen el horizonte.
¿Será la filosofía del ¡indignaos! el Teseo que ponga coto a los mercados?
Tras el prolongado verano, donde los rigores del calor parecen adormecer los problemas que aquejan el país, llega septiembre. Septiembre no sólo aportará una moderación de las temperaturas y algo de lluvia sino también el regreso de los políticos a sus quehaceres. En septiembre, los problemas irresueltos, que aquejaban el país, despertarán de su letargo para mostrarse quizá con mayor virulencia. Las oscuras golondrinas regresarán cargadas de agresividad.
Los casos de corrupción que se ventilaban en las sedes judiciales proseguirán emanando su pus corrosivo, pus que incrementará, si cabe, la desconfianza del ciudadano en los políticos y en las instituciones. Caso Bárcenas, Gürtel, Palma Arenas, Noos, ERES de Andalucía, Pokemon, Campeón, ITV, Palau, sueldos de los banqueros… son golondrinas que van y vienen sin dejar de irse. No sólo eso, también mostrarán sus colmillos cariados la sempiterna recesión, el desempleo, la prima de riesgo, la deuda pública, la balanza de pagos, los recortes camuflados con el eufemismo de reformas, la ley de educación, la privatización de la sanidad, los desahucios, la edad de jubilación, las pensiones, los contratos precarios y la intermitente propuesta de una disminución de los salarios. Golondrinas negras y malcaradas que chocarán contra los cristales de las ventanas de cientos de miles de domicilios amenazados.
¡Ay!, el manido pretexto de mejorar la competitividad.
Procustes, probablemente hijo de Poseidón, fue un apuesto bandido dueño de una llamativa posada en una colina del Ática. Cuando alguien solicitaba alojamiento, lo entretenía con largos paseos y con una amable conversación sobre las aficiones comunes, sobre la situación política y económica o sobre el placer que proporcionan las mujeres. A la caída de la tarde, le servía una cena opípara rociada con vino generoso y, acto seguido, esperaba impaciente a que el sueño lo empujara a retirarse a su aposento. Cuando lo suponía dormido, abría la puerta con sigilo y, con suma diligencia, lo ataba a la cama y lo amordazaba. Obsesionado con adaptarlo a las medidas del catre, a quien era alto le aserraba los pies, las manos o la cabeza y, si era pequeño, lo descoyuntaba a martillazos y lo estiraba.
Teseo copió la fórmula para matarlo: lo emborrachó, lo ató a la cama y lo amordazó. A continuación, lo golpeó con un martillo, le cortó los pies y finalmente la cabeza.
Cada época tiene su Procustes. El Procustes de comienzos del siglo XXI es el mercado.El mercado maniobra para adaptar la sociedad a sus intereses. Tras encandilar a los gobiernos y a los ciudadanos con cantos de sirena, ofertas generosas, créditos engañosos y productos financieros como las preferentes, precioso nombre para tan cruel hechura. El astuto mercado ha esperado pacientemente a recoger el fruto de lo sembrado. En prevención de reacciones incómodas, genera miedos desmesurados. Será implacable en la aplicación de su estrategia.
No queda lejos la época en que había dinero para satisfacer todos los caprichos. Se construyeron aeropuertos, universidades, palacios de congresos, polideportivos, ciudades de las ciencias y de la cultura, museos arqueológicos y de arte en muchas capitales de provincia y en muchas ciudades, sin olvidarnos de la multiplicación de las autovías, líneas de AVE, tranvías urbanos, metros, parques temáticos y una larga retahíla de obras faraónicas. A la par, se rescataron las más variopintas tradiciones multiplicando el número de fiestas locales, creando la sensación de que España era realmente “la España de charanga y pandereta” que escribiera Machado.
En el ámbito privado, los ciudadanos se entramparon a perpetuidad a fin de disfrutar de mansiones de lujo y de vehículos de alta gama. Gobiernos y ciudadanos cayeron como moscas sobre el panal de rica miel. Y claro, presos andamos en él.
Toca aguantar las consecuencias maniatados al potro de tortura. Procustes ya ha descubierto su verdadera catadura mediante amenazas de bancarrota, rescates costosos y pérdida de poder político. El miedo produce vértigos que atrofian la capacidad de reacción. Por eso, aceptamos sin rechistar medidas como el aumento de impuestos y de precios, la reducción del salario, el aumento de la jornada laboral, degradación del estado de bienestar, los altísimos índices de paro y los recortes sin piedad. Consentidas estas medidas, Procustes no dudará en dar otra vuelta de tuerca.
Naturalmente, la malvada divinidad no trata a todos por igual. Su plan pasa por degradar a la clase media y disparar el número de pobres, aumentando el número de ricos a fin de que el 20% de la población sea dueño del 80% de los bienes.
El ciudadano sabe que gran parte de la deuda española ha sido generada por la banca y por las grandes empresas, o sea, que la deuda privada, de la que es ajeno, ha sido transformada en pública por arte de magia. La banca y las grandes empresas saldrán del atolladero sin apenas mancharse, pero las generaciones futuras tendrán un porvenir incierto pues el país quedará herido de muerte.
¿De veras alguien cree que la gran banca y los bancos prestaban el dinero sin garantía y a manos llenas ignorando los riesgos? ¿Alguien cree que no ha habido premeditación en el diseño de ese plan maquiavélico semejante al de Procustes? Evidentemente, no. la gran banca no da una puntada sin hilo.
Algunos piensan que la situación se remediaría si el abanico entre los sueldos más altos y los más bajos no fuera del 200 o del 300 por cien, sino del 5%. Así, seríamos más iguales, se activaría la productividad y el consumo, habría menos recortes y menos impuestos y se pondría en evidencia la confraternidad de la que tanto hablan los cristianos. No caerá esa breva, pues la ambición no tiene límite y carece de sentimientos. Los paraísos fiscales se inventaron para evadir impuestos y para ocultar el dinero detraído de los beneficios empresariales y demás pelotazos que nos han llevado al elevado nivel de corrupción que padecemos.
Llega septiembre y las negras golondrinas ya oscurecen el horizonte.
¿Será la filosofía del ¡indignaos! el Teseo que ponga coto a los mercados?
Francisco de Paula Nieva
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