Las campañas mediáticas de cambio de imagen de los grandes partidos es la técnica que usa la política para renovar el envase de un producto que ya no vende. Suele funcionar siempre: miles de horas de retransmisión televisiva, cientos de tertulianos afines, recitando loas al líder que está por venir, y otros tantos análisis periodísticos que logran captar la atención del más incrédulo.
Es la técnica de la publicidad aplicada a la comunicación política: soluciones fáciles –cambio de líder- para problemas complejos –estructuras añejas y connivencia con el sistema económico sostenido por la élite empresarial y financiera-.
Si hay un partido que maneja bien, mejor que nadie, estas técnicas de la comunicación es el PSOE. Una empresa que recauda votos para ganar, no para hacer oposición. Un entramado periodístico y comunicativo dispuesto a cambiar de envase el producto que ha dejado de vender.
Ocurrió con Felipe González, el hombre que más poder político ha tenido en España y que acabó traicionando los valores que lo auparon al poder; más tarde, llegó Zapatero, con una campaña moderna y juvenil que logró que ZP conectara con los valores de la gran masa, harta del aznarismo, a la que también acabó fallando.
Ahora, todo ese entramado comunicativo está engrasado para convencernos de que la llegada de Susana Díaz supone una renovación sin precedentes en el seno del socialismo andaluz. “¿Has leído lo que dijo el otro día? Dijo que la reforma de la Constitución para limitar el gasto público fue un error”, te dicen las víctimas de la campaña mediática que logra borrar de sus discos duros todas las veces que el PSOE ha dicho que no fallarían a sus principios.
Los que critican el populismo de Diego Cañamero o de Juan Manuel Sánchez Gordillo avalan, sin embargo, ese tono simplón y sin fondo del que Díaz hace gala en cada intervención pública. “Se nota que lo siente, que lo que dice le sale de las entrañas”, elogian los mismos diletantes que critican el exceso de tripas y la ausencia de honestidad intelectual en el actual panorama político.
Siempre están dispuestos a justificar al PSOE pero no perdonan, jamás, los errores de los partidos minoritarios. Se hartan de escribir auténticas sentencias contra la falta de democracia interna de los partidos políticos, pero aplauden como “ejemplar” la farsa de primarias sin urnas que han catapultado a Díaz al liderazgo del PSOE.
Nunca les parece suficiente la renovación en IU, pero una portada y una loa los convence de que el PSOE está dispuesto a renunciar al pecado mortal de la socialdemocracia europea: la connivencia con el liberalismo económico salvaje que hace imposible la redistribución de la riqueza.
Aún está por ver cómo lo hará Susana Díaz, pero está claro que la campaña mediática está funcionando a la perfección: nos están vendiendo un producto viejo con un envase nuevo. Mientras Susana Díaz nos dirá que el PSOE se tiene que renovar y que ella es de izquierdas, “muy de izquierdas”, los diputados andaluces, que están en Madrid –militantes del partido que dirigirá Díaz- votarán obedeciendo a Alfredo Pérez Rubalcaba. Son las cien vidas del PSOE: tiene una nueva detrás de cada castigo electoral y un ejército de cínicos dispuesto a convencernos de que esta vez será la definitiva.
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Si hay un partido que maneja bien, mejor que nadie, estas técnicas de la comunicación es el PSOE. Una empresa que recauda votos para ganar, no para hacer oposición. Un entramado periodístico y comunicativo dispuesto a cambiar de envase el producto que ha dejado de vender.
Ocurrió con Felipe González, el hombre que más poder político ha tenido en España y que acabó traicionando los valores que lo auparon al poder; más tarde, llegó Zapatero, con una campaña moderna y juvenil que logró que ZP conectara con los valores de la gran masa, harta del aznarismo, a la que también acabó fallando.
Ahora, todo ese entramado comunicativo está engrasado para convencernos de que la llegada de Susana Díaz supone una renovación sin precedentes en el seno del socialismo andaluz. “¿Has leído lo que dijo el otro día? Dijo que la reforma de la Constitución para limitar el gasto público fue un error”, te dicen las víctimas de la campaña mediática que logra borrar de sus discos duros todas las veces que el PSOE ha dicho que no fallarían a sus principios.
Los que critican el populismo de Diego Cañamero o de Juan Manuel Sánchez Gordillo avalan, sin embargo, ese tono simplón y sin fondo del que Díaz hace gala en cada intervención pública. “Se nota que lo siente, que lo que dice le sale de las entrañas”, elogian los mismos diletantes que critican el exceso de tripas y la ausencia de honestidad intelectual en el actual panorama político.
Siempre están dispuestos a justificar al PSOE pero no perdonan, jamás, los errores de los partidos minoritarios. Se hartan de escribir auténticas sentencias contra la falta de democracia interna de los partidos políticos, pero aplauden como “ejemplar” la farsa de primarias sin urnas que han catapultado a Díaz al liderazgo del PSOE.
Nunca les parece suficiente la renovación en IU, pero una portada y una loa los convence de que el PSOE está dispuesto a renunciar al pecado mortal de la socialdemocracia europea: la connivencia con el liberalismo económico salvaje que hace imposible la redistribución de la riqueza.
Aún está por ver cómo lo hará Susana Díaz, pero está claro que la campaña mediática está funcionando a la perfección: nos están vendiendo un producto viejo con un envase nuevo. Mientras Susana Díaz nos dirá que el PSOE se tiene que renovar y que ella es de izquierdas, “muy de izquierdas”, los diputados andaluces, que están en Madrid –militantes del partido que dirigirá Díaz- votarán obedeciendo a Alfredo Pérez Rubalcaba. Son las cien vidas del PSOE: tiene una nueva detrás de cada castigo electoral y un ejército de cínicos dispuesto a convencernos de que esta vez será la definitiva.
RAÚL SOLÍS