El escritor y periodista montillano Antonio López Hidalgo, miembro del Consejo Editorial de Baena Digital, presenta esta tarde en el Real Círculo de la Amistad El peligro y su memoria, una novela que combina con singular maestría la sensualidad del registro literario con la precisión de la crónica periodística. El acto, que dará comienzo a las 20.00 de la tarde, será conducido por el médico y escritor Antonio Varo Baena, miembro de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba.
—Arranca su novela con una sentencia que deja destemplado a cualquiera: "Las mujeres nunca se enamoran y, si lo hacen, es para siempre". ¿Qué hubiera pensado Liz Taylor de haber caído este libro entre sus manos?
—Naturalmente, me hubiera dado la razón. Tú eres hombre y por eso te sorprende. Ninguna mujer me lo hubiese preguntado. En cualquier caso, es lo que piensa Guzmán, el protagonista de esta historia. Los autores no siempre compartimos o tenemos por qué compartir lo que piensan nuestros personajes. Yo soy periodista y busco en la realidad las historias de la ficción. Hombres y mujeres somos y debemos ser iguales en derechos, pero mantenemos diferencias claras en nuestras actitudes ante la vida. La mujer tiene más claro lo que quiere. Nosotros andamos siempre mirando nubes.
—Sostiene su buen amigo Pedro Ruiz, catedrático de Literatura de la Universidad de Córdoba, que El peligro y su memoria es una "novela de crisis". ¿Se atrevería a contradecir esta aseveración?
—Por supuesto, es una novela de crisis. En el sentido de que narra una manera de vivir y de entender un mundo que toca a su fin. Esta crisis económica y financiera supone, entre otras cosas, tener que empezar a entender nuestra manera de vivir de otra manera. La sociedad del bienestar se ha caído. Costará muchos años recuperar –si se recupera- el bienestar secuestrado. Con la crisis económica está cambiando, sobre todo, nuestra manera de mirar el mundo.
El mundo ya no es ese lugar seguro donde nos sentíamos a gusto. Posiblemente, esto no ha hecho más que empezar. Más adelante, la policía tal vez nos pueda multar hasta con 30.000 euros por haber cometido ofensas a España y sus símbolos. Algo que no deja de ser sencillamente absurdo y cruel. Nos llevan hacia un tipo de sociedad que nunca imaginamos y que es perversa. Ése será el legado que dejemos a nuestros hijos. Una sociedad absurda y estrecha de miras.
—Los bares y las mujeres están muy presentes en esta novela y en otros de los relatos que ofrece casi a diario en su blog. ¿Algo que alegar en su favor?
—No hay nada que alegar a favor ni en contra. Los bares son el escenario donde casi todos hemos pasado buena parte de nuestras vidas. En el caso de los periodistas, ni te digo. Han venido a ser como nuestra segunda casa. Desde un punto de vista literario, no encuentro escenario mejor. Los bares de copas son lugares de perdición, de encuentro, de reencuentro, de lectura. Son espacios de autoayuda, le hacen a competencia a las consultas de los psicólogos y, además, son más baratos y acogedores. Vamos, que son lugares comunes, nunca mejor dicho.
El año próximo publicaré un libro con algunos de estos relatos. Se titulará Mujeres, bares y viceversa. Cuando era pequeño había bares a los que solo entraban hombres. Hoy vamos a los bares porque allí se reúnen también las mujeres. ¿Encuentras una razón mejor para reunirnos en estos antros? Allí todos buscamos algo. Puede que nuestra identidad.
—Decía Schopenhauer que "la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes". Sin embargo, en su novela no queda demasiado bien parada. ¿En qué quedamos?
—Los personajes de esta novela son criaturas solitarias. Yo no creo que la soledad quede mal parada aquí. Ni lo contrario. Cada uno es dueño de su soledad y la administra o la puede administrar como mejor le venga en gana o sepa. Esta historia habla también de la complicidad y de la solidaridad en momentos difíciles. Es una historia llevada al extremo.
Muchas veces nuestra vida está llevada al extremo sin nosotros ser conscientes de ello. La soledad es parte esencial de nuestras vidas, aunque vivamos acompañados. Tal vez nuestros males provengan de otro lugar y no de ahí. La soledad siempre estuvo mal vista socialmente en este país. Yo pienso que ahora somos una sociedad abarrotada de seres solitarios, pero que no lo sabemos.
—Guzmán, uno de los protagonistas de su novela, afirma en un momento dado que "el periodismo tradicional ha muerto". ¿Comparte de veras esta visión sobre la profesión?
—Aunque el personaje no tiene nada que ver con él, el nombre de Guzmán es un pequeño homenaje a un amigo ya fallecido. Fue el último periodista bohemio de este país, de quien apenas se ha escrito nada. Los protagonistas de esta novela son periodistas y acuden al fin de una época, de un ciclo. El periodismo tradicional ha muerto o está muriendo. Eso está claro. Cómo será la profesión en unos años es algo que nadie se atreve a vaticinar con certeza y con riesgo a equivocarse.
Vivimos un momento de crisis pero, sobre todo, de cambios que pensábamos inimaginables hace tan solo unos años. Asistimos a la desindustrialización de la información. Después de la construcción, la información ha sido el sector más sacudido por esta crisis, donde más empleos se han perdido y más empresas han cerrado sus puertas. Internet es el futuro, pero ahora mismo no sabemos adónde nos llevará y, mucho menos, cómo lo hará.
—Hace unas semanas ha publicado también otro libro, titulado Periodismo de inmersión para desenmascarar la realidad. ¿Qué persigue con él?
—Es un ensayo que he escrito con la profesora María Ángeles Fernández Barrero. Precisamente, ahora que el periodismo está en crisis, el periodismo de inmersión está siendo una alternativa en Estados Unidos e Hispanoamérica al periodismo tradicional. Nombres como Lydia Cacho, Leila Guerriero o Gabriela Wiemer vienen a mirar esta profesión de otra manera, más comprometida.
Es este un periodismo de investigación y con voluntad de estilo. Es decir, bien contrastado y mejor escrito. Periodismo reposado, como lo llaman allí. Periodismo sin prisas. Yo creo que el periodismo de inmersión es, lo está siendo ya, una de las salidas más plausibles a nuestra profesión. Lee Los suicidas del fin del mundo de Leila Guerriero y entenderás lo que te digo. Fin de una época que todavía añoramos.
—Arranca su novela con una sentencia que deja destemplado a cualquiera: "Las mujeres nunca se enamoran y, si lo hacen, es para siempre". ¿Qué hubiera pensado Liz Taylor de haber caído este libro entre sus manos?
—Naturalmente, me hubiera dado la razón. Tú eres hombre y por eso te sorprende. Ninguna mujer me lo hubiese preguntado. En cualquier caso, es lo que piensa Guzmán, el protagonista de esta historia. Los autores no siempre compartimos o tenemos por qué compartir lo que piensan nuestros personajes. Yo soy periodista y busco en la realidad las historias de la ficción. Hombres y mujeres somos y debemos ser iguales en derechos, pero mantenemos diferencias claras en nuestras actitudes ante la vida. La mujer tiene más claro lo que quiere. Nosotros andamos siempre mirando nubes.
—Sostiene su buen amigo Pedro Ruiz, catedrático de Literatura de la Universidad de Córdoba, que El peligro y su memoria es una "novela de crisis". ¿Se atrevería a contradecir esta aseveración?
—Por supuesto, es una novela de crisis. En el sentido de que narra una manera de vivir y de entender un mundo que toca a su fin. Esta crisis económica y financiera supone, entre otras cosas, tener que empezar a entender nuestra manera de vivir de otra manera. La sociedad del bienestar se ha caído. Costará muchos años recuperar –si se recupera- el bienestar secuestrado. Con la crisis económica está cambiando, sobre todo, nuestra manera de mirar el mundo.
El mundo ya no es ese lugar seguro donde nos sentíamos a gusto. Posiblemente, esto no ha hecho más que empezar. Más adelante, la policía tal vez nos pueda multar hasta con 30.000 euros por haber cometido ofensas a España y sus símbolos. Algo que no deja de ser sencillamente absurdo y cruel. Nos llevan hacia un tipo de sociedad que nunca imaginamos y que es perversa. Ése será el legado que dejemos a nuestros hijos. Una sociedad absurda y estrecha de miras.
—Los bares y las mujeres están muy presentes en esta novela y en otros de los relatos que ofrece casi a diario en su blog. ¿Algo que alegar en su favor?
—No hay nada que alegar a favor ni en contra. Los bares son el escenario donde casi todos hemos pasado buena parte de nuestras vidas. En el caso de los periodistas, ni te digo. Han venido a ser como nuestra segunda casa. Desde un punto de vista literario, no encuentro escenario mejor. Los bares de copas son lugares de perdición, de encuentro, de reencuentro, de lectura. Son espacios de autoayuda, le hacen a competencia a las consultas de los psicólogos y, además, son más baratos y acogedores. Vamos, que son lugares comunes, nunca mejor dicho.
El año próximo publicaré un libro con algunos de estos relatos. Se titulará Mujeres, bares y viceversa. Cuando era pequeño había bares a los que solo entraban hombres. Hoy vamos a los bares porque allí se reúnen también las mujeres. ¿Encuentras una razón mejor para reunirnos en estos antros? Allí todos buscamos algo. Puede que nuestra identidad.
—Decía Schopenhauer que "la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes". Sin embargo, en su novela no queda demasiado bien parada. ¿En qué quedamos?
—Los personajes de esta novela son criaturas solitarias. Yo no creo que la soledad quede mal parada aquí. Ni lo contrario. Cada uno es dueño de su soledad y la administra o la puede administrar como mejor le venga en gana o sepa. Esta historia habla también de la complicidad y de la solidaridad en momentos difíciles. Es una historia llevada al extremo.
Muchas veces nuestra vida está llevada al extremo sin nosotros ser conscientes de ello. La soledad es parte esencial de nuestras vidas, aunque vivamos acompañados. Tal vez nuestros males provengan de otro lugar y no de ahí. La soledad siempre estuvo mal vista socialmente en este país. Yo pienso que ahora somos una sociedad abarrotada de seres solitarios, pero que no lo sabemos.
—Guzmán, uno de los protagonistas de su novela, afirma en un momento dado que "el periodismo tradicional ha muerto". ¿Comparte de veras esta visión sobre la profesión?
—Aunque el personaje no tiene nada que ver con él, el nombre de Guzmán es un pequeño homenaje a un amigo ya fallecido. Fue el último periodista bohemio de este país, de quien apenas se ha escrito nada. Los protagonistas de esta novela son periodistas y acuden al fin de una época, de un ciclo. El periodismo tradicional ha muerto o está muriendo. Eso está claro. Cómo será la profesión en unos años es algo que nadie se atreve a vaticinar con certeza y con riesgo a equivocarse.
Vivimos un momento de crisis pero, sobre todo, de cambios que pensábamos inimaginables hace tan solo unos años. Asistimos a la desindustrialización de la información. Después de la construcción, la información ha sido el sector más sacudido por esta crisis, donde más empleos se han perdido y más empresas han cerrado sus puertas. Internet es el futuro, pero ahora mismo no sabemos adónde nos llevará y, mucho menos, cómo lo hará.
—Hace unas semanas ha publicado también otro libro, titulado Periodismo de inmersión para desenmascarar la realidad. ¿Qué persigue con él?
—Es un ensayo que he escrito con la profesora María Ángeles Fernández Barrero. Precisamente, ahora que el periodismo está en crisis, el periodismo de inmersión está siendo una alternativa en Estados Unidos e Hispanoamérica al periodismo tradicional. Nombres como Lydia Cacho, Leila Guerriero o Gabriela Wiemer vienen a mirar esta profesión de otra manera, más comprometida.
Es este un periodismo de investigación y con voluntad de estilo. Es decir, bien contrastado y mejor escrito. Periodismo reposado, como lo llaman allí. Periodismo sin prisas. Yo creo que el periodismo de inmersión es, lo está siendo ya, una de las salidas más plausibles a nuestra profesión. Lee Los suicidas del fin del mundo de Leila Guerriero y entenderás lo que te digo. Fin de una época que todavía añoramos.
J.P. BELLIDO / REDACCIÓN