El presidente electo de Venezuela, Nicolás Maduro, es incapaz de imponer su autoridad sobre Venezuela. Ya no controla ni siquiera al chavismo que supuestamente lidera. Suenan voces de alarma en el ejército y la oposición, también dividida, aprovecha la situación para salir a la calle.
Echar la culpa de la situación exclusivamente a Maduro sería una injusticia. Venezuela cuenta con unos problemas crónicos que el presidente no puede atajar de un día para otro: violencia, polarización social tanto a nivel económico como ideológico, miseria, una mala gestión energética, el narcotráfico y un largo etcétera. Más responsable resulta de una ficticia separación de los poderes del estado y de una mala gestión de los recursos tanto energéticos como de primera necesidad.
Por otro lado, Maduro es un líder impuesto al chavismo sin más mérito en su carrera que el haber dirigido un sindicato. Un líder que, a la hora de ser ratificado en las urnas, a duras penas logró vencer a su más inmediato competidor, Henrique Capriles, por alrededor de un 1,5 por ciento de los votos. Una victoria raquítica que, además, contó con importantes acusaciones de manipulación electoral.
La muerte violenta de Miss Venezuela 2004 y una represión desmedida de pequeñas protestas se han sumado a los problemas crónicos de Venezuela, dando lugar a una serie de manifestaciones no siempre pacíficas favorecidas por la oposición. Una oposición que también está dividida.
Capriles ya no representa a una mayoría de la oposición, como consecuencia de la radicalización de la derecha y de la izquierda no chavista, y de hecho se muestra ya como uno de los líderes más moderados. Leopoldo López se ha convertido en una voz cada vez más alejada del aquietamiento que hasta entonces había impuesto Capriles. Apoyó activamente el golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002 y su entrega a las autoridades fue acompañada de una importante manifestación.
Como consecuencia de las revueltas, Maduro ha perdido el control de algunos territorios importantes. Uno de ellos es el Estado de Táchira, en la frontera oeste con Colombia. Durante las elecciones de 2013, votó a favor de Capriles y es uno de los feudos más importantes de la oposición. Su capital, San Cristóbal, ha sido militarizada por el heredero del Comandante, pero aún así no logra doblegarla.
A estos hechos hay que sumar otro aún más grave, si cabe. Desde el principio de su mandato, ante su falta de autoridad de cara al chavismo y al conjunto de la República, Maduro comenzó una campaña de mitificación de Hugo Chávez que pretendía reforzar su propia autoridad. Sin embargo, en las últimas semanas se ha podido comprobar que esta campaña ha tenido un efecto adverso: las ideas del Comandante están por encima de las acciones de su sucesor.
Los chavistas más radicales empiezan a desvincularse del gobierno de la República y hacen la justicia por su cuenta. Son los denominados colectivos: grupos armados y motorizados prochavistas que han escapado del control de Maduro.
Por ahora, los medios gubernamentales defienden a estos grupos, pero suponen una amenaza tanto para el Estado como para los manifestantes, que tienen que soportar la represión de unas fuerzas de seguridad bastante duras –y acusada de llevar a cabo torturas-, y de los propios colectivos.
También el ejército empieza a mostrar sus primeras fisuras: el general retirado Ángel Vivas ha sido mandado a detener por el presidente venezolano por incitación a la violencia. Algo impensable hace sólo una semana, si bien este caso podría ser aislado. Maduro también ha hecho investigar a parte de su propio Gobierno.
Muchas fisuras para un país que empieza a sufrir económicamente las consecuencias de las revueltas, lo que puede ser un punto a favor de Maduro. Aún así, no hay que perderse. Los acontecimientos del país bolivariano no son comparables a los de Ucrania. Aún no.
Echar la culpa de la situación exclusivamente a Maduro sería una injusticia. Venezuela cuenta con unos problemas crónicos que el presidente no puede atajar de un día para otro: violencia, polarización social tanto a nivel económico como ideológico, miseria, una mala gestión energética, el narcotráfico y un largo etcétera. Más responsable resulta de una ficticia separación de los poderes del estado y de una mala gestión de los recursos tanto energéticos como de primera necesidad.
Por otro lado, Maduro es un líder impuesto al chavismo sin más mérito en su carrera que el haber dirigido un sindicato. Un líder que, a la hora de ser ratificado en las urnas, a duras penas logró vencer a su más inmediato competidor, Henrique Capriles, por alrededor de un 1,5 por ciento de los votos. Una victoria raquítica que, además, contó con importantes acusaciones de manipulación electoral.
La muerte violenta de Miss Venezuela 2004 y una represión desmedida de pequeñas protestas se han sumado a los problemas crónicos de Venezuela, dando lugar a una serie de manifestaciones no siempre pacíficas favorecidas por la oposición. Una oposición que también está dividida.
Capriles ya no representa a una mayoría de la oposición, como consecuencia de la radicalización de la derecha y de la izquierda no chavista, y de hecho se muestra ya como uno de los líderes más moderados. Leopoldo López se ha convertido en una voz cada vez más alejada del aquietamiento que hasta entonces había impuesto Capriles. Apoyó activamente el golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002 y su entrega a las autoridades fue acompañada de una importante manifestación.
Como consecuencia de las revueltas, Maduro ha perdido el control de algunos territorios importantes. Uno de ellos es el Estado de Táchira, en la frontera oeste con Colombia. Durante las elecciones de 2013, votó a favor de Capriles y es uno de los feudos más importantes de la oposición. Su capital, San Cristóbal, ha sido militarizada por el heredero del Comandante, pero aún así no logra doblegarla.
A estos hechos hay que sumar otro aún más grave, si cabe. Desde el principio de su mandato, ante su falta de autoridad de cara al chavismo y al conjunto de la República, Maduro comenzó una campaña de mitificación de Hugo Chávez que pretendía reforzar su propia autoridad. Sin embargo, en las últimas semanas se ha podido comprobar que esta campaña ha tenido un efecto adverso: las ideas del Comandante están por encima de las acciones de su sucesor.
Los chavistas más radicales empiezan a desvincularse del gobierno de la República y hacen la justicia por su cuenta. Son los denominados colectivos: grupos armados y motorizados prochavistas que han escapado del control de Maduro.
Por ahora, los medios gubernamentales defienden a estos grupos, pero suponen una amenaza tanto para el Estado como para los manifestantes, que tienen que soportar la represión de unas fuerzas de seguridad bastante duras –y acusada de llevar a cabo torturas-, y de los propios colectivos.
También el ejército empieza a mostrar sus primeras fisuras: el general retirado Ángel Vivas ha sido mandado a detener por el presidente venezolano por incitación a la violencia. Algo impensable hace sólo una semana, si bien este caso podría ser aislado. Maduro también ha hecho investigar a parte de su propio Gobierno.
Muchas fisuras para un país que empieza a sufrir económicamente las consecuencias de las revueltas, lo que puede ser un punto a favor de Maduro. Aún así, no hay que perderse. Los acontecimientos del país bolivariano no son comparables a los de Ucrania. Aún no.
RAFAEL SOTO