En los ámbitos de la política exterior y las relaciones internacionales hoy se cuestionan la validez y eficacia de las sanciones a los Estados y de las medidas selectivas o “embargos inteligentes”. Este debate se ha trasladado también a la sociedad civil donde se destaca su ineficacia y el sufrimiento, empobrecimiento social e institucional que se inflinge a sociedades y Estados.
Desde su implantación en 1960, no han sido un medio idóneo para “imponer democracias”, porque el hecho de la “imposición” niega el propio espíritu de la democracia. Y lo que es peor aún, genera opacidad y arbitrariedades en los procesos político-diplomáticos y en los intercambios entre sociedades civiles, al tiempo que nos retrotraen a los años de tensión de la Guerra Fría.
La encuesta del Atlantic Council, presentada el pasado 11 de febrero en Washington, sobre las opiniones de los norteamericanos del primer y más duradero embargo de la era moderna, Cuba, señala que el 56 por ciento desea un cambio de política hacia la isla y la normalización de las relaciones cubano-norteamericanas.
Este porcentaje se eleva hasta el 62 por ciento entre los latinos y al 63 por ciento entre los residentes del Estado de La Florida, que registra el mayor censo de población de origen cubano. Más del 80 por ciento de los encuestados en este Estado se manifiesta a favor de un mayor diálogo con el Gobierno cubano sobre temas de interés común, como la seguridad o la cooperación en emergencias medioambientales.
Desde el Siglo de Pericles hasta nuestros días, la sanciones se han mostrado ineficaces y los resultados de ésta y otras encuestas e informes de organismos internacionales y ONG prueban que el sistema de embargos es una penalización a la ciudadanía y a los Estados y no evoluciona hacia una dialéctica constructiva.
En algunos casos, las sanciones se utilizan como coartadas y se acompañan de “indiferencia” hacia terceros Estados, lo que introduce aún más incertidumbre y desconfianza en la esfera internacional, así como alineamientos de Estados impropios del siglo XXI.
La Administración Obama ha dado pasos tímidos en la dirección de abandonar el embargo a Cuba, mientras que la Unión Europea se dispone a desmantelar la posición común. Varios Estados europeos han firmado memorandos bilaterales con Cuba que, paradójicamente, contradicen el espíritu y la letra de esta figura, mientras la Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, tiene el compromiso de las autoridades cubanas de emprender un diálogo constructivo para profundizar en las relaciones de la Unión Europea con la isla; único Estado de América Latina y el Caribe con el que la UE no mantiene diálogo político.
En el caso estadounidense, ha habido un punto de inflexión con la Administración Obama y el secretario de Estado, John Kerry; este último se ha propuesto una “política creativa” hacia Cuba, mientras se avanza en la liberalización de viajes y el envío de dinero. Estos cambios no son suficientes y así lo transmiten la sociedad y la Administración norteamericanas.
Hoy es posible impulsar la salida de Cuba de la lista de países terroristas, como gesto de buena voluntad, e iniciar el diálogo político para desmontar el régimen de sanciones: “el bloqueo”. Estoy convencido que el presidente Obama sintoniza con las corrientes de opinión que reclaman una nueva política hacia Cuba, pues las generaciones de origen cubano-norteamericano ya no se perciben como un obstáculo.
Según señalan Peter Schechte y Jason Marczak, del Adrienne Arsht Latin America Center del Atlantic Council de Washington, tienen “una visión muy diferente; primero son norteamericanos, orgullosos de su herencia cubana, pero hablan principalmente inglés y consideran a Miami, Newark o Los Ángeles como sus hogares, y ya no a La Habana, Santiago o Mayagüey”.
Por su parte, el presidente Raúl Castro ha iniciado un conjunto de reformas que van más allá de la apertura económica y cumple con su programa para modernizar el país y liderar cambios; también en materia de seguridad y paz, como ha quedado patente en la última reunión de la CELAC en La Habana, del pasado mes de enero.
Si la Administración Clinton puso punto y final a tres décadas de sanciones a Vietnam (1964-1994), probablemente ya haya llegado la hora de abrir un diálogo directo entre las administraciones de Barack Obama y Raúl Castro. Seguramente es el momento de iniciar una nueva política cubano-norteamericana que desemboque en el desmantelamiento del “bloqueo” más largo de la historia y se dé paso al diálogo político y la cooperación.
Desde su implantación en 1960, no han sido un medio idóneo para “imponer democracias”, porque el hecho de la “imposición” niega el propio espíritu de la democracia. Y lo que es peor aún, genera opacidad y arbitrariedades en los procesos político-diplomáticos y en los intercambios entre sociedades civiles, al tiempo que nos retrotraen a los años de tensión de la Guerra Fría.
La encuesta del Atlantic Council, presentada el pasado 11 de febrero en Washington, sobre las opiniones de los norteamericanos del primer y más duradero embargo de la era moderna, Cuba, señala que el 56 por ciento desea un cambio de política hacia la isla y la normalización de las relaciones cubano-norteamericanas.
Este porcentaje se eleva hasta el 62 por ciento entre los latinos y al 63 por ciento entre los residentes del Estado de La Florida, que registra el mayor censo de población de origen cubano. Más del 80 por ciento de los encuestados en este Estado se manifiesta a favor de un mayor diálogo con el Gobierno cubano sobre temas de interés común, como la seguridad o la cooperación en emergencias medioambientales.
Desde el Siglo de Pericles hasta nuestros días, la sanciones se han mostrado ineficaces y los resultados de ésta y otras encuestas e informes de organismos internacionales y ONG prueban que el sistema de embargos es una penalización a la ciudadanía y a los Estados y no evoluciona hacia una dialéctica constructiva.
En algunos casos, las sanciones se utilizan como coartadas y se acompañan de “indiferencia” hacia terceros Estados, lo que introduce aún más incertidumbre y desconfianza en la esfera internacional, así como alineamientos de Estados impropios del siglo XXI.
La Administración Obama ha dado pasos tímidos en la dirección de abandonar el embargo a Cuba, mientras que la Unión Europea se dispone a desmantelar la posición común. Varios Estados europeos han firmado memorandos bilaterales con Cuba que, paradójicamente, contradicen el espíritu y la letra de esta figura, mientras la Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, tiene el compromiso de las autoridades cubanas de emprender un diálogo constructivo para profundizar en las relaciones de la Unión Europea con la isla; único Estado de América Latina y el Caribe con el que la UE no mantiene diálogo político.
En el caso estadounidense, ha habido un punto de inflexión con la Administración Obama y el secretario de Estado, John Kerry; este último se ha propuesto una “política creativa” hacia Cuba, mientras se avanza en la liberalización de viajes y el envío de dinero. Estos cambios no son suficientes y así lo transmiten la sociedad y la Administración norteamericanas.
Hoy es posible impulsar la salida de Cuba de la lista de países terroristas, como gesto de buena voluntad, e iniciar el diálogo político para desmontar el régimen de sanciones: “el bloqueo”. Estoy convencido que el presidente Obama sintoniza con las corrientes de opinión que reclaman una nueva política hacia Cuba, pues las generaciones de origen cubano-norteamericano ya no se perciben como un obstáculo.
Según señalan Peter Schechte y Jason Marczak, del Adrienne Arsht Latin America Center del Atlantic Council de Washington, tienen “una visión muy diferente; primero son norteamericanos, orgullosos de su herencia cubana, pero hablan principalmente inglés y consideran a Miami, Newark o Los Ángeles como sus hogares, y ya no a La Habana, Santiago o Mayagüey”.
Por su parte, el presidente Raúl Castro ha iniciado un conjunto de reformas que van más allá de la apertura económica y cumple con su programa para modernizar el país y liderar cambios; también en materia de seguridad y paz, como ha quedado patente en la última reunión de la CELAC en La Habana, del pasado mes de enero.
Si la Administración Clinton puso punto y final a tres décadas de sanciones a Vietnam (1964-1994), probablemente ya haya llegado la hora de abrir un diálogo directo entre las administraciones de Barack Obama y Raúl Castro. Seguramente es el momento de iniciar una nueva política cubano-norteamericana que desemboque en el desmantelamiento del “bloqueo” más largo de la historia y se dé paso al diálogo político y la cooperación.
MIGUEL ÁNGEL MORATINOS