Al espantoso recuerdo del atentado terrorista del 11-M, el más atroz de todos los sufridos en España, se une, para hacerlo aún más penoso, que diez años después siga enfrentando a los españoles. Esa amargura se suma al dolor por tanta muerte y tanto estrago que nos sacudió las entrañas, a centenares de compatriotas les destrozó su vida y, de una manera u otra, nos la hizo cambiar a todos.
A los diez años se encona de nuevo la insensata pelea y uno siente la tentación de no escribir sobre el asunto para borrarse de ella y, si lo hace al final, es por rendir homenaje y memoria a las víctimas. Cada uno, en lo personal, ha interioizado aquel recuerdo y en el mío prevalece la cercanía de mis paisanos del corredor del Henares, trabajadores y estudiantes que acudían a Madrid, que aquel día fueron asesinados.
El relato de los hechos acaba siendo siempre subjetivo, pero lo cierto es que aquella mañana, la inmensa mayoría supusimos que los responsables eran los etarras. Nada más lógico si de asesinar se trataba y tras haber intentado masacres masivas como la frustrada con la interceptación de 500 kilos de explosivos en Poveda-Cañaveras y el intento, tambien abortado, de atentado con mochilas bomba en la estación de Chamartín.
Pasadas las horas los indicios comenzaron a apuntar seriamente hacia otro lado, hacia los islamistas. Hipótesis que se vio a gran velocidad confirmada y que produjo un vuelco tremendo en la opinión pública. Es innegable que el atentado y su gestión influyeron decisivamente en las elecciones generales y en el cambio de Gobierno.
Nunca he estado en las teorías de la conspiración. Lo tengo reiteradamente escrito y afirmado. Me resulta absolutamente probado quiénes fueron los ejecutores y autores materiales de la barbarie terrorista.
Intentaron de inmediato una nueva en el AVE y en Leganés, cercados, se llevaron por delante a Javier Torronteras, un GEO, a quien había conocido en Guadalajara. Cómo y quiénes fueron los responsables de la masacre está claro.
Sin embargo, el quién la ideó, quién dio la orden, quién fue el “autor intelectual” –por utilizar el término judicial- es algo que no sabemos, que no hemos descubierto y que sospecho que puede que no sepamos nunca. Los fines, amen del terror, que perseguía los podemos suponer, y son suposiciones muy probables y de lógica. Pero son eso: suposiciones.
De lo que sí opino y alguna fe puedo dar es de la gestión, del intento de utilización electoral del atentando. Lo escribí en su día y hoy lo reitero. El primero en hacerlo fue Aznar, quien asumió de manera absoluta la dirección de todo, quien en la idea de que era ETA supuso que con ello su posición electoral iba a arrasar en las urnas. Eso lo temían también, y me consta, los socialistas.
Pero a Aznar todo se le volvió absolutamente en contra cuando comienza a aparecer la autoría islamista y, entonces sí, vino el contraataque en clave electoral del PSOE dirigido por Rubalcaba. Ambos en clara utilización partidista del atentado pero donde la responsabilidad máxima es de Aznar como presidente del Gobierno.
Porque estuvo en su mano, de inicio y que nos hubiera evitado muchos desgarros, dar una respuesta de Estado sin entrar en mientes de quiénes habian sido los autores. Convocar a los partidos democráticos a Moncloa, dar una imagen de unidad ante el terror y entre todos haber tomado la decisión de celebrar o posponer las elecciones. Pero no lo hizo.
No he estado, insisto, en las teorías de la conspiración ni pude entender la obcecación de ciertos dirigentes del PP y sus entonces poderosos aliados mediáticos, en volver al escenario peor de su derrota, de seguir revolviendo durante años dudas, las unas muy legítimas, otras claramente delirantes, y seguir alentando suposiciones de connivencias etarras, llegando en ciertas ocasiones algunos, por una y otra parte, a ponernos en la tesitura de tener que elegir cómo inclinarnos a unos de los dos terrores, como si uno fueran menos malos que los otros.
Han pasado diez años y me repugna que volvamos a aquella andada. Me parece que envilece la memoria de nuestros muertos y la nuestra propia. Que fuéramos entonces incapaces de unirnos ante algo tan terrible como lo que nos había golpeado me hizo tener muy serias dudas no solo sobre los dirigentes políticos sino sobre el propio pueblo español. Y hoy, lejos de disiparse, han aumentado.
A los diez años se encona de nuevo la insensata pelea y uno siente la tentación de no escribir sobre el asunto para borrarse de ella y, si lo hace al final, es por rendir homenaje y memoria a las víctimas. Cada uno, en lo personal, ha interioizado aquel recuerdo y en el mío prevalece la cercanía de mis paisanos del corredor del Henares, trabajadores y estudiantes que acudían a Madrid, que aquel día fueron asesinados.
El relato de los hechos acaba siendo siempre subjetivo, pero lo cierto es que aquella mañana, la inmensa mayoría supusimos que los responsables eran los etarras. Nada más lógico si de asesinar se trataba y tras haber intentado masacres masivas como la frustrada con la interceptación de 500 kilos de explosivos en Poveda-Cañaveras y el intento, tambien abortado, de atentado con mochilas bomba en la estación de Chamartín.
Pasadas las horas los indicios comenzaron a apuntar seriamente hacia otro lado, hacia los islamistas. Hipótesis que se vio a gran velocidad confirmada y que produjo un vuelco tremendo en la opinión pública. Es innegable que el atentado y su gestión influyeron decisivamente en las elecciones generales y en el cambio de Gobierno.
Nunca he estado en las teorías de la conspiración. Lo tengo reiteradamente escrito y afirmado. Me resulta absolutamente probado quiénes fueron los ejecutores y autores materiales de la barbarie terrorista.
Intentaron de inmediato una nueva en el AVE y en Leganés, cercados, se llevaron por delante a Javier Torronteras, un GEO, a quien había conocido en Guadalajara. Cómo y quiénes fueron los responsables de la masacre está claro.
Sin embargo, el quién la ideó, quién dio la orden, quién fue el “autor intelectual” –por utilizar el término judicial- es algo que no sabemos, que no hemos descubierto y que sospecho que puede que no sepamos nunca. Los fines, amen del terror, que perseguía los podemos suponer, y son suposiciones muy probables y de lógica. Pero son eso: suposiciones.
De lo que sí opino y alguna fe puedo dar es de la gestión, del intento de utilización electoral del atentando. Lo escribí en su día y hoy lo reitero. El primero en hacerlo fue Aznar, quien asumió de manera absoluta la dirección de todo, quien en la idea de que era ETA supuso que con ello su posición electoral iba a arrasar en las urnas. Eso lo temían también, y me consta, los socialistas.
Pero a Aznar todo se le volvió absolutamente en contra cuando comienza a aparecer la autoría islamista y, entonces sí, vino el contraataque en clave electoral del PSOE dirigido por Rubalcaba. Ambos en clara utilización partidista del atentado pero donde la responsabilidad máxima es de Aznar como presidente del Gobierno.
Porque estuvo en su mano, de inicio y que nos hubiera evitado muchos desgarros, dar una respuesta de Estado sin entrar en mientes de quiénes habian sido los autores. Convocar a los partidos democráticos a Moncloa, dar una imagen de unidad ante el terror y entre todos haber tomado la decisión de celebrar o posponer las elecciones. Pero no lo hizo.
No he estado, insisto, en las teorías de la conspiración ni pude entender la obcecación de ciertos dirigentes del PP y sus entonces poderosos aliados mediáticos, en volver al escenario peor de su derrota, de seguir revolviendo durante años dudas, las unas muy legítimas, otras claramente delirantes, y seguir alentando suposiciones de connivencias etarras, llegando en ciertas ocasiones algunos, por una y otra parte, a ponernos en la tesitura de tener que elegir cómo inclinarnos a unos de los dos terrores, como si uno fueran menos malos que los otros.
Han pasado diez años y me repugna que volvamos a aquella andada. Me parece que envilece la memoria de nuestros muertos y la nuestra propia. Que fuéramos entonces incapaces de unirnos ante algo tan terrible como lo que nos había golpeado me hizo tener muy serias dudas no solo sobre los dirigentes políticos sino sobre el propio pueblo español. Y hoy, lejos de disiparse, han aumentado.
ANTONIO PÉREZ HENARES