En cuanto uno pone pie en Barcelona o en Madrid lo pone un empresario, la primera salutación suele ser una de las mil formas de decir eso de que “a Artur Mas hay que darle alguna salida”. Es una frase cargada de buena voluntad ante el precipicio con un problema fundamental. El presidente de la Generalitat no quiere salida sino inmolación, su aspiración máxima es el “martirio” por la causa; de arrojarse él solito a los leones para ser luego elevado a los altares del independentismo.
Mas no tiene salida, porque quien se ha tirado de cabeza al abismo es él mismo y en su suicidio no le importa en absoluto llevarse por delante todo lo que se lo impida, incluido, y en primer lugar, a su propio partido.
Su “causa” es superior y absoluta y el nuevo Sansón está decidido a perecer si con él son aplastados todos los filisteos que no se avienen a sacrificarlo todo por el dios de la Independencia. De la hecatombe, el “pueblo elegido” saldrá derechito hacia el paraíso de la “leche y de la miel” y él pasará a la historia como el Moisés catalán, aunque perezca en el desierto sin alcanzar la “tierra prometida”.
ERC, de quien se ha convertido en el mejor agente electoral, le erigirá monumentos en todas las plazas y no habrá ciudad que no le ponga su nombre a una calle. Ese es su sueño que, para muchos, comienza a tener tintes de pesadilla de la que urge despertar. Porque, en vez de idílico país, lo que vislumbran es una especie de “mix” entre Kosovo y Crimea, y encima sin Rusia a la que acogerse.
Así que de salida para Artur Mas, va a ser que no, que no la hay ni es posible abrir puerta a quien lo que busca es levantar una frontera. Pero puede que en realidad no se quiera decir eso y que la simplificación oculte la verdadera posibilidad de dar algún paso para desviarse de la ruta de colisión y apearse del caballo desbocado que galopa enfebrecido hacía el despeñadero.
Quizás a quien hay que dar alguna salida es a CiU y a lo que ha representado en Cataluña. O sea, a los que, en realidad, lo de separarse de España y autoexpulsarse de Europa como postre les parece indigerible, aunque lo hayan pregonado como un exquisito manjar.
Pero, claro, para ello hay que asumir de principio y de entrada el respeto y la vuelta a la ley y a la Constitución, pactada y votada por todos, y ellos en cabeza, como marco de convivencia y recipiente de derechos y libertades que no se puede hacer añicos. Lo que entre todos establecimos sólo entre todos podemos reformar.
Un supuesto derecho propio no puede expropiar, por las bravas y al asalto, lo que es del conjunto de todos los españoles. Con esa premisa, la de la recuperación del principio de que todos tenemos palabra y voto, es desde donde se puede recomenzar a hablar. Algo que CiU ha hecho desde el principio de esta democracia, de la que fue una de las parteras, aunque alguno ahora ande por ahí repudiando su propia paternidad.
Me secretean que por esa dirección se están encaminando ciertos pasos, desde el Gobierno, cuyo margen de maniobra tiene una línea imposible de traspasar: no puede, ni quiere tampoco, vulnerar la ley y la Constitución que está obligado a cumplir y hacer cumplir. Lo otro es simplemente un imposible. Eso lo ha dejado siempre claro Rajoy. Es la firmeza. El diálogo ha de inscribirse, pues, en lo posible, en el escenario de la realidad.
Y también me dicen que algún movimiento en tal sentido se está produciendo de manera discreta pero creciente y pertinaz en el propio seno de Convergencia y en sus aledaños, donde las cañerías y las espitas de alarma han comenzado a sonar diciendo que la presión en las calderas amenaza con hacerlas estallar.
Artur Mas se contempla en sectores cada vez más nutridos de lo que un día se llamó "nacionalismo moderado" y "centro político" como un impedimento consustancial a cualquier atisbo de solución. Eso me dicen, en privado y en secreto.
Y por ello, aunque quisiera, la esperanza es muy menor. Porque si así fueran tales reflexiones, es imprescindible que ya se comiencen a exponer en público y a la luz. De lo contrario, poco creíbles pueden ser si todo lo que llega y se trasmite, y solo eso, es la elevación cada día un punto más del desafío, la provocación y la sistemática conculcación de la ley.
Mas no tiene salida, porque quien se ha tirado de cabeza al abismo es él mismo y en su suicidio no le importa en absoluto llevarse por delante todo lo que se lo impida, incluido, y en primer lugar, a su propio partido.
Su “causa” es superior y absoluta y el nuevo Sansón está decidido a perecer si con él son aplastados todos los filisteos que no se avienen a sacrificarlo todo por el dios de la Independencia. De la hecatombe, el “pueblo elegido” saldrá derechito hacia el paraíso de la “leche y de la miel” y él pasará a la historia como el Moisés catalán, aunque perezca en el desierto sin alcanzar la “tierra prometida”.
ERC, de quien se ha convertido en el mejor agente electoral, le erigirá monumentos en todas las plazas y no habrá ciudad que no le ponga su nombre a una calle. Ese es su sueño que, para muchos, comienza a tener tintes de pesadilla de la que urge despertar. Porque, en vez de idílico país, lo que vislumbran es una especie de “mix” entre Kosovo y Crimea, y encima sin Rusia a la que acogerse.
Así que de salida para Artur Mas, va a ser que no, que no la hay ni es posible abrir puerta a quien lo que busca es levantar una frontera. Pero puede que en realidad no se quiera decir eso y que la simplificación oculte la verdadera posibilidad de dar algún paso para desviarse de la ruta de colisión y apearse del caballo desbocado que galopa enfebrecido hacía el despeñadero.
Quizás a quien hay que dar alguna salida es a CiU y a lo que ha representado en Cataluña. O sea, a los que, en realidad, lo de separarse de España y autoexpulsarse de Europa como postre les parece indigerible, aunque lo hayan pregonado como un exquisito manjar.
Pero, claro, para ello hay que asumir de principio y de entrada el respeto y la vuelta a la ley y a la Constitución, pactada y votada por todos, y ellos en cabeza, como marco de convivencia y recipiente de derechos y libertades que no se puede hacer añicos. Lo que entre todos establecimos sólo entre todos podemos reformar.
Un supuesto derecho propio no puede expropiar, por las bravas y al asalto, lo que es del conjunto de todos los españoles. Con esa premisa, la de la recuperación del principio de que todos tenemos palabra y voto, es desde donde se puede recomenzar a hablar. Algo que CiU ha hecho desde el principio de esta democracia, de la que fue una de las parteras, aunque alguno ahora ande por ahí repudiando su propia paternidad.
Me secretean que por esa dirección se están encaminando ciertos pasos, desde el Gobierno, cuyo margen de maniobra tiene una línea imposible de traspasar: no puede, ni quiere tampoco, vulnerar la ley y la Constitución que está obligado a cumplir y hacer cumplir. Lo otro es simplemente un imposible. Eso lo ha dejado siempre claro Rajoy. Es la firmeza. El diálogo ha de inscribirse, pues, en lo posible, en el escenario de la realidad.
Y también me dicen que algún movimiento en tal sentido se está produciendo de manera discreta pero creciente y pertinaz en el propio seno de Convergencia y en sus aledaños, donde las cañerías y las espitas de alarma han comenzado a sonar diciendo que la presión en las calderas amenaza con hacerlas estallar.
Artur Mas se contempla en sectores cada vez más nutridos de lo que un día se llamó "nacionalismo moderado" y "centro político" como un impedimento consustancial a cualquier atisbo de solución. Eso me dicen, en privado y en secreto.
Y por ello, aunque quisiera, la esperanza es muy menor. Porque si así fueran tales reflexiones, es imprescindible que ya se comiencen a exponer en público y a la luz. De lo contrario, poco creíbles pueden ser si todo lo que llega y se trasmite, y solo eso, es la elevación cada día un punto más del desafío, la provocación y la sistemática conculcación de la ley.
ANTONIO PÉREZ HENARES