Se ha consumado el rito anual del Debate sobre el Estado de la Nación y su desarrollo se ha limitado a lo esperado: cada uno de los participantes, sobre todo el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, ha protagonizado el papel estelar de dirigirse a sus respectivas huestes, ofreciendo mensajes contradictorios en función de sus diferentes visiones de la realidad española.
No hubo ningún debate sobre la nación sino un intercambio de argumentos totalmente previsibles de lo que cada cual pretendía trasladar a la opinión pública mediante frases pensadas para convertirse en titulares en los medios de comunicación.
Como cabía imaginar, Mariano Rajoy leyó desde la tribuna un discurso triunfalista centrado en lo que más le convenía, la situación económica, para subrayar que se ha superado la recesión, que la prima de riesgo se ha reducido y que la recuperación es ya un hecho, aunque sea de manera moderada.
No ahorró cifras y comparaciones para vanagloriarse de que “ya no vamos hacia la ruina”. Y proporcionó estudiados golpes de efecto para contentar al respetable que ansiaba buenas noticias: ayudas a la contratación indefinida para empresas que aumenten plantilla, si antes no han despedido ni individual ni colectivamente a ningún trabajador de forma improcedente. Tarifa plana de 100 euros al mes por la cuota de contingencias comunes que paga la empresa, si mantiene al trabajador durante, al menos, tres años.
También anunció que los que ganen menos de 12.000 euros al año no pagarán el IRPF, algo que estaba ya en vigor porque se hallan exentos de pagar ese impuesto los que ganan menos de 11.100 euros.
El presidente del Gobierno eludió significativamente los asuntos más controvertidos, como la ley del aborto, los casos de corrupción que afloran en su partido y otras formaciones políticas, el empobrecimiento y las desigualdades que aparecen en amplias capas de la sociedad y el simulado pero esperanzador desarme de ETA. La realidad de la nación está, para Rajoy, en los datos macroeconómicos que apuntan hacia el final de la crisis, y a ello circunscribió el 80 por ciento de su discurso.
Pero para el representante del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, la situación es bien distinta: se sigue destruyendo empleo, la deuda pública escala cotas nunca antes conocidas y los recortes y reformas se llevan por delante las ayudas a la dependencia, becas, gastos educativos y sanitarios, el poder adquisitivo de las pensiones, y en definitiva, las cosas han ido a peor.
El líder de la oposición también empleó golpes de efectos: recuperó un viejo artículo de Rajoy para reprocharle que siempre legisla contra los más débiles, la “apoteosis de la desigualdad” que define la gestión gubernamental y la pérdida de derechos y libertades que prometió devolver en cuanto recuperen el Poder. Enarboló un discurso ideológico a favor de los castigados y golpeados por la crisis y en contra del optimismo del Gobierno.
Ninguna novedad, por tanto, en lo exhibido durante el Debate sobre el Estado de la Nación, en el que ante las cámaras de televisión y la prensa cada cual representa su papel. Los demás intervinientes se amoldan a seguir fielmente el papel de comparsas del mayor espectáculo teatral de la democracia: un debate para la galería que sólo es útil para detectar estados de ánimo entre los principales contendientes con capacidad de gobernar, a fin de colegir tendencias en las intenciones sociales de cara a próximos comicios. Es decir, para entretenerse en especular, no para afrontar los males que aquejan a la nación. Aplausos, al final, desde las filas de cada grupo parlamentario.
No hubo ningún debate sobre la nación sino un intercambio de argumentos totalmente previsibles de lo que cada cual pretendía trasladar a la opinión pública mediante frases pensadas para convertirse en titulares en los medios de comunicación.
Como cabía imaginar, Mariano Rajoy leyó desde la tribuna un discurso triunfalista centrado en lo que más le convenía, la situación económica, para subrayar que se ha superado la recesión, que la prima de riesgo se ha reducido y que la recuperación es ya un hecho, aunque sea de manera moderada.
No ahorró cifras y comparaciones para vanagloriarse de que “ya no vamos hacia la ruina”. Y proporcionó estudiados golpes de efecto para contentar al respetable que ansiaba buenas noticias: ayudas a la contratación indefinida para empresas que aumenten plantilla, si antes no han despedido ni individual ni colectivamente a ningún trabajador de forma improcedente. Tarifa plana de 100 euros al mes por la cuota de contingencias comunes que paga la empresa, si mantiene al trabajador durante, al menos, tres años.
También anunció que los que ganen menos de 12.000 euros al año no pagarán el IRPF, algo que estaba ya en vigor porque se hallan exentos de pagar ese impuesto los que ganan menos de 11.100 euros.
El presidente del Gobierno eludió significativamente los asuntos más controvertidos, como la ley del aborto, los casos de corrupción que afloran en su partido y otras formaciones políticas, el empobrecimiento y las desigualdades que aparecen en amplias capas de la sociedad y el simulado pero esperanzador desarme de ETA. La realidad de la nación está, para Rajoy, en los datos macroeconómicos que apuntan hacia el final de la crisis, y a ello circunscribió el 80 por ciento de su discurso.
Pero para el representante del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, la situación es bien distinta: se sigue destruyendo empleo, la deuda pública escala cotas nunca antes conocidas y los recortes y reformas se llevan por delante las ayudas a la dependencia, becas, gastos educativos y sanitarios, el poder adquisitivo de las pensiones, y en definitiva, las cosas han ido a peor.
El líder de la oposición también empleó golpes de efectos: recuperó un viejo artículo de Rajoy para reprocharle que siempre legisla contra los más débiles, la “apoteosis de la desigualdad” que define la gestión gubernamental y la pérdida de derechos y libertades que prometió devolver en cuanto recuperen el Poder. Enarboló un discurso ideológico a favor de los castigados y golpeados por la crisis y en contra del optimismo del Gobierno.
Ninguna novedad, por tanto, en lo exhibido durante el Debate sobre el Estado de la Nación, en el que ante las cámaras de televisión y la prensa cada cual representa su papel. Los demás intervinientes se amoldan a seguir fielmente el papel de comparsas del mayor espectáculo teatral de la democracia: un debate para la galería que sólo es útil para detectar estados de ánimo entre los principales contendientes con capacidad de gobernar, a fin de colegir tendencias en las intenciones sociales de cara a próximos comicios. Es decir, para entretenerse en especular, no para afrontar los males que aquejan a la nación. Aplausos, al final, desde las filas de cada grupo parlamentario.
DANIEL GUERRERO