La pregunta es simple y la callada es, por ahora, la respuesta: ¿Por qué, si no tienen nada que ver con ellos, se manifiestan ante los juzgados exigiendo su libertad y calificándolos de “secuestrados” y los aclaman como héroes?
Los “capuchas negras”, cuyas intenciones quedaron estremecedoramente expuestas por las propias gentes del Namur que atendían a los policías heridos y a los que increpaban por atenderlos y les impelían a que les dejaran morir –el testimonio es directo, en absoluto sospechoso y la expresión textual- colocan a la izquierda española ante una decisiva encrucijada en la que ha de optar, sin tapujos ni excusas, sin “capuchas”, vamos, por uno u otro camino. Que algunos, a los hechos me remito, parecen haber claramente elegido.
El eje ideológico que subyace conduce de hoz y coz a una doctrina, también reconocible, de negación en su fondo de la democracia, la del voto y de la urna, y su sustitución por “democracias populares”, el parlamento por la asamblea en la plaza y las leyes y los jueces por el “juicio del pueblo”.
Ese es el “cuerpo de doctrina” sobre el que se sustenta todo el comportamiento y ante lo que los derechos y libertades de todos los demás carecen de importancia y quienes los defienden, hasta de la consideración de “personas”. Para ellos, como para los policías heridos, no hay “derechos humanos” que valgan. Son los “enemigos del pueblo”.
Se entra aquí, cuando a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado atañe la cuestión, en la siguiente derivada. El Estado es “facha”, una dictadura, un sistema ilegitimo y los policías son unos represores, como los franquistas, porque estos son sus herederos.
Esa es la piedra angular de la propaganda y ninguna ilustración mejor que la caricatura de aquel “héroe” mentiroso, el camarero del 15-M, tras una foto trucada en su enfoque y verdad. Lo cierto es que los agentes le instaban a que se protegiera de piedras y botellas y se metiera en el local, y él, sin una rozadura ni un golpe de un antidisturbios, aprovechó para hacerse una gira por las televisiones de la agitación política criminalizando a la “policia franquista”. Ay, si en verdad lo hubiera sido, cómo y dónde hubiera acabado y, desde luego, no en el plató de tele alguna sino en la “pensión Sol” de la Dirección General de Seguridad, de terrible recuerdo.
Ésta de ahora, con su defectos, con sus extralimitaciones, es la Policía de un Estado Democrático, sometida, más que nadie, a la vigilancia del Estado de Derecho y de los jueces y que, en puridad, lo que parece es que, a los hechos recientes me remito, a quien parecen quedar impunes son, por el contrario, quienes cometen los delitos.
Las acciones, los hechos, los sistemáticos comportamientos, el vandalismo más desbocado, el salvajismo más incivil y hasta la parafernalia, hábitos y vestimenta, donde lo esencial es la capucha y el antifaz, indican con prontitud el espejo en que se miran y del que algunos, incluso, han salido para realizar este “turismo kaleborroka”, cuyos costes pagamos todos y cuyos integrantes no son precisamente ni trabajadores ni parados.
¿Qué tienen que ver estos aprendices de terroristas callejeros, pues por ahí va su modelo y para prueba el akelarre proetarra durante el carnaval de los “gamonales” en Burgos, con las gentes que protestan porque sufren, porque están angustiados, por el paro, la pobreza, el desahucio y la impotencia?
Con ellos, con la inmensa mayoría de esas gentes que se manifiestan y protestan con tantas y tan sobradas razones, NINGUNA. En mayúsculas y con rotundidad. Ellos no, pero sí quienes pretenden la amalgama en un discurso, Pero quien pretende amalgamarlos es el discurso, ese que se reitera, de los “willytoledos” y otros parecidos “héroes” de la clase obrera.
Lo que está sucediendo no es nuevo, resulta esencialmente recurrente desde hace tiempo, aunque ahora el grado de violencia haya sido tal que ha sobrecogido a la opinión publica. Tampoco es de ayer el sustrato emocional e ideológico en que se inscribe el comportamiento de la izquierda, particularmente el de IU, aunque en ocasiones el PSOE haya llegado a buscar la línea y el arrimón quizás en un desesperado y muy desnortado cálculo electoral.
Son de la “familia”, aunque un “algo” descarriados”; son “los chicos” que, en el fondo, no son “malos”. Porque los malos, es bien sabido y contrastado, son los “otros”. ¿A que les suena la letra y la música que también la han escuchado?
Es ante ello donde la izquierda debe elegir y hacerlo sin ambigüedades ni amparos. Eso o lo que hacen, que tiene también reminiscencias recientes y dolorosas, que es lo de aquellos que en el País Vasco se movían entre la complicidad más obscena o la “recogida de las nueces”.
La izquierda ante los “capuchas negras” ha de deslindarse de inmediato y extirparlos de su seno y sin temblores. Porque, de no hacerlo, serán ellos mismos los que acaben, y no al revés, enfangados y utilizados. Porque serán ellos los que a los ojos de los pacíficos y los demócratas acaben “encapuchados”.
Los “capuchas negras”, cuyas intenciones quedaron estremecedoramente expuestas por las propias gentes del Namur que atendían a los policías heridos y a los que increpaban por atenderlos y les impelían a que les dejaran morir –el testimonio es directo, en absoluto sospechoso y la expresión textual- colocan a la izquierda española ante una decisiva encrucijada en la que ha de optar, sin tapujos ni excusas, sin “capuchas”, vamos, por uno u otro camino. Que algunos, a los hechos me remito, parecen haber claramente elegido.
El eje ideológico que subyace conduce de hoz y coz a una doctrina, también reconocible, de negación en su fondo de la democracia, la del voto y de la urna, y su sustitución por “democracias populares”, el parlamento por la asamblea en la plaza y las leyes y los jueces por el “juicio del pueblo”.
Ese es el “cuerpo de doctrina” sobre el que se sustenta todo el comportamiento y ante lo que los derechos y libertades de todos los demás carecen de importancia y quienes los defienden, hasta de la consideración de “personas”. Para ellos, como para los policías heridos, no hay “derechos humanos” que valgan. Son los “enemigos del pueblo”.
Se entra aquí, cuando a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado atañe la cuestión, en la siguiente derivada. El Estado es “facha”, una dictadura, un sistema ilegitimo y los policías son unos represores, como los franquistas, porque estos son sus herederos.
Esa es la piedra angular de la propaganda y ninguna ilustración mejor que la caricatura de aquel “héroe” mentiroso, el camarero del 15-M, tras una foto trucada en su enfoque y verdad. Lo cierto es que los agentes le instaban a que se protegiera de piedras y botellas y se metiera en el local, y él, sin una rozadura ni un golpe de un antidisturbios, aprovechó para hacerse una gira por las televisiones de la agitación política criminalizando a la “policia franquista”. Ay, si en verdad lo hubiera sido, cómo y dónde hubiera acabado y, desde luego, no en el plató de tele alguna sino en la “pensión Sol” de la Dirección General de Seguridad, de terrible recuerdo.
Ésta de ahora, con su defectos, con sus extralimitaciones, es la Policía de un Estado Democrático, sometida, más que nadie, a la vigilancia del Estado de Derecho y de los jueces y que, en puridad, lo que parece es que, a los hechos recientes me remito, a quien parecen quedar impunes son, por el contrario, quienes cometen los delitos.
Las acciones, los hechos, los sistemáticos comportamientos, el vandalismo más desbocado, el salvajismo más incivil y hasta la parafernalia, hábitos y vestimenta, donde lo esencial es la capucha y el antifaz, indican con prontitud el espejo en que se miran y del que algunos, incluso, han salido para realizar este “turismo kaleborroka”, cuyos costes pagamos todos y cuyos integrantes no son precisamente ni trabajadores ni parados.
¿Qué tienen que ver estos aprendices de terroristas callejeros, pues por ahí va su modelo y para prueba el akelarre proetarra durante el carnaval de los “gamonales” en Burgos, con las gentes que protestan porque sufren, porque están angustiados, por el paro, la pobreza, el desahucio y la impotencia?
Con ellos, con la inmensa mayoría de esas gentes que se manifiestan y protestan con tantas y tan sobradas razones, NINGUNA. En mayúsculas y con rotundidad. Ellos no, pero sí quienes pretenden la amalgama en un discurso, Pero quien pretende amalgamarlos es el discurso, ese que se reitera, de los “willytoledos” y otros parecidos “héroes” de la clase obrera.
Lo que está sucediendo no es nuevo, resulta esencialmente recurrente desde hace tiempo, aunque ahora el grado de violencia haya sido tal que ha sobrecogido a la opinión publica. Tampoco es de ayer el sustrato emocional e ideológico en que se inscribe el comportamiento de la izquierda, particularmente el de IU, aunque en ocasiones el PSOE haya llegado a buscar la línea y el arrimón quizás en un desesperado y muy desnortado cálculo electoral.
Son de la “familia”, aunque un “algo” descarriados”; son “los chicos” que, en el fondo, no son “malos”. Porque los malos, es bien sabido y contrastado, son los “otros”. ¿A que les suena la letra y la música que también la han escuchado?
Es ante ello donde la izquierda debe elegir y hacerlo sin ambigüedades ni amparos. Eso o lo que hacen, que tiene también reminiscencias recientes y dolorosas, que es lo de aquellos que en el País Vasco se movían entre la complicidad más obscena o la “recogida de las nueces”.
La izquierda ante los “capuchas negras” ha de deslindarse de inmediato y extirparlos de su seno y sin temblores. Porque, de no hacerlo, serán ellos mismos los que acaben, y no al revés, enfangados y utilizados. Porque serán ellos los que a los ojos de los pacíficos y los demócratas acaben “encapuchados”.
ANTONIO PÉREZ HENARES