Adelantaré la hipótesis: al final, Ana Mato dimitió o fue cesada –que no se sabe– por despistada. Eso es lo que pretende hacer creer tras presentar la semana pasada su dimisión al frente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad de forma sorpresiva, aunque todo el mundo pedía su renuncia desde hacía meses.
Ana Mato era la ministra que no vio necesario dejar el cargo cuando aplicó el mayor recorte presupuestario jamás realizado en la sanidad española. Nada más asumir las riendas del Ministerio, redujo las partidas sanitarias en más de 7.000 millones de euros para que el déficit del Estado se acercara a los parámetros que dictaba Bruselas con sus políticas de austeridad y “adelgazamiento” del Estado de Bienestar.
Tampoco quiso dimitir cuando retiró la cartilla sanitaria a los inmigrantes irregulares que residen en nuestro país, ni cuando impulsó el copago farmacéutico que, por primera vez en la historia, obligaba a los pensionistas a asumir parte del precio de las medicinas.
Ni siquiera se planteó la dimisión el día que presentó la propuesta de aplicar un repago por ciertos servicios y prestaciones sanitarias, como el traslado en ambulancias en casos no urgentes, la adquisición de prótesis, muletas, sillas de ruedas y otras prestaciones complementarias que no se adquieren por capricho, sino por indicación médica.
La ministra Mato no consideró que sus iniciativas para reducir la financiación de la Ley de Dependencia la obligaran a dimitir, a pesar de que esa reducción pasaba por, no sólo disponer de menos recursos económicos para lo que se considera la “tercera pata” del Estado de Bienestar, sino por eliminar de las listas a dependientes moderados, a los que les negaba el derecho a recibir alguna prestación o ayuda para sus cuidados y necesidades.
Ana Mato no contempló tampoco la dimisión cuando asumió “colegiadamente” la retrógrada modificación de la Ley del Aborto que estaba elaborando su compañero de Justicia, el ministro Alberto Ruiz-Gallardón, quien sí presentó su dimisión el día que no pudo aprobar un proyecto que era masivamente rechazado en la calle, pero considerado insuficiente por la Iglesia.
La sensibilidad de la ministra para estas cuestiones sociales de su Ministerio quedó claramente de manifiesto cuando, al poco de tomar posesión, pretendió restar importancia a un caso de violencia machista al calificarlo de "asunto doméstico", sin valorar que se trata de un problema de una gravedad extraordinaria que cada año se cobra la vida de decenas de mujeres en España. Entonces no vio razones para dimitir.
Ni las halló durante la nefasta gestión de la crisis que ella misma había provocado al expatriar a España a dos misioneros religiosos contagiados por ébola en África. Las chapuzas, improvisaciones y la carencia de protocolos adecuados con los que, en un primer momento, se actuó para dispensar tratamiento terminal en nuestro país a los dos sacerdotes afectados por una enfermedad mortal que no tenía cura, determinaron que una auxiliar sanitaria resultara contaminada, dando lugar al primer caso de contagio por ébola producido fuera de aquel continente.
Ser temporalmente apartada de la gestión directa de la crisis, para ser sustituida por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, no la condujo a presentar entonces su dimisión.
Ni siquiera los condenados a muerte por Hepatitis C, a quienes les dilata en el tiempo la posibilidad de incorporar en la financiación pública el medicamento que podría curarlos, le despiertan las ganas de dimitir por su incapacidad para resolver ningún problema, ni le quitan el sueño.
Finalmente, cuando nadie lo esperaba, se ha visto obligada a dimitir en cuanto el juez Pablo Ruz hizo público el cierre del sumario de instrucción del caso Gürtel, en el que sostiene que Ana Mato fue “partícipe a título lucrativo” de los negocios de su exesposo, Jesús Sepúlveda, exalcalde de Pozuelo, imputado en la trama de corrupción.
Es decir, que la ministra Mato se había beneficiado del lucro obtenido ilegalmente por el entonces su marido, a pesar de que ella esgrimiera siempre, en todas sus declaraciones, que nunca tuvo conocimiento de esas actividades delictivas ni se había percatado de las dádivas con las que era obsequiado su esposo, como la existencia de un coche de lujo en el garaje de su casa, los viajes de vacaciones al extranjero y las celebraciones de las fiestas de cumpleaños de sus hijas, por parte de los cabecillas de la trama.
Todo esto es lo que pretende hacernos creer Ana Mato con el comunicado que emitió su Ministerio para anunciar su dimisión: que la ya exministra, al final, dimite por despistada en todo lo relacionado con el caso Gürtel, y no por su incompetencia y mediocridad al frente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Sinceramente, no sé cuál es peor motivo para dejar un cargo.
Ana Mato era la ministra que no vio necesario dejar el cargo cuando aplicó el mayor recorte presupuestario jamás realizado en la sanidad española. Nada más asumir las riendas del Ministerio, redujo las partidas sanitarias en más de 7.000 millones de euros para que el déficit del Estado se acercara a los parámetros que dictaba Bruselas con sus políticas de austeridad y “adelgazamiento” del Estado de Bienestar.
Tampoco quiso dimitir cuando retiró la cartilla sanitaria a los inmigrantes irregulares que residen en nuestro país, ni cuando impulsó el copago farmacéutico que, por primera vez en la historia, obligaba a los pensionistas a asumir parte del precio de las medicinas.
Ni siquiera se planteó la dimisión el día que presentó la propuesta de aplicar un repago por ciertos servicios y prestaciones sanitarias, como el traslado en ambulancias en casos no urgentes, la adquisición de prótesis, muletas, sillas de ruedas y otras prestaciones complementarias que no se adquieren por capricho, sino por indicación médica.
La ministra Mato no consideró que sus iniciativas para reducir la financiación de la Ley de Dependencia la obligaran a dimitir, a pesar de que esa reducción pasaba por, no sólo disponer de menos recursos económicos para lo que se considera la “tercera pata” del Estado de Bienestar, sino por eliminar de las listas a dependientes moderados, a los que les negaba el derecho a recibir alguna prestación o ayuda para sus cuidados y necesidades.
Ana Mato no contempló tampoco la dimisión cuando asumió “colegiadamente” la retrógrada modificación de la Ley del Aborto que estaba elaborando su compañero de Justicia, el ministro Alberto Ruiz-Gallardón, quien sí presentó su dimisión el día que no pudo aprobar un proyecto que era masivamente rechazado en la calle, pero considerado insuficiente por la Iglesia.
La sensibilidad de la ministra para estas cuestiones sociales de su Ministerio quedó claramente de manifiesto cuando, al poco de tomar posesión, pretendió restar importancia a un caso de violencia machista al calificarlo de "asunto doméstico", sin valorar que se trata de un problema de una gravedad extraordinaria que cada año se cobra la vida de decenas de mujeres en España. Entonces no vio razones para dimitir.
Ni las halló durante la nefasta gestión de la crisis que ella misma había provocado al expatriar a España a dos misioneros religiosos contagiados por ébola en África. Las chapuzas, improvisaciones y la carencia de protocolos adecuados con los que, en un primer momento, se actuó para dispensar tratamiento terminal en nuestro país a los dos sacerdotes afectados por una enfermedad mortal que no tenía cura, determinaron que una auxiliar sanitaria resultara contaminada, dando lugar al primer caso de contagio por ébola producido fuera de aquel continente.
Ser temporalmente apartada de la gestión directa de la crisis, para ser sustituida por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, no la condujo a presentar entonces su dimisión.
Ni siquiera los condenados a muerte por Hepatitis C, a quienes les dilata en el tiempo la posibilidad de incorporar en la financiación pública el medicamento que podría curarlos, le despiertan las ganas de dimitir por su incapacidad para resolver ningún problema, ni le quitan el sueño.
Finalmente, cuando nadie lo esperaba, se ha visto obligada a dimitir en cuanto el juez Pablo Ruz hizo público el cierre del sumario de instrucción del caso Gürtel, en el que sostiene que Ana Mato fue “partícipe a título lucrativo” de los negocios de su exesposo, Jesús Sepúlveda, exalcalde de Pozuelo, imputado en la trama de corrupción.
Es decir, que la ministra Mato se había beneficiado del lucro obtenido ilegalmente por el entonces su marido, a pesar de que ella esgrimiera siempre, en todas sus declaraciones, que nunca tuvo conocimiento de esas actividades delictivas ni se había percatado de las dádivas con las que era obsequiado su esposo, como la existencia de un coche de lujo en el garaje de su casa, los viajes de vacaciones al extranjero y las celebraciones de las fiestas de cumpleaños de sus hijas, por parte de los cabecillas de la trama.
Todo esto es lo que pretende hacernos creer Ana Mato con el comunicado que emitió su Ministerio para anunciar su dimisión: que la ya exministra, al final, dimite por despistada en todo lo relacionado con el caso Gürtel, y no por su incompetencia y mediocridad al frente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Sinceramente, no sé cuál es peor motivo para dejar un cargo.
DANIEL GUERRERO