En el tercer curso de Arquitectura me planteé marchar ese verano a trabajar al norte de Gales, ya que de ese modo podía ganar algo de dinero al tiempo que poner en práctica el precario inglés que tenía. Eran los comienzos de los setenta. Estábamos todavía en el franquismo, por lo que salir entonces al extranjero era en cierto modo una aventura. El destino se encontraba en la cadena Holiday Camps, especie de pequeña ciudad de recreo a la que acudían clase media y trabajadora británica para pasar las vacaciones.
El sitio me lo había remendado Jenny, la joven profesora de inglés a la que conocí en Sevilla. Ella todavía dependía de sus padres, que tuvieron la gentileza de acogerme en su casa de Londres, ya que yo iba camino de Pwlheli, pequeña localidad en el noroeste de Gales.
La corta estancia en Londres fue como una apertura a un mundo muy distinto al que por entonces conocía, pues la única salida que había tenido fuera de las fronteras se había producido hacia Portugal, país en el que todavía estaba vigente la dictadura salazarista, por lo que había grandes semejanzas con el nuestro desde el punto de vista político.
Pero lo que nunca olvidaré de aquel viaje fue encontrar en casa de Jenny un disco titulado Songs of Leonard Cohen. Nada más verlo, le pedí que me hiciera el favor de ponerlo en el tocadiscos. Tras escucharlo, quedé verdaderamente prendado. Canciones como ‘Suzanne’ o ‘Sisters of Mercy’ me parecían verdaderas maravillas en una voz que más bien parecía susurrar.
Apenas sabía nada de Leonard Cohen, aunque, bien es cierto, que en nuestro país en 1970 se había publicado el que con el paso del tiempo sería el mítico doble elepé titulado Llena tu cabeza de rock. Editado por la potente CBS, consistía en una recopilación de temas de grupos y cantautores que por aquellos años eran algo así como la vanguardia de lo que se escuchaba fuera de nuestras fronteras.
En ese doble elepé se encontraba el tema ‘You know who I am’ de Leonard Cohen, que si no estoy mal informado, era lo primer tema suyo que aparecía en la piel de toro, puesto que el primer elepé suyo aquí todavía no se había publicado.
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A la vuelta de mi estancia en el Reino Unido, esperé impaciente verlo en las cajas de las tiendas de discos Sevilla. Nada más saber que ya estaba editado, salí presto a comprarlo. Me aprendí todas las canciones de memoria. También supe que antes de decidirse a subir a los escenarios, Leonard Cohen era un escritor canadiense que ya tenía una amplia lista de libros de poemas. Compré también su poemario titulado La energía de los esclavos. Su lectura me hizo ver que estaba ante un gran poeta con rasgos místicos.
Ni que decir tiene que me hice incondicional suyo. Sus siguientes discos fueron apareciendo de manera regular. Songs from a Room, Songs of Love and Hate, New Skin for the Old Ceremony… empezaron a formar parte destacada de la ya amplia colección de vinilos que comenzaba a tener.
A pesar de que Cohen tenía una voz limitada, sabía obtener el máximo partido de ella, pues muchas de sus canciones eran casi para ser recitadas. Por otro lado, se acompañaba de coros y voces femeninas, que eran el apoyo y contrapunto al tono grave de su voz.
La brillantez de sus discos a medida que salían al mercado no disminuía. Solamente tuvo un gran tropezón cuando sacó, en 1977, Death of a Ladies’ Man. Un verdadero patinazo al haberle sido encargada la producción a Phil Spector, el creador de lo que llegó a llamarse ‘muro de sonido’, consistente en la sobreabundancia de coros y arreglos orquestales superpuestos, que no tenían nada que ver con la sencillez musical del poeta canadiense.
Aquí quiero hacer un breve inciso para indicar que los arreglos de Phil Spector para otras voces eran brillantes. Temas como aquella maravilla que llevaba por título ‘River Deep–Mountain High’, que popularizaron Ike and Tina Turner, o la mayoría de las producciones de los inolvidables Righteous Brothers dan fe de ello.
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Aunque Leonard Cohen ya era suficientemente conocido internacionalmente, su popularidad se extendió cuando en 1988 aparece I’m Your Man, quizás el disco del que más versiones se hayan hecho por otros cantantes, si exceptuamos su legendaria ‘Suzanne’. Hasta arreglos flamencos hemos escuchado de su conocido ‘Take this Waltz’.
Pero su voz empezaba a oscurecerse. Poco a poco, iba haciéndose cada vez más grave, por lo que inevitablemente tenía que acudir a las voces y coros femeninos, no ya como complemento, sino como verdadero apoyo para que sus canciones no perdieran el atractivo que siempre habían tenido.
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Esta pérdida de matices vocales pudo comprobarse en su siguiente disco. The Future, que vio la luz pública en 1992, cuatro años después de I´m Your Man, nos traía nueve magníficos temas, pero la voz de Cohen necesitaba el respaldo de otras voces para salir airoso en los nueve temas presentados.
Allí encontrábamos una variedad de registros: baladas, temas góspel o country. Algunas de sus canciones, caso de ‘Waiting for the Miracle’, ‘Anthem’ o el mismo ‘The Future’, sirvieron para la banda sonora de Natural Born Killers de Oliver Stone.
Este fue el último disco suyo que apareció grabado en el sistema analógico. Por otro lado, tenía una duración de casi sesenta minutos, ya que por entonces no se tenía pensado que se lanzara también en vinilo, como actualmente sucede.
Nueve años transcurrieron hasta que en 2001 apareció Ten New Songs, su siguiente álbum de estudio. En ese largo periodo, pareciera que su vida iba a estar destinada en exclusividad a la poesía y a su reclusión en un monasterio budista, religión-filosofía que es la que profesa.
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Ya cercanos a finalizar 2014, nos encontramos el último disco de estudio de Leonard Cohen. Bien es cierto que desde Ten New Songs había publicado un par de ellos, lo que nos hacía ver que seguía en plena vena creativa, que no dejaba el mundo de la canción ni las actuaciones en directo.
Así, con 80 años cumplidos, y a más de treinta del ‘descubrimiento’ que realicé en mi primer viaje a Londres, de nuevo me encuentro con un brillante disco en el que la sencillez de los arreglos nos acercan a un hombre que no deja de crear pequeñas maravillas sonoras.
Ahí están ‘Slow’, ‘Nevermind’ y, sobre todo, ‘You Got me Singing’. Esta última una bellísima canción que enlaza con aquellas espléndidas baladas que contenía su primer disco.
Es cierto que la voz de Leonard Cohen se ha vuelto grave, oscura e, incluso, cavernosa, con ciertas aproximaciones a la de Tom Waits; pero en su ayuda vienen esas cuidadas voces femeninas que son el contrapunto a la aspereza.
Sé que Leonard Cohen ya no está en el candelero. Entiendo que a la gente más joven le suene a un venerable anciano o a pieza de museo. Es lo que sentí cuando compré el último número de Rockdelux, correspondiente a enero de 2015, ya que esperaba encontrarlo dentro de los cincuenta mejores discos del 2014. Pero qué va. Tampoco en la selección de las mejores canciones internacionales aparece ninguna suya, ni siquiera ‘You Got me Singing’.
Quizás ya está fuera de tiempo y que ni siquiera merece algo de atención en las revistas especializadas, caso de la que he nombrado. Parece que a su edad se les perdona a los viejos bluesmen que sigan en activo, pero no a alguien que quiera codearse con los cantantes o grupos que salen al mercado.
A mí, sin embargo, me emociona que mis viejos y admirados Neil Young, Bob Dylan, Paul Simon o el mismísimo Leonard Cohen, todos con siete décadas o más a sus espaldas, no se hayan rendido al implacable paso del tiempo, no hayan dicho “hasta aquí he llegado, no sigo más” y publiquen pequeñas maravillas como es Popular Problems. Todos ellos muestran que la belleza, el entusiasmo y la creatividad no siempre son patrimonio de los años de juventud.
Para Abel, gran admirador del poeta y cantautor canadiense.
El sitio me lo había remendado Jenny, la joven profesora de inglés a la que conocí en Sevilla. Ella todavía dependía de sus padres, que tuvieron la gentileza de acogerme en su casa de Londres, ya que yo iba camino de Pwlheli, pequeña localidad en el noroeste de Gales.
La corta estancia en Londres fue como una apertura a un mundo muy distinto al que por entonces conocía, pues la única salida que había tenido fuera de las fronteras se había producido hacia Portugal, país en el que todavía estaba vigente la dictadura salazarista, por lo que había grandes semejanzas con el nuestro desde el punto de vista político.
Pero lo que nunca olvidaré de aquel viaje fue encontrar en casa de Jenny un disco titulado Songs of Leonard Cohen. Nada más verlo, le pedí que me hiciera el favor de ponerlo en el tocadiscos. Tras escucharlo, quedé verdaderamente prendado. Canciones como ‘Suzanne’ o ‘Sisters of Mercy’ me parecían verdaderas maravillas en una voz que más bien parecía susurrar.
Apenas sabía nada de Leonard Cohen, aunque, bien es cierto, que en nuestro país en 1970 se había publicado el que con el paso del tiempo sería el mítico doble elepé titulado Llena tu cabeza de rock. Editado por la potente CBS, consistía en una recopilación de temas de grupos y cantautores que por aquellos años eran algo así como la vanguardia de lo que se escuchaba fuera de nuestras fronteras.
En ese doble elepé se encontraba el tema ‘You know who I am’ de Leonard Cohen, que si no estoy mal informado, era lo primer tema suyo que aparecía en la piel de toro, puesto que el primer elepé suyo aquí todavía no se había publicado.
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A la vuelta de mi estancia en el Reino Unido, esperé impaciente verlo en las cajas de las tiendas de discos Sevilla. Nada más saber que ya estaba editado, salí presto a comprarlo. Me aprendí todas las canciones de memoria. También supe que antes de decidirse a subir a los escenarios, Leonard Cohen era un escritor canadiense que ya tenía una amplia lista de libros de poemas. Compré también su poemario titulado La energía de los esclavos. Su lectura me hizo ver que estaba ante un gran poeta con rasgos místicos.
Ni que decir tiene que me hice incondicional suyo. Sus siguientes discos fueron apareciendo de manera regular. Songs from a Room, Songs of Love and Hate, New Skin for the Old Ceremony… empezaron a formar parte destacada de la ya amplia colección de vinilos que comenzaba a tener.
A pesar de que Cohen tenía una voz limitada, sabía obtener el máximo partido de ella, pues muchas de sus canciones eran casi para ser recitadas. Por otro lado, se acompañaba de coros y voces femeninas, que eran el apoyo y contrapunto al tono grave de su voz.
La brillantez de sus discos a medida que salían al mercado no disminuía. Solamente tuvo un gran tropezón cuando sacó, en 1977, Death of a Ladies’ Man. Un verdadero patinazo al haberle sido encargada la producción a Phil Spector, el creador de lo que llegó a llamarse ‘muro de sonido’, consistente en la sobreabundancia de coros y arreglos orquestales superpuestos, que no tenían nada que ver con la sencillez musical del poeta canadiense.
Aquí quiero hacer un breve inciso para indicar que los arreglos de Phil Spector para otras voces eran brillantes. Temas como aquella maravilla que llevaba por título ‘River Deep–Mountain High’, que popularizaron Ike and Tina Turner, o la mayoría de las producciones de los inolvidables Righteous Brothers dan fe de ello.
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Aunque Leonard Cohen ya era suficientemente conocido internacionalmente, su popularidad se extendió cuando en 1988 aparece I’m Your Man, quizás el disco del que más versiones se hayan hecho por otros cantantes, si exceptuamos su legendaria ‘Suzanne’. Hasta arreglos flamencos hemos escuchado de su conocido ‘Take this Waltz’.
Pero su voz empezaba a oscurecerse. Poco a poco, iba haciéndose cada vez más grave, por lo que inevitablemente tenía que acudir a las voces y coros femeninos, no ya como complemento, sino como verdadero apoyo para que sus canciones no perdieran el atractivo que siempre habían tenido.
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Esta pérdida de matices vocales pudo comprobarse en su siguiente disco. The Future, que vio la luz pública en 1992, cuatro años después de I´m Your Man, nos traía nueve magníficos temas, pero la voz de Cohen necesitaba el respaldo de otras voces para salir airoso en los nueve temas presentados.
Allí encontrábamos una variedad de registros: baladas, temas góspel o country. Algunas de sus canciones, caso de ‘Waiting for the Miracle’, ‘Anthem’ o el mismo ‘The Future’, sirvieron para la banda sonora de Natural Born Killers de Oliver Stone.
Este fue el último disco suyo que apareció grabado en el sistema analógico. Por otro lado, tenía una duración de casi sesenta minutos, ya que por entonces no se tenía pensado que se lanzara también en vinilo, como actualmente sucede.
Nueve años transcurrieron hasta que en 2001 apareció Ten New Songs, su siguiente álbum de estudio. En ese largo periodo, pareciera que su vida iba a estar destinada en exclusividad a la poesía y a su reclusión en un monasterio budista, religión-filosofía que es la que profesa.
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Ya cercanos a finalizar 2014, nos encontramos el último disco de estudio de Leonard Cohen. Bien es cierto que desde Ten New Songs había publicado un par de ellos, lo que nos hacía ver que seguía en plena vena creativa, que no dejaba el mundo de la canción ni las actuaciones en directo.
Así, con 80 años cumplidos, y a más de treinta del ‘descubrimiento’ que realicé en mi primer viaje a Londres, de nuevo me encuentro con un brillante disco en el que la sencillez de los arreglos nos acercan a un hombre que no deja de crear pequeñas maravillas sonoras.
Ahí están ‘Slow’, ‘Nevermind’ y, sobre todo, ‘You Got me Singing’. Esta última una bellísima canción que enlaza con aquellas espléndidas baladas que contenía su primer disco.
Es cierto que la voz de Leonard Cohen se ha vuelto grave, oscura e, incluso, cavernosa, con ciertas aproximaciones a la de Tom Waits; pero en su ayuda vienen esas cuidadas voces femeninas que son el contrapunto a la aspereza.
Sé que Leonard Cohen ya no está en el candelero. Entiendo que a la gente más joven le suene a un venerable anciano o a pieza de museo. Es lo que sentí cuando compré el último número de Rockdelux, correspondiente a enero de 2015, ya que esperaba encontrarlo dentro de los cincuenta mejores discos del 2014. Pero qué va. Tampoco en la selección de las mejores canciones internacionales aparece ninguna suya, ni siquiera ‘You Got me Singing’.
Quizás ya está fuera de tiempo y que ni siquiera merece algo de atención en las revistas especializadas, caso de la que he nombrado. Parece que a su edad se les perdona a los viejos bluesmen que sigan en activo, pero no a alguien que quiera codearse con los cantantes o grupos que salen al mercado.
A mí, sin embargo, me emociona que mis viejos y admirados Neil Young, Bob Dylan, Paul Simon o el mismísimo Leonard Cohen, todos con siete décadas o más a sus espaldas, no se hayan rendido al implacable paso del tiempo, no hayan dicho “hasta aquí he llegado, no sigo más” y publiquen pequeñas maravillas como es Popular Problems. Todos ellos muestran que la belleza, el entusiasmo y la creatividad no siempre son patrimonio de los años de juventud.
Para Abel, gran admirador del poeta y cantautor canadiense.
AURELIANO SÁINZ