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Sobre dioses y balas

Iba a escribir sobre unos lápices que jamás volverán a dibujar. Mi relato tenía como protagonista un arma reivindicativa. La sátira, azúcar a la amarga realidad. Algunos papeles manché sobre la hermosura encerrada en la palabra "paz".

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Me documenté sobre si los dioses y profetas tenían sentido del humor. Deben de tener uno muy propio. Tan único y diferente que muchas veces no entendemos sus chistes. No por ignorancia: es que no estamos preparados al ser simples mortales. Tener solo la fe como herramienta de traducción no ayuda.

El primer párrafo hablaba de unos ciudadanos que iban a trabajar. Durante el trayecto desde su domicilio hasta su puesto laboral, otros personajes deciden que su vida no vale nada. Que es incluso sacrificable. El motivo no lo tenía claro.

En un primer borrador, puse que asesinaron en nombre de su deidad, por osar las víctimas a poner su cara en un dibujo de una revista. No sé si sonará creíble. Borré de inmediato esa idea. Debía encontrar otro motivo más razonable, para no preocupar en exceso al lector.

No dormiría tranquilo trasmitiendo la idea de que hay humanos, al menos tienen forma humana, que asesinan en nombre de una religión determinada. En vez de tolerar y convivir con la del vecino, le vuelan los sesos al prójimo que es más rápido. Qué cosas tenemos los escritores.

El relato tenía también algo de ensayo. Sobre si existen esos dioses y profetas por los que tantas veces se aprietan gatillos. Unos asesinos no representan a todo un conjunto de creyentes en una fe determinada.

No tiene nada que ver aportar conocimientos vitales en Matemáticas, Agricultura o Medicina a toda una civilización o predicar que hay que ayudar al prójimo por encima de todas la cosas, con rebanar pescuezos o volar por los aires a aquel que no coincida con tu visión del Ser que está por encima de nuestras cabezas.

Me negué añadir en el ensayo la palabra "santa" a estos actos de guerra, como los llaman estos cobardes. Da igual el nombre por el que se manchen las manos de sangre los fanáticos, el nombre de la religión, si viene de Oriente u Occidente, es vomitivo.

La santidad, no sabía muy bien cómo definirla, estaba muy alejada de todo esto. Tenía que poner esta reflexión en el ensayo para indicar que no se generalizara. "Generalizar" es un verbo muy peligroso. Puede hacer más daño que una bomba.

El segundo párrafo iba a describir la profesión de los ciudadanos que son abatidos a tiros. Iba a pasarlo muy mal tratando de aproximarme un poco a la ironía que supone pertenecer a un gremio, que en teoría está protegido con la bandera libertad, constantemente pisoteado.

Supongo que hay quien se descojona con palabras como "libertad de expresión", "verdad", "información veraz", etcétera. El relato pedía que algún día explicaran la broma. Secretos en reunión son de mala educación.

Más adelante, tenía guardadas unas líneas acojonantes. Sobre que un cuerpo puede ser mutilado o acribillado, pero las ideas de los dueños de los cuerpos mutilados y acribillados no entienden de biología. No ceden a la violencia. Pero las eliminé.

Me imaginé a un familiar cercano estando hasta los cojones. Imaginé a un hijo gritando que a las ideas de su padres no podía darles los buenos días, un abrazo. Regalarles un buen libro por su cumpleaños.

En definitiva, el relato se me iba de las manos. Suele pasar. Luego quise añadir pequeñas reflexiones personales. Si nosotros mismos nos poníamos la mordaza por miedo, indirectamente habremos apretado el gatillo en cualquier ciudad donde el terrorismo haya dejado tarjeta de visita. Además, mezclaba las palabras "religión" y "política" aposta. Indicando que esta palabras pequeñas podían llegar a ser grandes hijas de puta. No siempre. Pero demasiadas veces. Sobredosis.

No dormía pensando en nombrar cosas. Me invadieron la cama "hipócrita", "sangre", "guerra", "muerte", "fanatismo", "gritos", "dolor". Todas ellas a la vez. Lógico que sudara frío. Tomé mi café en un descanso tras escribir durante un buen rato.

Mirando por la ventana, con la radio de fondo, creía que sería genial poder trasmitir todo el sentimiento de repulsa hacia el asqueroso acto. Lástima que tuvieran que pasar desgracias para que nos pusiéramos de acuerdo en algo. Pero dejé de ser cínico, por un momento, e intenté seguir escribiendo.

El relato iba a tener un final apoteósico. Un puñetazo sobre la mesa. Era más violencia. Cagarte en los muertos de la violencia con violencia, puede ser gracioso, pero estúpido. No era necesario en estos momentos. Aunque sea en forma de dicho popular o literario.

Lo que más me preocupaba era escribir mucho y no decir nada. Eso se lo dejo a los que intentarán acaparar portadas, los que quieran aprovechar la situación para que gane su discurso de odio y de miedo en las urnas, los que quieran hacerse ricos con estas situaciones. Para ellos cedo mi parte de mierda.

En definitiva, el relato trataba de muchísimas cosas. Algunas muy importantes. Iba a ser escrito de tal forma que la única manera en que podía leerse era a gritos. Quizás era un proyecto demasiado ambicioso. Quizás no cabe tu granito de arena contra la barbarie en un solo relato. Quizás por eso nunca tuve los cojones de escribirlo.

CARLOS SERRANO
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