Fue el último Debate sobre el Estado de la Nación y fue el primer mitin de la sucesión de campañas que llevarán a final de año a un nuevo Parlamento y a un mapa político tan diferente, según los pronósticos, que bien podrá hablarse de un fin y un principio de ciclo político y hasta, según algunos, de un derrumbe del “Régimen” que es como se empeñan en insultar a la democracia española y a su Constitución, tan duramente conseguidos, ciertos autoproclamados salvadores patrios, aún por contrastar en urna.
Pero más allá de estos delirios, sí que todo indica que hay una enorme “fatiga de materiales”, que crisis y corrupción han conducido a descrédito y desapego y que es necesaria algún tipo de regeneración y de catarsis, de limpieza a fondo de las acequias para quitarle tanto cieno y tanta broza porque, de lo contrario, hay quienes lo que pretenden es volar el manantial, que reviente y que la riada anegue todo, aunque nos deje sin huerto, sin trigo y sin casa.
En síntesis, a lo que hemos asistido, quizás sin darnos cuenta, ha sido a la despedida de un escenario político que ha permanecido inalterable en lo esencial, con tan solo algún ligero retoque y una alternancia en los primeros actores, durante más de tres decenios. Dos partidos mayoritarios se han turnado en el poder y han representado en la Cámara a la gran mayoría del pueblo español. Nacionalistas y una minoría de izquierda radical han completado el escenario pero en un claro papel de comparsas. Aunque a veces muy bien pagadas.
Ahora es el propio escenario el que está en juego, el bipartidismo parece zozobrar irremediablemente y el tiempo de las grandes mayorías parece ser ya cosa del pasado. Cuidado, que parece, y hasta la urna todo es toro, pero el vuelo de las aves, los oráculos y todos los arcanos parecen augurarlo. Aún son pájaros volando pero si se posan en votos, la escena va a cambiar de arriba abajo y la obra va a tener muy diferente argumento y muy diferentes actores que la representen.
Ese mismo debate que ha concluido ya no podrá ser el mismo, porque una característica de nuestro poder político es que siempre ha sido un juego a dos, que uno acababa por ejercer en solitario –siempre hemos tenido gobiernos de un partido en solitario– y ahora puede ser a cuatro pero que, además, para llegar a la Moncloa hayan de ir, obligatoriamente, y como poco, y encollerados. De a dos o de a tres, incluso.
Así que quien suba a la tribuna será el presidente pero abajo puede que amén de su partido haya otros que estén en el Gobierno y que en la oposición haya tal variedad de voces de parecido poder que, en absoluto, quede la cosa en un cara a cara entre dos bocas. Variedad, dirán, la ha habido siempre. Sí, pero la diferente potencia era tremendamente dispareja.
Por todo ello, viéndolo y oyéndolos, unos se preguntaba y estoy seguro que en algún momento todos y cada uno de los intervinientes hacía lo propio, si el próximo año estarían donde están y si siquiera estarán allí. ¿Estarán y como los dos protagonistas, Rajoy y Sánchez? El uno habrá de revalidar triunfo e investidura. No lo tiene fácil.
El otro aún menos, aunque seguro que sueña en devolverle la frase “No vuelva usted por aquí a no decir nada” y restregársela con un “soy yo ahora el que digo”. Uno y otro pueden continuar y Sánchez hasta ascender al cielo pero también pueden haber caído por los infiernos de la derrota y en el caso del socialista, antes incluso, en el limbo de los olvidos.
Eso ellos, que ya me contarán esa parte del mobiliario del Congreso, y del hotel Palace, llamada Duran i Lleida, puede que ni una parte ni otra de su apellido continúen como puede que también lo que la "i" une en sus siglas se haya hecho trizas y de CiU no queden ni las raspas.
Lo que quede también de UPyD también habrá que verlo y si el partido de Rosa Díez se queda solo y exclusivamente en eso, en Rosa Díez, y si es que en ella queda siquiera. Y lo que quede de IU pues es otra incertidumbre, aunque a ellos puede que en un descuido no les queden ni las siglas, aunque algunos se hayan limitado a ponerse del revés la misma camiseta para seguir vistiendo escaño. En suma, que se barruntaba mucho jubilado y hasta los que ayer se estrenaban en tribuna, Sánchez y Garzón, irse también a prejubilación obligatoria, o mejor dicho, al puro paro tras haber sido víctimas de un ERE electoral.
Esto en cuanto a los presentes, pero en este último debate eran los todavía ausentes quienes se paseaban ectoplásmicamente por el hemiciclo y alguno hasta parecía corporeizarse por momentos, como en una película de fantasmas, de Los otros, e ir mirando la bancada, el sitial y la fila donde iba colocarse y sentar a los suyos arrojando a los de ahora a las tinieblas exteriores. Los otros tuvieron en el debate una presencia casi física.
Pero que todavía no se toca, aunque haya quien la palpe. Y en ello al uno, Pablo Iglesias, y al otro Albert Rivera, se le notan ya las más profundas diferencias. El primero va de tan sobrado que se atribuyó hasta el título de jefe de la oposición y como tal montó una pantomima donde no solo acogotaba triunfalmente a Rajoy sino que ya de entrada era aclamado como presidente.
Fue un sainete esperpéntico, donde por no dejar no dejaron ni preguntar a la prensa, pero que, como siempre para esta formación, gozó de todas las alfombras mediáticas y televisivas, algo que tiene perpleja a Europa entera: las grandes cadenas privadas de televisión, los dos más potentes grupos mediáticos de España convertidos en púlpitos de un partido antisistema y de padrinazgo chavista. Alucinante pero tan real como la vida cotidiana en nuestras pantallas.
Esta vez, sin embargo, los Podemitas y sus voceros del Agitprop se han pasado de frenada. Esa soberbia de intitularse único portavoz del pueblo y retar a Rajoy a un debate televisivo ha sido demasiado incluso para los palmeros. ¿Duelo con el presidente? Sí, hombre y ya puestos con Cintora de "moderador". Ese derecho se gana en las urnas y usted, señor Iglesias, aún no lo ha ganado. No sea fatuo.
El otro ausente-presente, Albert Rivera, fue más modesto o más sensato. O las dos cosas. Satisfecho de su presencia-ausencia que le daba visibilidad aún sin escaño, manifestó su deseo de hacer uso de él pero no para dinamitarlo. Y lo que empezó a tomar cuerpo es que, quizás, el debate que convendría sería uno entre ambos, entre Iglesias y Rivera. Pero a ese Iglesias parece que no quiere ir ni en pintura.
Pero más allá de estos delirios, sí que todo indica que hay una enorme “fatiga de materiales”, que crisis y corrupción han conducido a descrédito y desapego y que es necesaria algún tipo de regeneración y de catarsis, de limpieza a fondo de las acequias para quitarle tanto cieno y tanta broza porque, de lo contrario, hay quienes lo que pretenden es volar el manantial, que reviente y que la riada anegue todo, aunque nos deje sin huerto, sin trigo y sin casa.
En síntesis, a lo que hemos asistido, quizás sin darnos cuenta, ha sido a la despedida de un escenario político que ha permanecido inalterable en lo esencial, con tan solo algún ligero retoque y una alternancia en los primeros actores, durante más de tres decenios. Dos partidos mayoritarios se han turnado en el poder y han representado en la Cámara a la gran mayoría del pueblo español. Nacionalistas y una minoría de izquierda radical han completado el escenario pero en un claro papel de comparsas. Aunque a veces muy bien pagadas.
Ahora es el propio escenario el que está en juego, el bipartidismo parece zozobrar irremediablemente y el tiempo de las grandes mayorías parece ser ya cosa del pasado. Cuidado, que parece, y hasta la urna todo es toro, pero el vuelo de las aves, los oráculos y todos los arcanos parecen augurarlo. Aún son pájaros volando pero si se posan en votos, la escena va a cambiar de arriba abajo y la obra va a tener muy diferente argumento y muy diferentes actores que la representen.
Ese mismo debate que ha concluido ya no podrá ser el mismo, porque una característica de nuestro poder político es que siempre ha sido un juego a dos, que uno acababa por ejercer en solitario –siempre hemos tenido gobiernos de un partido en solitario– y ahora puede ser a cuatro pero que, además, para llegar a la Moncloa hayan de ir, obligatoriamente, y como poco, y encollerados. De a dos o de a tres, incluso.
Así que quien suba a la tribuna será el presidente pero abajo puede que amén de su partido haya otros que estén en el Gobierno y que en la oposición haya tal variedad de voces de parecido poder que, en absoluto, quede la cosa en un cara a cara entre dos bocas. Variedad, dirán, la ha habido siempre. Sí, pero la diferente potencia era tremendamente dispareja.
Por todo ello, viéndolo y oyéndolos, unos se preguntaba y estoy seguro que en algún momento todos y cada uno de los intervinientes hacía lo propio, si el próximo año estarían donde están y si siquiera estarán allí. ¿Estarán y como los dos protagonistas, Rajoy y Sánchez? El uno habrá de revalidar triunfo e investidura. No lo tiene fácil.
El otro aún menos, aunque seguro que sueña en devolverle la frase “No vuelva usted por aquí a no decir nada” y restregársela con un “soy yo ahora el que digo”. Uno y otro pueden continuar y Sánchez hasta ascender al cielo pero también pueden haber caído por los infiernos de la derrota y en el caso del socialista, antes incluso, en el limbo de los olvidos.
Eso ellos, que ya me contarán esa parte del mobiliario del Congreso, y del hotel Palace, llamada Duran i Lleida, puede que ni una parte ni otra de su apellido continúen como puede que también lo que la "i" une en sus siglas se haya hecho trizas y de CiU no queden ni las raspas.
Lo que quede también de UPyD también habrá que verlo y si el partido de Rosa Díez se queda solo y exclusivamente en eso, en Rosa Díez, y si es que en ella queda siquiera. Y lo que quede de IU pues es otra incertidumbre, aunque a ellos puede que en un descuido no les queden ni las siglas, aunque algunos se hayan limitado a ponerse del revés la misma camiseta para seguir vistiendo escaño. En suma, que se barruntaba mucho jubilado y hasta los que ayer se estrenaban en tribuna, Sánchez y Garzón, irse también a prejubilación obligatoria, o mejor dicho, al puro paro tras haber sido víctimas de un ERE electoral.
Esto en cuanto a los presentes, pero en este último debate eran los todavía ausentes quienes se paseaban ectoplásmicamente por el hemiciclo y alguno hasta parecía corporeizarse por momentos, como en una película de fantasmas, de Los otros, e ir mirando la bancada, el sitial y la fila donde iba colocarse y sentar a los suyos arrojando a los de ahora a las tinieblas exteriores. Los otros tuvieron en el debate una presencia casi física.
Pero que todavía no se toca, aunque haya quien la palpe. Y en ello al uno, Pablo Iglesias, y al otro Albert Rivera, se le notan ya las más profundas diferencias. El primero va de tan sobrado que se atribuyó hasta el título de jefe de la oposición y como tal montó una pantomima donde no solo acogotaba triunfalmente a Rajoy sino que ya de entrada era aclamado como presidente.
Fue un sainete esperpéntico, donde por no dejar no dejaron ni preguntar a la prensa, pero que, como siempre para esta formación, gozó de todas las alfombras mediáticas y televisivas, algo que tiene perpleja a Europa entera: las grandes cadenas privadas de televisión, los dos más potentes grupos mediáticos de España convertidos en púlpitos de un partido antisistema y de padrinazgo chavista. Alucinante pero tan real como la vida cotidiana en nuestras pantallas.
Esta vez, sin embargo, los Podemitas y sus voceros del Agitprop se han pasado de frenada. Esa soberbia de intitularse único portavoz del pueblo y retar a Rajoy a un debate televisivo ha sido demasiado incluso para los palmeros. ¿Duelo con el presidente? Sí, hombre y ya puestos con Cintora de "moderador". Ese derecho se gana en las urnas y usted, señor Iglesias, aún no lo ha ganado. No sea fatuo.
El otro ausente-presente, Albert Rivera, fue más modesto o más sensato. O las dos cosas. Satisfecho de su presencia-ausencia que le daba visibilidad aún sin escaño, manifestó su deseo de hacer uso de él pero no para dinamitarlo. Y lo que empezó a tomar cuerpo es que, quizás, el debate que convendría sería uno entre ambos, entre Iglesias y Rivera. Pero a ese Iglesias parece que no quiere ir ni en pintura.
ANTONIO PÉREZ HENARES