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El partido personal

Las nuevas formaciones políticas se han caracterizado por unos hiperliderazgos que les han marcado de manera muy decisiva hasta casi anteponerse a la propia marca. Así, UPyD es el partido de Rosa Díez; Ciudadanos el de Albert Rivera y Podemos, por mucho que pretendan recubrirle de barnices y apariencias unas veces de Komintern soviético y otras de triunvirato romano, acaba por identificarse como el partido de Pablo Iglesias.



Es una evidencia aunque ello contraste con la adopción de fórmulas participativas y de indudable avance democrático entre sus afiliados y simpatizantes. Una cosa no quita la otra. El fuerte peso de sus dirigentes máximos es un factor decisivo en esas formaciones y es por ello que los comportamientos de sus cabezas marcan en buena medida la hoja de ruta y los resultados de sus formaciones.

La soberbia de Rosa Díaz ha destruido a UPyD. Es una evidencia. También lo es que algunos de los que ahora quieren degollarla, la adulaban y arremetían contra quienes propusieron otras alternativas. Como hizo Irene Lozano, llegando hasta el insulto con Sosa Wagner cuando este propuso el acuerdo con Ciudadanos.

Los críticos de hoy quizás tendrían mayor credibilidad si, como paso previo, dejarán también su escaño, que en buena parte deben a quien ahora repudian. Si no, va a parecer que hay en su actitud algo de sálvese quien pueda y a ver ahora dónde me coloco.

Ciudadanos ha hundido en la irrelevancia a UPyD. Su oferta tantas veces rechazada de unión la han impuesto las urnas votando al partido de Rivera. Ha sido en las andaluzas y al final ha sido la Díaz quien haya supuesto la tumba de la Díez por mucho que haya logrado ganar tiempo para ponerle fecha a un entierro político que se antoja inexorable.

Pero esa misma hecatombe que se abate sobre UPyD puede ser tambien la amenaza latente en el seno de quienes ahora parecen en disposición de convertirse en alternativas a los partidos, PP y PSOE, que han dominado el escenario español desde la llegada de la democracia. De hecho, los primeros síntomas comienzan ya a aflorar en Podemos y está por ver si Albert Rivera no cae en parecidas tentaciones.

No lo parece pues está más curtido, conoce ya en su trayectoria el sabor de algún fracaso, como aquellas primeras europeas, y las municipales catalanas. Pero su gran reto es que su partido consiga estructurarse más allá de su persona y, otro factor decisivo, reducir al mínimo la invasión de un aluvión de oportunistas que ahora acuden a él como moscas a la miel de los cargos y el poder.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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