El último premio Cervantes, concedido a Juan Goytisolo, ha encendido la ira de la “caverna”, que se ha dedicado sin disimulo a minusvalorar los méritos del escritor barcelonés afincado en Marruecos, en un alarde de desprecio genético como sólo la derecha ultramontana es capaz de mostrar, y en acusar al jurado de hacer un gesto “diarreico y genuflexo” con tal de fastidiar al nacionalismo catalán y de apaciguar al fanatismo islámico, aquel cuya intransigencia religiosa podría equipararse a nuestra intolerancia cultural si no fuera porque la primera actúa con criminal violencia asesina.
Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) es un profesional de las letras que, como todos, podrá gustar o no, pero al que no se le puede negar una indudable calidad literaria que, al fin y al cabo, es lo que premia la más alta distinción que España concede en el terreno literario.
Es cierto que este autor, encuadrado entre los más precoces de los que vivieron la Guerra Civil como “niños asombrados”, no elude planteamientos literarios para abordar lo social desde términos de mayor compromiso. Un compromiso que, movido por la heterodoxia total en sus ensayos, le hace cultivar el tema de la traición hacia su país y la transgresión de todos sus valores –Disidencias (1977), Libertad, libertad (1978)–, hasta el extremo de provocar el enraizamiento del escritor en el Magreb e incentivar su interés por la civilización árabe. De ahí que en unas provocativas declaraciones reconociera que había pensado venir a recoger el premio vestido con una chilaba en vez de chaquet.
La derecha cavernícola no le perdona ni una cosa ni la otra, pues repudia tanto el “desaliño” indumentario con el que recibió el premio de manos del rey Felipe VI como la traición deliberada que muestra hacia su país o, mejor dicho, al modelo de país que encarna esa derecha intolerante, a pesar de que Goytisolo trasciende el rechazo de lo hispánico con el cuestionamiento de la sociedad occidental y el consumismo desaforado al que se entrega.
Dejándose llevar por el sectarismo más ciego y vulgar, esa derecha faltona brama insolente por la concesión del premio a un “hereje” de la literatura española, objeto de sus fobias y rencores, aunque un jurado independiente, experto en la materia, haya valorado exclusivamente la calidad literaria de sus escritos: novelas, ensayos y artículos.
Y es que, para los sectarios recalcitrantes, es preferible valorar –y premiar– la afinidad ideológica que la habilidad de cualquier escritor, pintor, escultor o compositor, cuya calidad artística supera la temática de su obra.
Para estos que, en los medios que cobijan su mala uva, no tienen empacho de tildar al premiado como autor de “bodrios” (De Prada) y de que no puede ser “más plasta ni más aburrido” (Robles), parece que les duele más que el Cervantes no se lo dieran a ellos (tan adalides de las esencias patrias) antes que a un “viejo perroflauta” (Leguina) de izquierdas.
Los méritos de los críticos son de sobra conocidos, como aquel Coños del predicador de Trento con tendencia a la obesidad o los tópicos típicos del casticismo sevillano, experto en filología semanasantera, del vanidoso de la feria.
Puestos a seleccionar uno de ellos, elegiría al de Baracaldo, sin la acritud que él profesa a Goytisolo, ya que hay que reconocerle su demostrada maestría literaria aunque no comulgue con su ideología retrógrada y tradicionalista. Esa es la diferencia entre un sectario y un ecuánime: al primero lo ciega la pasión irracional, el segundo intenta ser imparcial y justo.
Y aunque a mí tampoco me gusta Goytisolo, no por ello despotrico de la decisión del jurado ni menosprecio los atributos literarios de la obra del premiado, quien aprovechó la ocasión para incidir en sus planteamientos de compromiso social, haciendo un llamamiento a no evadirse de la “realidad inicua” que nos rodea y no resignarnos con las injusticias.
Su discurso concluyó pidiendo “digamos bien alto que podemos” para subrayar que hoy “las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo”. Tal vez a la derecha reaccionaria le moleste que este compromiso no sea una postura oportunista, sino que su extensa y variada obra ya había sido prohibida por la censura franquista desde 1963, sin que por ello dejara de ejercer influencia en ámbitos intelectuales y progresistas.
Como sabe cualquier conocedor de las patologías sociales y los trastornos psiquiátricos, los miedos y el rencor alimentan el sectarismo de los mediocres. Es lo que acaba de poner de manifiesto el último premio Cervantes con el vómito que ha provocado en los que han intentado denostar al galardonado. A mayor honra del afortunado.
Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) es un profesional de las letras que, como todos, podrá gustar o no, pero al que no se le puede negar una indudable calidad literaria que, al fin y al cabo, es lo que premia la más alta distinción que España concede en el terreno literario.
Es cierto que este autor, encuadrado entre los más precoces de los que vivieron la Guerra Civil como “niños asombrados”, no elude planteamientos literarios para abordar lo social desde términos de mayor compromiso. Un compromiso que, movido por la heterodoxia total en sus ensayos, le hace cultivar el tema de la traición hacia su país y la transgresión de todos sus valores –Disidencias (1977), Libertad, libertad (1978)–, hasta el extremo de provocar el enraizamiento del escritor en el Magreb e incentivar su interés por la civilización árabe. De ahí que en unas provocativas declaraciones reconociera que había pensado venir a recoger el premio vestido con una chilaba en vez de chaquet.
La derecha cavernícola no le perdona ni una cosa ni la otra, pues repudia tanto el “desaliño” indumentario con el que recibió el premio de manos del rey Felipe VI como la traición deliberada que muestra hacia su país o, mejor dicho, al modelo de país que encarna esa derecha intolerante, a pesar de que Goytisolo trasciende el rechazo de lo hispánico con el cuestionamiento de la sociedad occidental y el consumismo desaforado al que se entrega.
Dejándose llevar por el sectarismo más ciego y vulgar, esa derecha faltona brama insolente por la concesión del premio a un “hereje” de la literatura española, objeto de sus fobias y rencores, aunque un jurado independiente, experto en la materia, haya valorado exclusivamente la calidad literaria de sus escritos: novelas, ensayos y artículos.
Y es que, para los sectarios recalcitrantes, es preferible valorar –y premiar– la afinidad ideológica que la habilidad de cualquier escritor, pintor, escultor o compositor, cuya calidad artística supera la temática de su obra.
Para estos que, en los medios que cobijan su mala uva, no tienen empacho de tildar al premiado como autor de “bodrios” (De Prada) y de que no puede ser “más plasta ni más aburrido” (Robles), parece que les duele más que el Cervantes no se lo dieran a ellos (tan adalides de las esencias patrias) antes que a un “viejo perroflauta” (Leguina) de izquierdas.
Los méritos de los críticos son de sobra conocidos, como aquel Coños del predicador de Trento con tendencia a la obesidad o los tópicos típicos del casticismo sevillano, experto en filología semanasantera, del vanidoso de la feria.
Puestos a seleccionar uno de ellos, elegiría al de Baracaldo, sin la acritud que él profesa a Goytisolo, ya que hay que reconocerle su demostrada maestría literaria aunque no comulgue con su ideología retrógrada y tradicionalista. Esa es la diferencia entre un sectario y un ecuánime: al primero lo ciega la pasión irracional, el segundo intenta ser imparcial y justo.
Y aunque a mí tampoco me gusta Goytisolo, no por ello despotrico de la decisión del jurado ni menosprecio los atributos literarios de la obra del premiado, quien aprovechó la ocasión para incidir en sus planteamientos de compromiso social, haciendo un llamamiento a no evadirse de la “realidad inicua” que nos rodea y no resignarnos con las injusticias.
Su discurso concluyó pidiendo “digamos bien alto que podemos” para subrayar que hoy “las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo”. Tal vez a la derecha reaccionaria le moleste que este compromiso no sea una postura oportunista, sino que su extensa y variada obra ya había sido prohibida por la censura franquista desde 1963, sin que por ello dejara de ejercer influencia en ámbitos intelectuales y progresistas.
Como sabe cualquier conocedor de las patologías sociales y los trastornos psiquiátricos, los miedos y el rencor alimentan el sectarismo de los mediocres. Es lo que acaba de poner de manifiesto el último premio Cervantes con el vómito que ha provocado en los que han intentado denostar al galardonado. A mayor honra del afortunado.
DANIEL GUERRERO