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La buena o mala educación

Hoy voy a hacer referencia a la llamada buena o mala educación, eso que entendíamos como buenos o malos modales, incluso como civismo refiriéndonos al comportamiento respetuoso con las normas de convivencia pública. Lo que pretendo plantear concierne al conjunto de la sociedad y no es una cuestión exclusiva de la escuela. Ya está bastante machacada la pobre por la ineptitud político-ideológica y con frecuencia por proyectiles sociales, como para que tiremos piedras a su tejado.



Dicen que nos hemos convertido en una sociedad de mal-educados, dicen que, cada vez más, menospreciamos con desdén a los demás. Es posible que dichos alegatos tenga gran parte de verdad. Disponemos de sondeos sobre multitud de aspectos de nuestro entorno pero sobre los índices de buena o mala educación carecemos de detalles.

El día a día nos puede aportar pruebas en este terreno pero no serán valoradas como datos objetivos al considerarlas como algo ¿relativo?, si partimos de que muchas de las pautas calificadas como ejemplo de buena o mala educación perfectamente pueden ser tildadas por unos de subjetivas, y carecer de importancia lo que para otros serían graves faltas.

Con frecuencia vengo haciendo referencia a detalles relacionados con las maneras o actitudes que mantenemos frente a los demás en el día a día. Los escenarios son muy variados y la lista larga. En el autobús, colas, transitar por la calle, nerviosas motos y juguetonas bicicletas, basura burlándose de contenedores o papeleras… El inventario puede ampliarse con una retahíla de detalles.

El eslogan publicitario decía que “en las distancias cortas es donde una colonia se la juega”. Está claro que si dicha agua de colonia huele bien, mientras más me aproxime al otro mejor percibirá la fragancia. Pero si olemos mal el rechazo será evidente.

Pues con la buena o mala educación pasa lo mismo. Dicho en otros términos, al actuar cerca o frente a los demás oleremos bien o mal según nuestra forma de portarnos que es, en definitiva, el perfume que nos “ponemos”. La consideración que damos a los demás afecta de forma directa o indirecta a los que nos rodean. En otras palabras, la buena o mala educación que ofrecemos en el trato diario repercute en nuestra imagen exterior, aunque no aparezca reflejada en estadísticas.

Supongo que estará claro para la mayoría, que deseamos la felicidad como legítimo fin de nuestras acciones y por tanto es lógico que rehuyamos cualquier tipo de sufrimiento, de carencia que nos impida ser felices. ¿Significa eso que sólo nos mueve la comodidad y el más puro hedonismo? Ser felices es una legítima meta a conseguir, el problema es el cómo. Desde luego no al precio de caiga quien caiga…

A grandes rasgos hay que decir que en nuestro entorno prima la diversión, lo festolero, la vida fácil sobre el empeño en conseguir algo, eso que se suele llamar esfuerzo. Estamos instalados en la era del llamado “bajo coste” o si lo prefieren en la sociedad “clínex” donde todo es de usar y tirar, incluidas las personas. Pásalo lo mejor posible que la vida es breve, sería el lema.

Un ejemplo, que no está muy lejano, son esos fines de semana frenéticos que se han institucionalizado en torno al botellón como divertimento. El campo de batalla de una noche “botellonera” –basura esparcida por doquier– sería el reflejo más elocuente de dicha filosofía “clínex”.

Como botón de muestra aduzco las hogueras de San Juan con su hechizo, que han abarrotado las playas valencianas en una fiesta donde las fogatas (magia) y el alcohol (despiporre y abuso) han sido los protagonistas y artífices de más de un centenar de quemaduras, comas etílicos, amén de una muerte por arma blanca. Como detalle sin importancia: los servicios de limpieza han retirado 20.960 kilogramos de residuos sólidos urbanos.

A modo de colofón cito de nuevo el libro Inteligencia natural-In del profesor Aranda por lo significativas y claras que resultan muchas de las ideas que expone. Dice: “Hablamos de educar para sacar el máximo provecho de las capacidades con las que nos ha regalado a todos la naturaleza… que son clave para lograr el óptimo desarrollo de la personalidad, para lograr personas capaces de ser felices, de triunfar en la vida. Para ello necesitamos tener ideas claras, sentido común y una buena dosis de voluntad y constancia en el tiempo”. Lamentablemente el sentido común parece que lo perdimos en una esquina cualquiera de nuestra sociedad. La voluntad y la constancia son palabras mayores y hay que pensarlas dos veces.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
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