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Premios menores

Un tren atraviesa los maizales antes de descarrilar. Despierto del coma y pinto un punto y seguido en tus labios. Me he cansado de luchar por el rey, por el pueblo, por la libertad. Cansado de recorrer el esqueleto de plomo de aquel dinosaurio. Deseo ser William Wallace y que mis huevos griten libertad bajo la falda y a mí que me zurzan, que mi esperma vaya en punta de lanza hacia cualquier invento sin costes, hacia Nuevo Méjico y Nueva York.



Buscar el amor, remoto y sobre una lona vieja, dejarme la prisa en los escalones y tomar posiciones anarquistas cuando nos vayamos a la cama. Que huelas mis ingles y yo hable tu inglés con los ojos en blanco, y que te busque en los mercados, entre las voces de los gondoleros, entre los viejecitos gangueando. Entre los rebaños que he dejado en mis estantes. En mis instantes. El amor no es sólo cosa de solomillos, lleva implícito que con la arcilla del tiempo también caigan tus dictaduras y las chinchetas que sostienen al miedo.

Las mejores etapas de una vida culminan y son desbaratadas limpiamente con una operación terrorista espectacular. La suerte de los adioses a tiempo son premios menores. Tú llegaste cuando mi acero de Titanic se volvía quincalla. El tuyo, tu hasta luego, se me hizo de granito. En mí creció todo, y mis latidos cabían ya en un traje de Pavarotti.

Malgasté vidas, o no, me situé fuera de las rasantes comunes, eso sí. Logré birdies o bogeys o eagles. Sí, es lo que me gusta del golf, que es la vida misma, que es un juego malicioso de golpes y hoyos. La infancia, la adolescencia, son huéspedes que se marchan off the record, sin descendencia, sin conversaciones de paz. Pero el muelle trae siempre una nueva bala, y hay que continuar desaguando lágrimas a través del acueducto. Hay que hacerse fuerte, bien sea sentado en el pescante mientras corres la posta o mientras tratas inútilmente de reconstruir tus murallas.

Aquella mañana daban sepultura a un motociclista bajo la fiebre. Yo afilaba músculos para volver a Atapuerca, a Carlomagno, y así poder ignorar que tú ganas más dinero, que cotizas en cualquier parque. Un viejo luchaba por su vida dándole pulso a una cocacola. Dios bendiga a los fantasmas que nos cuidan o nos asustan. Y a estos muertos moribundos que aún nos hablan.

Sin ti, sin los fantasmas, sin la respiración de algunos muertos, las ficciones serían muy aburridas; no podríamos apostar al cómo sería la vida sin o con. Contemplo los cielos y creo ver en ellos una piscina atascada. Y acierto a descubrir a tres pintores ante una fachada en blanco, sin saber qué hacer. A veces pienso, estoy convencido de ello, que deseo descorrer el cerrojo y dejar salir al loco que hay en mí, liberar a la bestia, callar cuando pierda y sonreir cuando gane.

Te conocí en aquel montaje forestal cuando mi corazón era un cementerio que exigía respeto al descanso vecinal. Apareciste entre las fintas de esgrimista de los jilgueros, blandiendo espada infiel, cuando yo, como cada héroe trasnochado, apuntaba maneras para mi propio kill him self en las páginas de sucesos.

Quise combatirte con un gladiolo y mi falta de pericia propició que me pinchara con la rueca. Te tuve frente a mí, te sostuve la mirada a duras penas, arrojé mis ojos a la alcantarilla, mi armadura comenzó a padecer reuma. Lanzaste la botella al aire. ¿Qué ocurrirá si sale cara o cruz? ¿Dejaré de fingir ilusiones? ¿dejaré de emborracharme en casorios? ¿podré decir "esta plata es mía"?

¿Qué puedo ver a través de la puerta, a través de pastilla y media de éxtasis? Que fumo como una chica cuando me observas. No te estoy diciendo que me drogue, pero veo cosas como en un inventario abierto.

Veo al toro saltando al abismo, por ejemplo. Que están matando granjeros en Gaza y desde los sótanos del licor exigen medidas sanitarias al matadero. El ejército de Napoleón, Hitler, que pido un doble atentado con extra de queso. Tal vez esté viendo unas pintas de cerveza, un sms pornográfico, leche derramada... No sé, quizás sea el estirón del gigante o que cuando te tengo fente a mí siempre estoy a una vocal de distancia para equivocarme.

Debo de estar confensando más de lo que debo. He de jugar. Y esperar a que no salga la bola fría del bombo. Y que el flipper no se enoje y acabé en un OK Corral de tiroteos y espumas rabiosas. Veo que puedo atreverme a fracasar. En este punto kilométrico. Lo sé. En este término de pueblo minero donde tus gemidos son una montaña de sonido. Puede que esté perdiendo la razón y la mantequilla se esté derritiendo por el camino.

Contemplo esa posibilidad cuando tengo a mis pies a dos muertos solitarios con el ataúd aún sin matricular. Una vieja y su gato.

Tras aquellas tejas azules, tras aquella casita besuqueando al huracán, tras un aterciopleado puré, veo el cadáver del marinero en el fondo del mar. Veo el chocolate sin cacao, las costas poco recortadas. Veo pequeñas lagartijas conversando con fines turísticos. Veo la chatarra de las sagradas familias y la subida de los infartos en las encuestas.

Ha sobrevenido la primavera y se me han caído las pestañas. Arrincono las cuatro estaciones y me quedas tú. Quedamos tú y yo en un país sin tratado de extradición. Tal vez me he humanizado en hora y pico, o al igual que García Lorca, no sé si sigo vivo o llevo tatuado el SPQR del romanismo más romántico.

Pienso en tí desde el aire, desde lo húmedo, desde lo expansivo. Yo pienso en el aire en sí. Con un empeño dramático en mi teatro de 180 grados. Estás ahí, con tu peluca azabache, tus labios azules y unas anillas de acero en la cintura. Yo me dejo vivir, galopar con un juego de pedales. Mis pensamientos se mueven con impulsos luminosos. Son espermáticos y malditos. Mandaron al águila a romper las telarañas, me dije.

El mostaza eléctrico de tus curvas enjugadas en la luz. Juegas bajo el sol y bajo el águila. Y el sol no se sabe sujetar y cuando se interrumpe el horizonte compruebas los premios menores de la Vida, los cuentos completos juntando cadáveres. La Vida no perdona un sólo recuento. Ni del Viejo ni del Nuevo Mundo. Mis pensamientos juegan a un Kamasutra donde tu cola de sirena comparte la mesita de noche con mis glóbulos rojos. Mis pensamientos viven del manicomio, de mis cromosomas empañados, del espesor constante del purgatorio. No hay días del mes, ni piel de león donde dormitar con Hércules.

Ando a gatas por el cielo mientras tú proyectas la película, cuando los grillos dan sepultura al violín y existen monedas flotando en las montañas, junto a las piedras que la cabra montés nos va regalando. Beso tu boca después de un ingenuo piedra-papel-tijera.

Llega la noche. Hay una estatua, un jarrón. Ritmos negros en mis sábanas. Adulterio en una cueva. Para desenfundar la espada y herir. Y hervir con un segundo blues. El aspecto más sucio del guión convencional me viene a la mente. Hay aullidos en nuestra cama. Un contacto fronterizo. Tú y yo. Mi traje gris carbón caminando por el pasillo.

Parroquias desertadas porque alguien dispara a gol. ¿Seré yo? Y una bofetada. He de ser honesto en los postres, me digo. Tú, entre caobas y flores, tienes un poco de Francia, un poco de esos rostros de actrices. La noche es para el delito. La noche es para que el ahorcado pasee los dedos por las cuerdas. Tus córneas son para las nubes. Mis silencios, para la pulcritud de las sombras. Ladridos demasiado humanos, luces caras pasto de las llamas. Las apago y me sale barato el silencio.

Cuento los siglos por cuartos, por tendones, por onomásticas quirúrgicas. Por tus ausencias. Los cuento a través de las almas en pena, a través de los billetes con numeración correlativa. Las horas, los libros. Los antihistamínicos. Me llevo eso para la cama. Y descubro que tu adiós es un premio menor. Y que sólo puedo escuchar al guerrillero, que sólo y en tirantes, resiste a una compañía de castrados, dispuestos como los huevos en la nevera, con la hombría de un demonio resentido.

Lanza la botella al aire. Escucha. Es una bomba. ¿Es la sonrisa del Jeque Yassim? No. Somos tú y yo, Roma y el mundo. Mi ejército avanza. ¿Me dejarás morderte algún día?

J. DELGADO-CHUMILLA
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