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Radiografía de la vejez

¿Existe en nuestra sociedad una postura de fobia hacia los viejos? Hecha esta pregunta a bocajarro, puede que nos chirríen las meninges hasta el punto de que muchos lectores se rasgarán las vestiduras pensando que la cuestión es un insulto para viejos y familiares. Sin embargo, la realidad nos dice que hay un cierto mosqueo con ellos.



Esta postura de fobia no es de ahora, siempre ha existido, solo que esos viejos y viejas ha habido temporadas que eran más respetados, considerados; eran menos molestia, en definitiva. ¿La presión social obligaba a una actitud más sufrida? En otras palabras, la carga que supone la vejez ha sido más llevadera en unos momentos que en otros. Las razones son muchas y escapan de estas líneas, por lo que dejo la interrogante en el aire.

Con frecuencia, los viejos son relegados a un segundo plano, sobre todo en los últimos tiempos. Hablando en plata, siempre han supuesto un estorbo y el sentir general ha sido desear (en el fuero interno) y esperar que se mueran pronto y de paso heredaremos, si es que tienen algo. Si a eso añadimos que son pillos, gruñones, impertinentes e inoportunos y hasta viejos verdes –la expresión no me la invento–, el asunto chirría. Es posible que esté exagerando pero esa es la impresión que flota en el ambiente.

En líneas muy generales, habría que admitir que la percepción social que se tiene sobre el tema es negativa. El ejemplo puede ser muy ilustrativo. Saludamos a alguien que hace tiempo que no nos vemos. Y ¿este niño? Es mi hijo pequeño. Una preciosidad, decimos halagando el ego materno o paterno. Por cierto ¿cómo están tus padres? ¿Qué quieres que te diga? Cada día peor, son un verdadero incordio, hay días que los estamparía contra la pared. ¿Cuántos años tienen? Demasiados y cada día están más torpes.

Lo normal es sentirse orgullosos del retoño que esperamos tenga larga vida por delante, aunque no sepamos cuánta. El comentario referido hacia esa persona mayor ya no es tan placentero y trasluce en un suspiro la pesada carga que nos ha tocado llevar. Cuando se mueran los recordaremos con nostalgia. En líneas generales, cabría decir que nadie está orgulloso de sus mayores porque, en definitiva, han dejado de ser útiles a las generaciones siguientes.

Llegado un momento, tienen clara sensación de que estorban, por lo que es fácil que se sientan culpables: porque son una carga. Antes, cuando no se podía cuidarlos en las casas, iban al asilo, sobre todo en las familias más pobres. En la “modernez” hemos suavizado la realidad del asilo por el calificativo sutil y biensonante de “residencia”. Está claro que el tema residencia tropieza con el coste, las necesidades familiares y los parcos ingresos. Por supuesto, no debemos olvidar las reticencias de las personas mayores, que no quieren abandonar su ámbito familiar, su casa, donde se sienten cómodos y seguros.

Así han descubierto que la experiencia que supuestamente acumulan ya no interesa. Todo ello refuerza una clara postura fóbica y la idea de que los mayores encajaban mejor en las sociedades tradicionales y no en las actuales. Su experiencia no interesa a un mundo interconectado que cree que tener información significa saber mucho, aunque se carezca de experiencia. Lo cual está muy lejos de ser verdad.

¿Recuerdan las historietas del “abuelo Cebolleta” que nacen en los años cincuenta del pasado siglo, de la mano de Manuel Vázquez y que la expresión la popularizó posteriormente un político al hacer referencia a ellas? La experiencia, conocimientos y sabiduría que pueda tener el viejo no interesa, por lo que terminamos diciendo: "¡No cuentes batallitas, abuelo!".

Demos el salto al tema de los recuerdos relacionados con las batallitas del abuelo, pero que no interesan para nada a nadie. Desdeñar a priori la información que puedan ofrecer los mayores es una soberbia memez por parte de las generaciones más jóvenes. Siempre se ha dicho que la experiencia es un grado, aunque cueste aceptarlo, y de paso perdamos esa información que el viejo posee. Los historiadores que en estos últimos años trabajan con la información oral que ofrecen esos mayores sobre la “guerra incivil” y la posterior dictadura, podrán ratificar este efecto.

La curiosidad me ha llevado a rastrear sobre viejos longevos y famosos por sus obras y la sorpresa es grande porque la característica común a todos ellos estriba en que han estado productivos hasta el último minuto. Ofrezco un breve recuento de tres momentos en el ámbito de nuestra cultura occidental.

En el mundo antiguo era menor la longevidad, pero aun así en la Grecia antigua aparece un buen ramillete de longevos famosos y productivos hasta el final. Solón muere con 80 años, Platón con 82, Gorgias con 107, Pitágoras con 90, Demócrito con 109, Zenón 98 o Diógenes con 90 años.

En el Renacimiento, Miguel Ángel muere con 89, Tiziano con 90, Bernini con 82. Modernamente, el elenco de longevos (octogenarios y nonagenarios y más) es bien significativo. Picasso alcanza los 92, María Zambrano 87, Laín Entralgo y José Luis López Aranguren 90, Azorín 94; José Luis Sampedro y Stéphane Hessel mueren con 97 años, pinchando las conciencias de los más jóvenes. Y para remate, Francisco de Ayala sobrepasa los 100. Todos ellos mueren con las botas puestas, dando el callo.

La mayoría de nosotros entendemos que hay envejecimiento cuando vemos las arrugas que surcan un rostro y lo confirmamos al conocer la edad de la persona. Los entendidos hablan de varios tipos de ancianidad. El desafío está en llegar a viejo, ser de utilidad en la medida de lo posible –si quieren, no ser un trasto inútil– y mantener una vida social y mental lo más saludable posible.

¿Hay alternativas para hacer esta etapa lo menos tediosa posible? Haberlas haylas. Y muchas. Unas dependen directamente de nosotros y otras de la sociedad. La primera premisa es que el sujeto quiera estar activo. La segunda, que se le ayude a estarlo. El horizonte está en luchar por un envejecimiento saludable y eso depende de todos.

El tema está candente y preocupa a buena parte de la sociedad. Prueba de ello son la cantidad de fundaciones y los recursos que están ofreciendo para sugerir salidas dignas. Materiales para trabajar habilidades cognitivas, vías para la mediación familiar y otras muchas… No importa que el cuerpo envejezca si la mente mantiene su lozanía y ello es posible si sabemos cómo conseguirlo. El desafío, insisto, está en regar la mente para que tarde en marchitarse. Queda material en el tintero para otra ocasión.

PEPE CANTILLO
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