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Jesús C. Álvarez | Ponte precio

Seguro que en alguna ocasión os han planteado esas absurdas aunque intrigantes pregunta de: ¿por cuánto dinero te comerías una cucaracha? ¿Y una caca de perro? ¿Por cuánto te meterías en una tinaja llena de arañas? En realidad, pueden llegar a ser tantas las variantes como imaginación escatológica tenga el interlocutor. La cuestión es afrontar un miedo o una repugnancia suprema mediante una hipotética recompensa monetaria.



La mayoría de la gente responde de primeras relativamente tajante: “ni por todo el oro del mundo”, a lo que sigue la réplica habitual. “¿Ni por un millón de euros?”. La cosa cambia. Surgen las dudas. Al fin y al cabo, tan sólo son unos minutos de sufrimiento, un sacrificio que puede cambiar toda una vida.

Este ejemplo, a priori tan ingenuo y propio de personas aburridas un domingo por la tarde, revela en el fondo una realidad subyacente al género humano: que todos tenemos un precio. Más alto, más bajo, la pulsión egoísta prevalece. Y no sólo hablamos de catar un zurullo canino, sino de decisiones que plantean dilemas éticos más profundos.

¿Venderías preferentes a ancianos analfabetos aun sabiendo que pueden perder todos los ahorros de su vida? ¿Saldrías en televisión para contar que te has acostado con otro hombre o mujer aunque sea mentira? ¿Venderías armas a gobiernos o a milicias que asesinan a sus ciudadanos? No, por Dios, claro que no, ni por un vellocino de oro. Sin embargo, la realidad parece indicar lo contrario.

Un ejemplo más prosaico que fue el que me hico reflexionar sobre el asunto: el nuevo anuncio de McDonald’s con la imagen del prestigioso chef Dani García. Probablemente Dani García no haya comido en un restaurante de comida rápida desde que iba con sus amigos adolescentes los viernes por la noche a tirarse las fundas de las pajitas. Probablemente, odie McDonald’s y todo lo que representa. Joder, es un maldito chef.

Pero ahí está, con el insoportable amaneramiento de los cocineros, presentando la puta hamburguesa de toda la vida. ¿Por qué? Porque a Dani García le hicieron la gran pregunta: ¿por cuánto dinero nos prestas tu imagen para representar uno de los más grandes eslabones de una industria alimentaria que mata (o si queremos darle más énfasis, asesina) a cientos de miles de personas en el mundo con productos nocivos para el organismo humano?

No sé, supongo que hablaremos de mucho dinero (o ese espero, porque si no es así, Dani García, además de un vendido, es gilipollas). Lo importante es preguntarse si nosotros no lo haríamos. Nos podemos justificar de mil maneras. Las justificaciones son siempre las que nos libran de la carga de la culpa y de la mala conciencia; que si no lo hago yo, lo hará otro; que si yo sólo soy un simple trabajador, que el daño lo hacen otros; que en realidad lo que hacemos es positivo; que mi familia tiene que comer…

La moral es un invento. O al menos lo es cuando entra en conflicto con las necesidades e instintos del individuo que, al parecer, tan sólo el dinero puede satisfacer, cuando la mente comienza a crear la ilusión de una vida feliz a partir de ese elemento tan denostado y anhelado a la vez. Para comprobarlo, hagamos un experimento introspectivo: piensa en algo que a priori nunca harías, y luego ve proponiendo cifras hasta que des con una lo suficientemente buena para al menos pensártelo. En resumen: ponte precio.

JESÚS C. ÁLVAREZ

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