Recuerdo que era por el año 1964, un día de Navidad, como en los cuentos de película. Era por la tarde y el frío que hacía era bajo cero, de los que rajaban. Con el abrigo y la bufanda se podía soportar un poco. Gabriel caminaba paseo abajo junto a su amigo Manuel.
−¿Dónde vamos esta tarde, Manuel?
−Pues no sé Gabriel, pero atiende. ¿Qué te parece si nos vamos a la sala del Cisne a probar? Allí no piden el DNI.
−Vamos a ver, Manuel, que ya tenemos los dieciocho. No hace mucho, pero ya los tenemos.
−Me han comentado que van unas chavalillas muy apañadas.
−Pues vamos a probarlo, chico.
Llegaron a la puerta de la sala, sacaron las entradas y Gabriel le comentó a su amigo:
−Con estas treinta pesetas me quedo casi sin blanca. Habrá que llorarle a mi madre.
−Pero Gabriel, ¿tú no te quedas con tu sueldo?
−No, yo lo entrego todo en mi casa y mi madre me da 50 pesetas para la semana. Cuando voy un poco fastidiado, me socorre un poco.
Así entraron y comenzaron a observar el panorama. Había ambiente. Alrededor de una mesa vieron sentadas a dos chicas solas. Una iba con un moño muy atractivo; la otra no y era, a simple vista, un poco gruesa.
−¿Qué te parece? ¿Vamos por ellas?
−Pues vamos, Manuel −dijo Gabriel−, con la del moño bailo yo.
−¡Vaya hombre! A mi me vas a dejar la gordita... ¡Tío, las he visto yo!
−Vale, Manuel, vale.
Los dos se acercaron a las chicas y les pidieron bailar, a lo que ellas accedieron. A Gabriel le tocó bailar con la gordita. La verdad, bailaba con ella por no hacerle un feo, ya que era un poco patosa. Al terminar la pieza, ella le propuso acercarse a la otra chica, que era su hermana pequeña, y comenzaron a conversar.
Con la siguiente pieza, la chica del moño invitó a Gabriel a bailar, que aceptó encantado, aunque a su amigo Manuel no le hizo mucha gracia.
−¿Tú cómo te llamas? −le preguntó Gabriel.
−¿Yo? Araceli.
−Eres jovencita.
−Pues sí, me han dejado entrar porque venía con mi hermana. Yo solo tengo 16 años. ¿Y tú cómo te llamas?
−Gabriel. Araceli, chica, estás pero que muy guapa y eres muy, pero que muy simpática −le comentó Gabriel mientras siguieron bailando−. ¿Vas a venir mañana?
−Pues no te lo puedo decir, depende de mi hermana, si quiere ella venir. Ya veremos.
−Bien, yo vendré −le contestó Gabriel− y espero que tú también.
Araceli miró su reloj.
−¡Qué tarde! Nos tenemos que ir.
−¿Me dejas que te acompañe?
−No. Si nos ven…
−¿Qué tiene que ver el hecho de que te vean? −reclamó Gabriel.
−Tú no conoces a mi familia.
−Bien, te acompaño hasta la puerta.
Gabriel y Manuel acompañaron a las chicas hasta la puerta, donde la hermana mayor le insistió a Araceli para marcharse.
−Hasta mañana, que es San Esteban. Te espero, Araceli –se despidió Gabriel.
Cuando las chicas se marcharon, la hermana no tardó en avisar a Araceli que ella no acudiría al día siguiente.
−Si no me haces este favor, cuenta que nunca te ayudaré en nada –respondió Araceli.
−¡Araceli, si eres una cría! Si se entera el padre, ya verás –respondió la hermana.
−Si se entera es porque tú se lo digas, yo pienso venir –recriminó Araceli a su hermana-. Ese chico me gusta, ¿vale? Y como no me acompañes. me las pagarás...
−Mira la mocosa ésta cómo se me pone..
−Bien, tú misma. Si no me acompañas, te acordarás. Tarde o temprano te voy a hacer falta.
−Vale, está bien. Te acompañaré –accedió su hermana.
Al día siguiente, a las seis de la tarde, Gabriel y Manuel estaban en la puerta de la sala El Cisne.
−¿Entramos o no? −le preguntó Manuel.
−Pues claro que entramos.
−¿De dónde has sacado las pelas? Ayer decías que te quedabas sin blanca.
−Pues chico, recurriendo a mi madre –respondió Gabriel. Le he llorado un poco y me ha aflojado otras cincuenta pesetas.
−Yo no entiendo, Gabriel, cómo tienes que entregar el sueldo en casa, chico.
−Mi padre lo quiere así, es lo que hay. Bien, vamos a ver si han venido.
Gabriel dio una ojeada y, en un rincón, vio a las dos chicas.
−¡Vamos, Manuel!
−Qué remedio toca. De hecho, si tengo que seguir con la gordita, no te acompaño más –advirtió Manuel.
Gabriel se acercó primero. Fue en busca de Araceli.
−Buenas tardes, guapetona, ¿bailamos? –le preguntó Gabriel, antes de acercarse al centro de la pista a bailar−. Me gusta que hayas venido.
−Si, he venido, pero casi de pelea con mi hermana. Ella no estaba por la labor de venir, pero estamos bailando, que es lo que cuenta.
Mientras tanto, Manuel se acercó a la hermana de Araceli y le invitó a bailar, aunque ella lo rechazó con la excusa de no tener ganas. Manuel, tras dar media vuelta y alegrarse de la mejor decisión que podía haber tomado la hermana de Araceli, se fue a buscar la vida y, al poco rato, ya bailaba con otra chica más de su agrado.
−¿Sabes que me gustas mucho? –le decía mientras tanto Gabriel a Araceli−. ¿Quieres que te acompañe y te venga algún día por la noche a buscar al trabajo?
-¿No corres mucho Gabriel?
−No corro porque, acuérdate de lo que te digo, tal día como hoy tú vas a ser la madre de mis hijos con el tiempo, y llegaremos los dos a mayores. Y con muchos nietos...
Y así fue. Gabriel y Araceli llegaron a la vejez con muchos nietos después de pasar por todas las trabas que les puso la vida.
−¿Dónde vamos esta tarde, Manuel?
−Pues no sé Gabriel, pero atiende. ¿Qué te parece si nos vamos a la sala del Cisne a probar? Allí no piden el DNI.
−Vamos a ver, Manuel, que ya tenemos los dieciocho. No hace mucho, pero ya los tenemos.
−Me han comentado que van unas chavalillas muy apañadas.
−Pues vamos a probarlo, chico.
Llegaron a la puerta de la sala, sacaron las entradas y Gabriel le comentó a su amigo:
−Con estas treinta pesetas me quedo casi sin blanca. Habrá que llorarle a mi madre.
−Pero Gabriel, ¿tú no te quedas con tu sueldo?
−No, yo lo entrego todo en mi casa y mi madre me da 50 pesetas para la semana. Cuando voy un poco fastidiado, me socorre un poco.
Así entraron y comenzaron a observar el panorama. Había ambiente. Alrededor de una mesa vieron sentadas a dos chicas solas. Una iba con un moño muy atractivo; la otra no y era, a simple vista, un poco gruesa.
−¿Qué te parece? ¿Vamos por ellas?
−Pues vamos, Manuel −dijo Gabriel−, con la del moño bailo yo.
−¡Vaya hombre! A mi me vas a dejar la gordita... ¡Tío, las he visto yo!
−Vale, Manuel, vale.
Los dos se acercaron a las chicas y les pidieron bailar, a lo que ellas accedieron. A Gabriel le tocó bailar con la gordita. La verdad, bailaba con ella por no hacerle un feo, ya que era un poco patosa. Al terminar la pieza, ella le propuso acercarse a la otra chica, que era su hermana pequeña, y comenzaron a conversar.
Con la siguiente pieza, la chica del moño invitó a Gabriel a bailar, que aceptó encantado, aunque a su amigo Manuel no le hizo mucha gracia.
−¿Tú cómo te llamas? −le preguntó Gabriel.
−¿Yo? Araceli.
−Eres jovencita.
−Pues sí, me han dejado entrar porque venía con mi hermana. Yo solo tengo 16 años. ¿Y tú cómo te llamas?
−Gabriel. Araceli, chica, estás pero que muy guapa y eres muy, pero que muy simpática −le comentó Gabriel mientras siguieron bailando−. ¿Vas a venir mañana?
−Pues no te lo puedo decir, depende de mi hermana, si quiere ella venir. Ya veremos.
−Bien, yo vendré −le contestó Gabriel− y espero que tú también.
Araceli miró su reloj.
−¡Qué tarde! Nos tenemos que ir.
−¿Me dejas que te acompañe?
−No. Si nos ven…
−¿Qué tiene que ver el hecho de que te vean? −reclamó Gabriel.
−Tú no conoces a mi familia.
−Bien, te acompaño hasta la puerta.
Gabriel y Manuel acompañaron a las chicas hasta la puerta, donde la hermana mayor le insistió a Araceli para marcharse.
−Hasta mañana, que es San Esteban. Te espero, Araceli –se despidió Gabriel.
Cuando las chicas se marcharon, la hermana no tardó en avisar a Araceli que ella no acudiría al día siguiente.
−Si no me haces este favor, cuenta que nunca te ayudaré en nada –respondió Araceli.
−¡Araceli, si eres una cría! Si se entera el padre, ya verás –respondió la hermana.
−Si se entera es porque tú se lo digas, yo pienso venir –recriminó Araceli a su hermana-. Ese chico me gusta, ¿vale? Y como no me acompañes. me las pagarás...
−Mira la mocosa ésta cómo se me pone..
−Bien, tú misma. Si no me acompañas, te acordarás. Tarde o temprano te voy a hacer falta.
−Vale, está bien. Te acompañaré –accedió su hermana.
Al día siguiente, a las seis de la tarde, Gabriel y Manuel estaban en la puerta de la sala El Cisne.
−¿Entramos o no? −le preguntó Manuel.
−Pues claro que entramos.
−¿De dónde has sacado las pelas? Ayer decías que te quedabas sin blanca.
−Pues chico, recurriendo a mi madre –respondió Gabriel. Le he llorado un poco y me ha aflojado otras cincuenta pesetas.
−Yo no entiendo, Gabriel, cómo tienes que entregar el sueldo en casa, chico.
−Mi padre lo quiere así, es lo que hay. Bien, vamos a ver si han venido.
Gabriel dio una ojeada y, en un rincón, vio a las dos chicas.
−¡Vamos, Manuel!
−Qué remedio toca. De hecho, si tengo que seguir con la gordita, no te acompaño más –advirtió Manuel.
Gabriel se acercó primero. Fue en busca de Araceli.
−Buenas tardes, guapetona, ¿bailamos? –le preguntó Gabriel, antes de acercarse al centro de la pista a bailar−. Me gusta que hayas venido.
−Si, he venido, pero casi de pelea con mi hermana. Ella no estaba por la labor de venir, pero estamos bailando, que es lo que cuenta.
Mientras tanto, Manuel se acercó a la hermana de Araceli y le invitó a bailar, aunque ella lo rechazó con la excusa de no tener ganas. Manuel, tras dar media vuelta y alegrarse de la mejor decisión que podía haber tomado la hermana de Araceli, se fue a buscar la vida y, al poco rato, ya bailaba con otra chica más de su agrado.
−¿Sabes que me gustas mucho? –le decía mientras tanto Gabriel a Araceli−. ¿Quieres que te acompañe y te venga algún día por la noche a buscar al trabajo?
-¿No corres mucho Gabriel?
−No corro porque, acuérdate de lo que te digo, tal día como hoy tú vas a ser la madre de mis hijos con el tiempo, y llegaremos los dos a mayores. Y con muchos nietos...
Y así fue. Gabriel y Araceli llegaron a la vejez con muchos nietos después de pasar por todas las trabas que les puso la vida.
JUAN NAVARRO COMINO