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María Jesús Sánchez | Control

Ha vuelto a aparecer. De nuevo, la rigidez en mi cuello y en mi mandíbula. La adrenalina y el cortisol han sustituido mi sangre y me mantienen despierta, inquieta, irascible. Impotente. Llevaba un tiempo de paz, pero esta mañana, sin preaviso, la señorita del moño retorcido y estirado se ha instalado en mi cabeza exigiendo y soplándome palabras de miedo. Los pequeños brotes primaverales de optimismo han sido pisoteados por el caballo de la ansiedad.



¿Qué va a ser de mí cuando se me acabe la prestación de desempleo? Hoy he sido consciente de que, hasta ahora, mis paseos por el alambre, aunque duros, estaban protegidos por una red que mi padre tejió: mi trabajo en la biblioteca. Lástima que el hilo fuera negro y tan fino, que se rompiera con la facilidad con la que desaparece una pompa de jabón gigante.

El ladrón romántico, el socio de mi padre que ahora comparte su suerte, decidió utilizar un santuario de los libros para blanquear parte del dinero que defraudaban con su juego del Monopoly real. Y yo fui una especie de guardiana de un secreto desconocido.

Siento rabia por haberme dejado llevar por las mentiras de mi padre, por creer que por una vez en mi vida me iba a cuidar, a su manera. Cerdo. Y lo único que ha hecho es utilizarme. ¿Cómo voy a dejarme caer y enamorarme? ¿Cómo voy a poder confiar en alguien, dejar que me quieran, si las personas que deberían haberme querido por obligación natural nunca se han ocupado de mí? Nunca.

Ahora no tengo tiempo para la autocompasión –nunca lo tengo–, no puedo tirarme al suelo y llorar como la niña abandonada y solitaria que siempre he sido. Tengo que asumir mi papel de adulta en paro, con una vida que mantener, la mía, y con seis meses más de ayuda pública.

El camino que se me presenta no es dorado. Ahora mismo lo veo como esas carreteras que han quedado partidas en dos tras el choque brutal de dos placas tectónicas. Desde mi perspectiva no hay continuidad: solo puedo ver el abismo del precipicio separador.

Sé que tengo que dar el salto, dejar este tramo lleno de baches por el que he transitado hasta el día de hoy. ¿Seré capaz de coger impulso, acelerar y saltar sin mirar hacia abajo? El tiempo se agota, los currículum viajan sin respuesta y yo no veo ninguna piedrecita en el camino que me oriente. Lástima que esto no sea un cuento de esos en los que el hada aparece con la respuesta.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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