Baena Digital se hace eco en su Buzón del Lector de un texto remitido por el baenense Antonio Gutiérrez Guijarro sobre el cuestionamiento actual de los valores políticos y democráticos. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico exponiendo su queja, comentario, sugerencia o relato. Si quiere, puede acompañar su mensaje de alguna fotografía.
Corren tiempos difíciles para la sociedad democrática, nadie confía a la política lo que únicamente ésta puede resolver. La percepción social acerca de la política es, cuanto menos, malograda. Política y Democracia se han convertido en dos términos humillados y banalizados hasta la saciedad en un sistema en crisis. Pero, ¿por qué?
Todo empezó en el momento en que, quizá, renunciamos a hacer de los problemas oportunidades de mejorar. Quizá, en el momento en que los políticos hicieron de la política una herramienta privativa y no de progreso. O, quizá, y más concretamente, empezó el día en el que la política dejó de estar al servicio del bienestar y del progreso, de la defensa de las grandes causas.
En tiempos tan necesarios, la política se encuentra tan débil que es incapaz de recuperar el pulso pese a las maniobras de reanimación que se le practican. El leve ritmo cardíaco de la política convive con un sistema democrático cuestionado, poco participativo e incapaz de adaptarse en poco espacio temporal a las demandas ciudadanas. La cohabitación de ambas en un temporal en el que se ven incapaces de avanzar hacia la calma de una convivencia social pacífica y satisfecha no es sino una roca más donde se encuentra encallado el futuro político de nuestro país. Vivimos, como decía Ortega y Gasset hace un siglo, una falta de fe y de esperanzas políticas gravísima.
Desde la crisis económica, a la que ni la política ni el Estado (en su más amplia definición) han sabido dar respuesta y que el ciudadano ha sufrido sus efectos más devastadores y de la que no conoce precedente alguno, hasta la derrota de pilares democráticos como los derechos y libertades públicas o la desvalorización de la Justicia, han desembocado en la crisis política y democrática en la que nos vemos sumidos. Este breve espectro que recoge desde la pérdida de derechos laborales y sociales, el reemplazo de los sindicatos en la lucha social, el declive de la clase media y el crecimiento de la desigualdad, no pueden sino deslegitimar a la política. Una política alejada de su honorable misión, una política polarizada, intransigente e incapaz de configurar un espacio público de calidad donde se discuta y se acuerde una ruta de salida, no puede sino agravar la situación misma.
La democracia moderna depende de la interacción de los grupos de la realidad social, la sociedad civil, la sociedad política y el Estado en las relaciones entre gobernantes y gobernados. Sin embargo, nos encontramos con una sociedad irritada y agitada, desafectada de la política y del asunto público. Un sistema democrático eficiente, abierto y políticamente correcto sería capaz de generar acuerdos y moderar las relaciones de gobernabilidad, la de autoridad de arriba hacia abajo y la de ciudadanía de los gobernados de abajo hacia arriba. Y no me refiero a los grandes acuerdos que la nueva política ruega, sino una acción mucho mayor, una acción de liderazgo político, de conciencia política y de razón democrática capaz de ser inclusiva. Es imperativo buscar respuestas políticas y superar el retórico e indignado clamor que produce la situación actual.
La democracia está insatisfecha, es menos incluyente (por no decir excluyente) y la desconfianza se aprecia claramente. El manejo político de la crisis económica ha maximizado los efectos de la coyuntura y acentúa la escasa valoración de la democracia que, de seguir en esta tendencia podría acabar en una ruptura de los fundamentos del sistema. Encarecidamente nos corresponde evitar que esta democracia sin política y viceversa nos conduzca a una situación de insalubridad democrática, cancerígena, imposible de extirpar.
Es preciso que el término política entierre las connotaciones negativas que revolotean a su alrededor, es preciso que la democracia sea más democrática, es impostergable la desfibrilación política que recupere el latir democrático, de progreso y de excelencia pública.
NOTA: Los comentarios publicados en el Buzón del Lector no representan la opinión de Baena Digital. En ese sentido, este periódico no hace necesariamente suyas las denuncias, quejas o sugerencias recogidas en este espacio y que han sido enviadas por sus lectores.
Corren tiempos difíciles para la sociedad democrática, nadie confía a la política lo que únicamente ésta puede resolver. La percepción social acerca de la política es, cuanto menos, malograda. Política y Democracia se han convertido en dos términos humillados y banalizados hasta la saciedad en un sistema en crisis. Pero, ¿por qué?
Todo empezó en el momento en que, quizá, renunciamos a hacer de los problemas oportunidades de mejorar. Quizá, en el momento en que los políticos hicieron de la política una herramienta privativa y no de progreso. O, quizá, y más concretamente, empezó el día en el que la política dejó de estar al servicio del bienestar y del progreso, de la defensa de las grandes causas.
En tiempos tan necesarios, la política se encuentra tan débil que es incapaz de recuperar el pulso pese a las maniobras de reanimación que se le practican. El leve ritmo cardíaco de la política convive con un sistema democrático cuestionado, poco participativo e incapaz de adaptarse en poco espacio temporal a las demandas ciudadanas. La cohabitación de ambas en un temporal en el que se ven incapaces de avanzar hacia la calma de una convivencia social pacífica y satisfecha no es sino una roca más donde se encuentra encallado el futuro político de nuestro país. Vivimos, como decía Ortega y Gasset hace un siglo, una falta de fe y de esperanzas políticas gravísima.
Desde la crisis económica, a la que ni la política ni el Estado (en su más amplia definición) han sabido dar respuesta y que el ciudadano ha sufrido sus efectos más devastadores y de la que no conoce precedente alguno, hasta la derrota de pilares democráticos como los derechos y libertades públicas o la desvalorización de la Justicia, han desembocado en la crisis política y democrática en la que nos vemos sumidos. Este breve espectro que recoge desde la pérdida de derechos laborales y sociales, el reemplazo de los sindicatos en la lucha social, el declive de la clase media y el crecimiento de la desigualdad, no pueden sino deslegitimar a la política. Una política alejada de su honorable misión, una política polarizada, intransigente e incapaz de configurar un espacio público de calidad donde se discuta y se acuerde una ruta de salida, no puede sino agravar la situación misma.
La democracia moderna depende de la interacción de los grupos de la realidad social, la sociedad civil, la sociedad política y el Estado en las relaciones entre gobernantes y gobernados. Sin embargo, nos encontramos con una sociedad irritada y agitada, desafectada de la política y del asunto público. Un sistema democrático eficiente, abierto y políticamente correcto sería capaz de generar acuerdos y moderar las relaciones de gobernabilidad, la de autoridad de arriba hacia abajo y la de ciudadanía de los gobernados de abajo hacia arriba. Y no me refiero a los grandes acuerdos que la nueva política ruega, sino una acción mucho mayor, una acción de liderazgo político, de conciencia política y de razón democrática capaz de ser inclusiva. Es imperativo buscar respuestas políticas y superar el retórico e indignado clamor que produce la situación actual.
La democracia está insatisfecha, es menos incluyente (por no decir excluyente) y la desconfianza se aprecia claramente. El manejo político de la crisis económica ha maximizado los efectos de la coyuntura y acentúa la escasa valoración de la democracia que, de seguir en esta tendencia podría acabar en una ruptura de los fundamentos del sistema. Encarecidamente nos corresponde evitar que esta democracia sin política y viceversa nos conduzca a una situación de insalubridad democrática, cancerígena, imposible de extirpar.
Es preciso que el término política entierre las connotaciones negativas que revolotean a su alrededor, es preciso que la democracia sea más democrática, es impostergable la desfibrilación política que recupere el latir democrático, de progreso y de excelencia pública.
ANTONIO GUTIÉRREZ GUIJARRO
NOTA: Los comentarios publicados en el Buzón del Lector no representan la opinión de Baena Digital. En ese sentido, este periódico no hace necesariamente suyas las denuncias, quejas o sugerencias recogidas en este espacio y que han sido enviadas por sus lectores.