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María Jesús Sánchez | Dulce-amargo

Me cuesta aceptar la realidad, la maldad, el egoísmo... En definitiva, la falta de humanidad. Me cuesta aceptar mi dolor, el físico y el emocional. Desde pequeña tengo la fantasía de querer estar siempre bien, de tener un equilibrio perpetuo y eso no va así. Antes de irme de París quedé con mi amiga, a la que yo llamo "El Hada Rubia". Yo tenía ganas de ver árboles y verde, de escapar de los coches y de la gente, y quedamos en el bosque de Bolonia.



Ella vino con uno de sus maravillosos colgantes y su sonrisa de "te entiendo". Yo arrastraba los pies y tiraba de un cansancio lleno de prisas y de rabia. La rabia de no aceptar que el mundo no es justo y es como es. Parece que me intuyó. Nos sentamos sobre la hierba, donde la primavera ya se notaba, los árboles volvían a cobrar vida y el aire olía a nuevo.

Me preguntó cómo me encontraba y le dije que tenía una sensación ambivalente. Por un lado, necesitaba volver a España y dedicarme completamente a estudiar para sacar las oposiciones y trabajar en algo que me apasiona;y por otro, iba a echar de menos a mis niños. Porque han sido mis niños, a pesar de que me instinto maternal es casi inexistente, porque he empatizado con ellos y con su sensación de soledad.

Además, sé que desgraciadamente esta no es la película de Scarlett Johansson, La niñera. La madre no va a cambiar ni va a ocuparse más de ellos. No. Habrá metido a otra que la supla como madre y ella cumplirá con darle un beso de buenas noches.

Pero la vida sigue y mi asfixia vital y las ganas de encontrar mi camino me han traído a Madrid.

Vamos a jugar a algo. Cerré los ojos, como me dijo, y me concentré en mi respiración: inspirar y espirar como un latido. De repente, sentí en mi mano algo que ella había dejado. Lo olí, siguiendo sus instrucciones y un olor fuerte invadió mi cuerpo. Sabía lo que era, lo aspiraba y me transportaba por el mundo. Mi boca se llenaba de agua, esperando su sabor.

Abrí los ojos y lo observé: textura lisa, color marrón, primoroso dibujo de algo parecido a una mariposa. Lo partí en cuatro pedazos y con cierta ceremonia dejé que el trozo más pequeño se fuera fundiendo a lo largo de mi lengua.

Lo iba moviendo para paladear el amargor y el dulzor de este manjar de los dioses. Sentí incluso su sal y su metal. Cuando veía que el amargor me superaba, me concentraba en la dulzura. Así fui haciendo con cada trozo hasta que todos desaparecieron, dejándome repleta de sensaciones. El hada me dijo: "el chocolate es como en la vida, está lleno de muchos sabores y experiencias que forman un todo. Deberías saborearla entera".

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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