De modo habitual, cuando se habla de la familia se suele pensar en el grupo básico de la sociedad tomando como referencia un determinado modelo y pensando que dentro de la misma hay un equilibrio entre los propios cónyuges y de estos con los hijos. En cierto modo, se tiene idealizado el concepto de familia, puesto que se piensa en ella sin conflictos ni tensiones y sin tener en cuenta la complejidad de relaciones que se suele dar entre los miembros que la conforman.
Por otro lado, sería más razonable que se hablara en plural, es decir, referirse a las familias, dado que no existe un modelo estático e inmutable al que no le afectaran los cambios sociales que se producen en sociedades tan complejas como las que vivimos en la actualidad.
La realidad social nos dice que las formas familiares se han modificado considerablemente en los últimos tiempos, por lo que conviene, tal como he apuntado, hablar de familias por la diversidad de ellas que actualmente existen. Bien es cierto, que en la lengua se acude a un término genérico (familia) para poder comunicarnos de manera sencilla; pero el genérico no puede ocultar los distintos casos que se dan en el ámbito de la realidad.
Sin embargo, conviene prestar especial atención y profundizar en aquellas relaciones que conducen a formas familiares estables y equilibradas emocionalmente, ya que de lo que, a fin de cuentas, se trata es de que los seres humanos seamos lo más felices posibles, por lo que no conviene olvidar que unos sanos lazos familiares son parte de una buena madurez emocional.
En sentido contrario, una red de relaciones familiares cargadas de tensiones y conflictos son el origen de individuos con grandes desequilibrios internos, puesto que, en caso de darse, inevitablemente incidirán en el desarrollo de los hijos, pues gran parte de sus valores, aprendizajes y modelos a imitar proceden en gran medida de los padres.
Es cierto que el crecimiento de todo ser humano conlleva vivir y enfrentarse a problemas y circunstancias no deseadas; sin embargo, hay situaciones tan duras y difíciles que marcarán la personalidad de quienes se encuentran envueltos en ciertos trances familiares que acaban convirtiéndose en auténticas batallas internas, que se viven sin que los demás las conozcan.
Y es que los problemas son tan diversos que, cuando en las aulas de la Universidad y ante futuros docentes, abordo el desarrollo emocional de los escolares a través del dibujo, la mayor parte de ellos se sorprende de que puedan existir esas situaciones. Mentalmente proyectan sus vivencias familiares, en las que han podido aparecer ciertos problemas, pero no imaginan que haya situaciones tan dolorosas o, en todo caso, imaginan que son hechos aislados y muy alejados de la mayor parte de la población.
Cierto que, como suelo afirmar, la mayoría de los niños y niñas viven dichosos en el seno de sus familias, con sus pequeños problemas que van resolviendo poco a poco. Sin embargo, y tal como les indico a mis alumnos, no podemos olvidar que en medio de ese bienestar emocional que tienen la mayor parte de los escolares, se esconden otros casos que convienen conocer para ser conscientes de que esas situaciones afectan también al desarrollo educativo.
Con la exposición de estas ideas previas, quiero cerrar con esta tercera entrega el breve recorrido que he llevado por algunos de los conflictos emocionales que afectan a de niños y niñas, acercándonos ahora a los cursos superiores de Educación Primaria, es decir, contemplando las edades que van de los 9 a los 12 años.
Selecciono, dentro de la diversidad de casos que tengo estudiados, solo tres dibujos para comentarlos con cierto detenimiento, y explicando los problemas que afectan al autor o autora de los mismos, con la intención de que se comprenda que el dibujo libre de la familia es un medio privilegiado para penetrar en los sentimientos más recónditos de quienes los realizan.
Nos encontramos con el dibujo que realizó una niña de 9 años que se encontraba en cuarto curso de Primaria. La propia autora se encarga de explicar, en el lado derecho de la lámina, la ausencia paterna escribiendo textualmente: “No dibujo a mi padre porque a fallecido. He dibujado a mi abuela porque paso mucho tiempo con ella”.
Tal como expliqué en el artículo que llevaba por título Miedo al futuro, la razón por la que los escolares que dejan en blanco la mitad derecha de la lámina se debe a que han sufrido algún problema que les ha afectado fuertemente, por lo que la inseguridad que sienten lo proyectan hacia el futuro, de modo que lo conciben como una amenaza, como un vacío, pues no tienen los apoyos emocionales con los que poder afrontarlo con cierta confianza.
En este caso, la autora no se dibuja a sí misma, lo que es una clara manifestación de inseguridad y de falta de autoestima, como si sintiera que sobrara del grupo familiar que ha quedado, una vez que su padre ha desaparecido.
Como puede apreciarse, comenzó dibujando a lápiz a su madre; pero pronto la borró, dado que percibió que era una figura muy pequeña. Una vez que se decide hacerla de mayor tamaño, refuerza el contorno. Pasa después a trazar a su abuela materna que se ha trasladado a su casa para acompañarlas. Son las dos únicas figuras en las que la niña encuentra cierto apoyo emocional en medio del dolor y la incomprensión por la injusta pérdida de su padre.
Si la pérdida de un padre o una madre por fallecimiento natural se convierte en un profundo dolor, podemos imaginar el terrible impacto que se produce en aquellos niños o niñas que han sufrido de la pérdida de uno de los progenitores cuando decidió quitarse la vida.
Sobre este drama humano apenas se habla, tendiendo a ocultarse. De este modo se aleja del debate y de la reflexión el suceso que mayor número de muertes por causas no naturales se dan anualmente en España. Los últimos datos oficiales nos dicen que en el año 2014 se quitaron la vida en nuestro país 3.190 personas, siendo 2.938 la cifra que corresponde a hombres y 972 a mujeres.
Dado que han sido muchos los años y los centros en los que he dirigido investigaciones sobre el dibujo de la familia, cuento con un apreciable número de dibujos de escolares que han sufrido el drama de saber que alguien de su familia se ha quitado la vida. Este tema lo he tratado con anterioridad en tres artículos (Niños ante el suicidio, De nuevo el suicidio y Las huellas del suicidio), por lo que quienes deseen profundizar en el mismo pueden acudir a consultarlos.
En esta ocasión, presento un dibujo reciente que pertenece a un chico de 9 años cuyo padre se había quitado la vida. La tensión y el dolor interno los expresa a través de unos trazos curvos, inseguros y fragmentados, recordándonos algunas de las obras de Van Gogh, caso de El cielo estrellado, o la muy conocida de Edvard Munch como es El grito.
El niño presenta a la familia en un paisaje montañoso, con algunas casas carentes de puertas que se asemejan a tiendas de campaña (o quizás, a sepulturas). Él se traza con su hermano, compartiendo un patinete. En el lado derecho, dibuja a su madre y, más alejado, a su padre. Los nombres los ha enlazado con una línea sinuosa e imprecisa.
Todo el dibujo manifiesta inestabilidad, inseguridad, imprecisión, angustia, como si esas fueran las características que configuran la incipiente personalidad del autor del dibujo.
Una tendencia muy habitual en ciertas familias consiste en ocultar a los hijos problemas o cuestiones que ellos desean conocer, por lo que estos se preguntan internamente acerca de lo que de verdad ha acontecido.
A ciertas edades, se puede entender que a niños y niñas pequeños no se les comunique la totalidad del tema y se busquen algunas respuestas tranquilizadoras adecuadas a sus capacidades de comprensión. Sin embargo, ellos crecen y aquellas explicaciones que en algún momento se les dio ya no les sirven, por lo que desean saber verdaderamente qué pasó.
Es lo que le acontece a esta chica de 11 años que se encontraba en sexto de Primaria cuando realizó el dibujo y que no sabe quién fue realmente su padre, por lo que llama papá, escribiéndolo en la lámina, al novio de su madre.
En la escena creada, la autora comienza a dibujarse a ella misma en el lado derecho (ya que es zurda) junto a su hermano menor, con quien establece una relación emocional más clara y sin las dificultades que muestra con su madre y el novio de ella.
Una vez acabado el dibujo de ellos dos, traza una gran mesa, con los platos y cubiertos, como si fuera el momento de prepararse para comer. Sin embargo, esta mesa le sirve simbólicamente de barrera y distanciamiento con respecto a los personajes que trazará en el lado izquierdo.
Después, traza a su madre. Pasa, posteriormente, a realizar una figura masculina al lado de su madre, que se corresponde con el novio de esta última. Finalmente, con un lápiz de grafito negro inicia el dibujo de un personaje masculino, que corresponde a la figura del padre, pero lo borra sin haberlo terminado. La autora se da cuenta que esta figura, correspondiente a su padre que no conoce, generaría interpelaciones incómodas, por lo que opta por poner “papá” al novio de su madre.
Esta incertidumbre le afecta profundamente, y aunque no la quiera exteriorizar y se la guarde para sí, es el origen de la pregunta que le causa tanta angustia y que constantemente se hace: “¿Quién es mi padre?”.
Por otro lado, sería más razonable que se hablara en plural, es decir, referirse a las familias, dado que no existe un modelo estático e inmutable al que no le afectaran los cambios sociales que se producen en sociedades tan complejas como las que vivimos en la actualidad.
La realidad social nos dice que las formas familiares se han modificado considerablemente en los últimos tiempos, por lo que conviene, tal como he apuntado, hablar de familias por la diversidad de ellas que actualmente existen. Bien es cierto, que en la lengua se acude a un término genérico (familia) para poder comunicarnos de manera sencilla; pero el genérico no puede ocultar los distintos casos que se dan en el ámbito de la realidad.
Sin embargo, conviene prestar especial atención y profundizar en aquellas relaciones que conducen a formas familiares estables y equilibradas emocionalmente, ya que de lo que, a fin de cuentas, se trata es de que los seres humanos seamos lo más felices posibles, por lo que no conviene olvidar que unos sanos lazos familiares son parte de una buena madurez emocional.
En sentido contrario, una red de relaciones familiares cargadas de tensiones y conflictos son el origen de individuos con grandes desequilibrios internos, puesto que, en caso de darse, inevitablemente incidirán en el desarrollo de los hijos, pues gran parte de sus valores, aprendizajes y modelos a imitar proceden en gran medida de los padres.
Es cierto que el crecimiento de todo ser humano conlleva vivir y enfrentarse a problemas y circunstancias no deseadas; sin embargo, hay situaciones tan duras y difíciles que marcarán la personalidad de quienes se encuentran envueltos en ciertos trances familiares que acaban convirtiéndose en auténticas batallas internas, que se viven sin que los demás las conozcan.
Y es que los problemas son tan diversos que, cuando en las aulas de la Universidad y ante futuros docentes, abordo el desarrollo emocional de los escolares a través del dibujo, la mayor parte de ellos se sorprende de que puedan existir esas situaciones. Mentalmente proyectan sus vivencias familiares, en las que han podido aparecer ciertos problemas, pero no imaginan que haya situaciones tan dolorosas o, en todo caso, imaginan que son hechos aislados y muy alejados de la mayor parte de la población.
Cierto que, como suelo afirmar, la mayoría de los niños y niñas viven dichosos en el seno de sus familias, con sus pequeños problemas que van resolviendo poco a poco. Sin embargo, y tal como les indico a mis alumnos, no podemos olvidar que en medio de ese bienestar emocional que tienen la mayor parte de los escolares, se esconden otros casos que convienen conocer para ser conscientes de que esas situaciones afectan también al desarrollo educativo.
Con la exposición de estas ideas previas, quiero cerrar con esta tercera entrega el breve recorrido que he llevado por algunos de los conflictos emocionales que afectan a de niños y niñas, acercándonos ahora a los cursos superiores de Educación Primaria, es decir, contemplando las edades que van de los 9 a los 12 años.
Selecciono, dentro de la diversidad de casos que tengo estudiados, solo tres dibujos para comentarlos con cierto detenimiento, y explicando los problemas que afectan al autor o autora de los mismos, con la intención de que se comprenda que el dibujo libre de la familia es un medio privilegiado para penetrar en los sentimientos más recónditos de quienes los realizan.
Nos encontramos con el dibujo que realizó una niña de 9 años que se encontraba en cuarto curso de Primaria. La propia autora se encarga de explicar, en el lado derecho de la lámina, la ausencia paterna escribiendo textualmente: “No dibujo a mi padre porque a fallecido. He dibujado a mi abuela porque paso mucho tiempo con ella”.
Tal como expliqué en el artículo que llevaba por título Miedo al futuro, la razón por la que los escolares que dejan en blanco la mitad derecha de la lámina se debe a que han sufrido algún problema que les ha afectado fuertemente, por lo que la inseguridad que sienten lo proyectan hacia el futuro, de modo que lo conciben como una amenaza, como un vacío, pues no tienen los apoyos emocionales con los que poder afrontarlo con cierta confianza.
En este caso, la autora no se dibuja a sí misma, lo que es una clara manifestación de inseguridad y de falta de autoestima, como si sintiera que sobrara del grupo familiar que ha quedado, una vez que su padre ha desaparecido.
Como puede apreciarse, comenzó dibujando a lápiz a su madre; pero pronto la borró, dado que percibió que era una figura muy pequeña. Una vez que se decide hacerla de mayor tamaño, refuerza el contorno. Pasa después a trazar a su abuela materna que se ha trasladado a su casa para acompañarlas. Son las dos únicas figuras en las que la niña encuentra cierto apoyo emocional en medio del dolor y la incomprensión por la injusta pérdida de su padre.
Si la pérdida de un padre o una madre por fallecimiento natural se convierte en un profundo dolor, podemos imaginar el terrible impacto que se produce en aquellos niños o niñas que han sufrido de la pérdida de uno de los progenitores cuando decidió quitarse la vida.
Sobre este drama humano apenas se habla, tendiendo a ocultarse. De este modo se aleja del debate y de la reflexión el suceso que mayor número de muertes por causas no naturales se dan anualmente en España. Los últimos datos oficiales nos dicen que en el año 2014 se quitaron la vida en nuestro país 3.190 personas, siendo 2.938 la cifra que corresponde a hombres y 972 a mujeres.
Dado que han sido muchos los años y los centros en los que he dirigido investigaciones sobre el dibujo de la familia, cuento con un apreciable número de dibujos de escolares que han sufrido el drama de saber que alguien de su familia se ha quitado la vida. Este tema lo he tratado con anterioridad en tres artículos (Niños ante el suicidio, De nuevo el suicidio y Las huellas del suicidio), por lo que quienes deseen profundizar en el mismo pueden acudir a consultarlos.
En esta ocasión, presento un dibujo reciente que pertenece a un chico de 9 años cuyo padre se había quitado la vida. La tensión y el dolor interno los expresa a través de unos trazos curvos, inseguros y fragmentados, recordándonos algunas de las obras de Van Gogh, caso de El cielo estrellado, o la muy conocida de Edvard Munch como es El grito.
El niño presenta a la familia en un paisaje montañoso, con algunas casas carentes de puertas que se asemejan a tiendas de campaña (o quizás, a sepulturas). Él se traza con su hermano, compartiendo un patinete. En el lado derecho, dibuja a su madre y, más alejado, a su padre. Los nombres los ha enlazado con una línea sinuosa e imprecisa.
Todo el dibujo manifiesta inestabilidad, inseguridad, imprecisión, angustia, como si esas fueran las características que configuran la incipiente personalidad del autor del dibujo.
Una tendencia muy habitual en ciertas familias consiste en ocultar a los hijos problemas o cuestiones que ellos desean conocer, por lo que estos se preguntan internamente acerca de lo que de verdad ha acontecido.
A ciertas edades, se puede entender que a niños y niñas pequeños no se les comunique la totalidad del tema y se busquen algunas respuestas tranquilizadoras adecuadas a sus capacidades de comprensión. Sin embargo, ellos crecen y aquellas explicaciones que en algún momento se les dio ya no les sirven, por lo que desean saber verdaderamente qué pasó.
Es lo que le acontece a esta chica de 11 años que se encontraba en sexto de Primaria cuando realizó el dibujo y que no sabe quién fue realmente su padre, por lo que llama papá, escribiéndolo en la lámina, al novio de su madre.
En la escena creada, la autora comienza a dibujarse a ella misma en el lado derecho (ya que es zurda) junto a su hermano menor, con quien establece una relación emocional más clara y sin las dificultades que muestra con su madre y el novio de ella.
Una vez acabado el dibujo de ellos dos, traza una gran mesa, con los platos y cubiertos, como si fuera el momento de prepararse para comer. Sin embargo, esta mesa le sirve simbólicamente de barrera y distanciamiento con respecto a los personajes que trazará en el lado izquierdo.
Después, traza a su madre. Pasa, posteriormente, a realizar una figura masculina al lado de su madre, que se corresponde con el novio de esta última. Finalmente, con un lápiz de grafito negro inicia el dibujo de un personaje masculino, que corresponde a la figura del padre, pero lo borra sin haberlo terminado. La autora se da cuenta que esta figura, correspondiente a su padre que no conoce, generaría interpelaciones incómodas, por lo que opta por poner “papá” al novio de su madre.
Esta incertidumbre le afecta profundamente, y aunque no la quiera exteriorizar y se la guarde para sí, es el origen de la pregunta que le causa tanta angustia y que constantemente se hace: “¿Quién es mi padre?”.
AURELIANO SÁINZ