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María Jesús Sánchez | Dos

Estirar la mano y ver que no está; levantarse y no oler su café. Besos y abrazos que no llegan; anhelar el aroma de su piel, sus risas, su presencia, su ser... El teléfono te hace llegar una imagen, pero eso no da calor, sensación de seguridad, de protección, de suave cariño. Solo te hace desear atravesar la pantalla, sentarte a su lado y compartir su mantita en el sofá. Dejar que sus brazos te rodeen Y cerrar los ojos para aspirarlo y ser consciente de que es ahí donde quieres estar. Solo te queda sumergirte en la música y esperar a que vuelen los días.



La música me permite mantener esa llamita que da calidez a mis latidos, mi cuerpo se vuelve el cofre en el que atesorar mis sentimientos a la espera de que el dueño de la llave vuelva. Cuando el mundo se convierte un lugar de dos, el uno se siente solo, la cama se expande y se hace enorme. Y el jersey con su olor puede borrar la huella de la necesidad.

Necesidad de tocarlo, de que me rasque con sus dedos, de que me hable con la dulzura de su voz. De que me llame con diminutivos que hacen crecer mi risa de niña. Sentir que no sé si es real o no su existencia. Quizás sea solo un hombre creado por mi imaginación. Solo cuando palpo por la suavidad de su cintura sé que es de verdad. Necesito tocar, como Santo Tomás.

Otro día se escapa rodeado de rosa y naranja. Y yo le pido al reloj que corra, que llegue el día de verlo y que después se pare, que nos regale un tiempo infinito para mirarnos sin palabras.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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