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Pepe Cantillo | Respeto y tolerancia

¿Qué está pasando en nuestra sociedad? El desprecio a los demás está a flor de piel, las ofensas de obra o de palabra abundan por doquier. El otro se ha convertido en un muñeco al que se puede menospreciar como se venga en gana. Crece la xenofobia, el desprecio aumenta un odio aparentemente inocuo pero dañino a más no poder. El tema ya lo he tratado con anterioridad.



Venimos pleiteando contra la violencia del macho hacia la mujer, eso que llamamos "violencia de género", lacra que no se ha eliminado y a saber hasta cuándo la sufriremos. Dicha violencia, tanto física como psíquica, también ha sido tratada con anterioridad en estas páginas. Y clama justicia. Traigo a colación dos casos recientes de malquerencia descarada contra el prójimo. Ambos ejemplos rebosan desprecio, humillación y apestan a odio.

El primero hace referencia a un pleno en el Ayuntamiento de Valdepeñas. La noticia proviene de Antena 3: “el alcalde Jesús Martín arremete contra la edil Cándida Tercero diciéndole "ahora, señora Cándida, diga conmigo: "he aprendido la lección y no tenía ni puta idea de lo que es un contrato público, y por eso meto tanto la pata". A ver cómo le sale”.

El párrafo no tiene desperdicio. La desfachatez y el desprecio a la concejala es de libro. El tema no queda ahí. Parece ser que, en plenos anteriores, dicho sujeto ya dejó claro su sello machista, despreciativo y, cómo no, ofensivo a tope. Y abusando de su autoridad, machacó todo lo que pudo y más.

En otra ocasión soltó la siguiente perla, aludiendo al refrán argentino “la Gata Flora, que cuando se la meten chilla y cuando se la sacan llora”. Parece ser que dicho señor (con perdón por lo de "señor") ha emitido en varios momentos numerosos y polémicos comentarios contra la misma señora. En otra sesión aseguró que salía “veneno” de su boca y que estaba “al borde de su locura”.

Pasemos de referentes políticos, que los hay. Estamos ante comentarios humillantes, despreciativos, vergonzosos e intolerables. La mala educación, la falta de respeto, el descarado desprecio, la humillación más vergonzante zumban en el aire como flechas asesinas.

Desde dicha plataforma es fácil saltar a un soterrado odio, indudablemente no físico (para este individuo sería fatal) pero sí psicológico, que es mucho más maléfico y deja perenne huella en la persona que lo sufre. Solo me cabe terminar con una simple frase: “Alcalde corto, sentencia pronto…”.

El siguiente caso es más reciente y el odio que supura es más asqueroso aunque alguien pudiera pensar que es una chiquillada. Haciendo un juicio de valor por mi parte, no creo que sea la primera vez que dichas interfectas hayan saltado a la pista del desprecio y la humillación.

“Agresión racista de tres chicas adolescentes en el metro de Madrid”. Ese es uno de los titulares que aparece en Youtube. El vídeo supongo que se hizo viral. Lástima, porque, entre otras razones, en este país nuestro no somos tan obtusos ni tan bocazas. No quiero pensar que las chicas estaban en pleno poder de sus cualidades mentales, aunque es lo que aparece en el referido video. Da pena y asco.

Quiero pensar, por la cara que se le ve a una de las personas ofendida, que tampoco ésta había injuriado previamente. El titular es contundente: "¡Panchito de mierda…!, se oye en uno de los vídeos". De los distintos y variados fragmentos que aparecen en la Red, ofrezco el que puede aparecer más aceptable en cuanto a la información. Sin embargo, creo que el vídeo en el que una de las chicas se reafirma en los hechos merece oírse.



El hecho de “estar en tu país” no es óbice para ofender ni despreciar a nadie. El respeto a los demás es un mandamiento civil válido en todo país y lugar. Estar en mi país no me da derecho a ofender. En este caso, tenemos un problema racial. Un racismo que viene de la superioridad del indígena del país frente al inmigrante pobre.

La educación de la ciudadanía no es un problema aislado y solo competencia de grupos selectivos. Educar es una obligación social que se inicia en la familia y debe trascender a la sociedad. ¿Educar en qué y cómo? Amén de culturizar al personal, lo que implica “civilizar, “incluir en una cultura” es educar en valores básicos que consoliden la libertad tanto personal como colectiva, la responsabilidad, la solidaridad, la tolerancia, el respeto y la justicia entre otros muchos valores necesarios para convivir.

Educación no es solo saber leer y sí es saber convivir. Del analfabetismo de anteriores etapas (parte del siglo XX) como mísera lacra para el pueblo, hemos pasado a una libertad que en muchos casos ya degenera en libertinaje grosero y despreciador del vecino. ¿Motivos? Simplemente porque me da la gana, porque soy libre y mi libertad no está limitada por la del otro.

La situación cultural moderna nos ha llevado a enfatizar libertad y derechos individuales pero hemos olvidado la responsabilidad y el más elemental respeto. Tal postura nos ha permitido hacer una mala interpretación del significado y la valoración de la dignidad de la persona y está arrinconando la sensatez personal. Las consecuencias de dicha postura han travestido el significado de la dignidad personal y han desechado la responsabilidad social.

Nuestros parlamentos, llamados “Cámara” o “asamblea legislativa, nacional o regional” se han convertido en un frontón “contra el que se lanza la pelota” de opiniones, desacatos, puñaladas verbales, ofensas veladas y no tan veladas, de unos contra otros. Desde luego el ágora, plaza pública donde los griegos celebraban las asambleas y debatían sobre las decisiones a tomar de cara a la mayoría, está herida de muerte.

Porque de golpe y porrazo hemos asentado las posaderas en el sillón de la intransigencia y desde dicha tribuna estamos asesinando el respeto a los demás, sobre todo si no son de mi cuerda o si son de otro color, o de otro rincón geográfico (ibero, europeo, africano o sudamericano, entre otros muchos). Recordemos que hemos sido emigrantes y hemos sufrido desprecios e improperios.

Por desgracia, parece ser que abundan cada días más los siesos, en este caso siesas, es decir “personas desagradables, antipáticas, desabridas”, que ofenden porque están cargadas de odio hacia los demás. Último botón de muestra que deseo añadir: en las Noticias del pasado lunes, Antena 3 emitía un video denigrante. Una chica pataleaba a otra en plena calle. Nadie las separa pero sí que lo graban para subirlo a la Red. ¡Genial! La humillación, la violencia… convertidas en diversión.

Dice Victoria Camps en el prólogo del ensayo Elogio de la duda: “Vivimos tiempos de extremismos, antagonismos y confrontaciones. A todos los niveles y en todos los ámbitos, pero sobre todo en el político. Una actitud que potencia a su gusto los escenarios mediáticos y que sube de tono gracias a la facilidad con la que las redes sociales brindan la ocasión de apretar el gatillo contra cualquiera cuyo comportamiento o mera presencia incomoda. Cordura, sensatez, moderación, reflexión, son conceptos que se esgrimen de vez en cuando y apelan a una forma de vivir juntos más tranquila que la de estarse peleando por cualquier cosa, pero ser moderado carece de atractivo y no sirve para redactar titulares”. Más claro, agua.

PEPE CANTILLO
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