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Antonio López Hidalgo | 'Dama de Porto Pim', un libro único

Antonio Tabucchi sostiene que, finalizando la Segunda Guerra, una ballena, exhausta o enferma, o exhausta y enferma, embarrancó en una playa de Alemania. Escribe que Alemania también estaba exhausta y enferma. Sus ciudades estaban derruidas y la gente tenía hambre. Los habitantes de esa pequeña ciudad, cuyo nombre no recuerda, se acercaron a la playa a escuchar la respiración del cetáceo.


Varios días después, la ballena no había muerto. Los habitantes de esta ciudad no sabían cómo se mata a un animal que “no es un animal sino un enorme cilindro oscuro y brillante que hasta entonces habían visto tan sólo en las ilustraciones”.

Cuenta el escritor italiano que un buen día alguien cogió un cuchillo de grandes dimensiones, se acercó a la ballena, extrajo un cono de su carne grasienta y se la llevó a casa. A partir de ahí, todos los vecinos, protegidos por la oscuridad de la noche, iban a arrancar pedazos de la ballena, porque todos tenían vergüenza unos de otros, aunque todos sabían qué estaba ocurriendo. Añade Tabucchi: “La ballena siguió viviendo aún durante muchos días, a pesar de mostrar unas llagas horrendas”.

Esta historia está contenida en el título Dama de Porto Pim, libro que he vuelto a releer estos días y que volveré sobre él en el momento menos pensado. Hay libros que son parte ineludible de nuestras vidas por razones que no siempre sabemos descifrar con certeza.

El volumen es un relato imaginario, real y cultural, de un viaje a las islas Azores, donde narra qué será de los últimos balleneros y de las ballenas supervivientes. Enrique Vila-Matas sostiene también que el libro es “una especie de Moby Dick en miniatura”.

Pero tal vez sea mucho más y, sobre todo, un artefacto diferente a cualquier otro y difícil de catalogar. Un libro de frontera, tan dispar como unitario. El volumen contiene relatos breves, fragmentos de historias y de memorias, transcripciones y apéndices, notas personales.

En el texto titulado “Una caza”, Tabucchi embarca en una lancha a motor de diez metros llamada “María Manuela”. Acompaña a una expedición capitaneada por su patrón ballenero. Pese a sus setenta años, es ágil y todavía juvenil. El arponero, por el contrario, es joven, no más de treinta años, de enorme barriga y espesa barba.

El escritor italiano desmenuza los movimientos de los balleneros. Buscan a la ballena de frente “para evitar la cola y porque si se le acercasen por los costados quedarían expuestos a sus ojos”, escribe. El arponero permanece inmóvil en la punta de proa, de pie, con una pierna flexionada hacia delante y empuñando el arpón, “espera con concentración el momento propicio, cuando el barco esté lo bastante cerca para permitirle atacar un punto vital pero lo bastante lejos para no ser acometido por un coletazo del cetáceo herido”.

Después de algunos detalles minuciosos en la caza del hombre contra el cetáceo, Tabucchi narra cómo muere la ballena: “Luego aflora de nuevo la cola, imponente y lastimosa, como una vela negra. Y por último emerge la gran cabeza y ahora oigo el grito de muerte, un lamento agudo como un silbido, estridente, desgarrador, insostenible”.

El patrón del barco pregunta al escritor por qué ha querido participar en esta jornada, y si es por simple curiosidad. Tabucchi titubea en la respuesta. Pero al fin acierta a decirle: “Quizás porque estáis los dos en extinción, le digo finalmente en voz baja, vosotros y las ballenas, creo que por eso”. Piensa que el patrón se ha dormido, porque no replica.

En mitad del Océano Atlántico, a medio camino entre Europa y América, se encuentra el archipiélago de las Azores. Oficialmente es una región dotada de autonomía política y administrativa. Forma parte de la Unión Europea con la clasificación de “región ultraperiférica”.

La capitalidad la comparten tres ciudades: Ponta Delgada, Horta y Angra do Heroísmo. Situado a 1.400 kilómetros al oeste de Lisboa, el archipiélago lo componen nueve islas: Santa María, São Miguel, Terceira, Graciosa, São Jorge, Pico, Faial, Flores y Corvo.

La colonización portuguesa comenzó en 1432 y continuó durante todo el siglo XV, aunque también fue poblada por flamencos. El suelo es de origen volcánico y los acantilados son “a menudo capas de lava durísima, mientras que en las zonas llanas existen extensiones de piedra pómez reducida a polvo”, escribe Tabucchi. Sostiene también que el clima es “benigno, con lluvias abundantes, pero de breve duración y veranos muy cálidos”.

El escritor italiano ha viajado mucho y ha escrito sobre sus viajes. El mapa de sus viajes está también en las lecturas que le conducen a esos mismos viajes. Pero advierte al lector: “Soy un viajero que nunca ha hecho viajes para escribir sobre ellos, algo que siempre me ha parecido una estupidez. Sería como si uno quisiera enamorarse para poder escribir sobre el amor”.

Para escribir este libro único, Tabucchi viajó a las Azores, se embarcó para ver morir a una ballena, visitó el bar donde se sirven los mejores gintónics del mundo, robó su memoria a un antiguo ballenero, convertido en cantante en locales nocturnos, en el relato titulado como el libro. Una historia de amor, traición y violencia bellísimamente bien escrita. Un arte de relatar, como señala Nico Orengo, “entre lo maravilloso y el realismo más minucioso”. Porque, tal vez, como asegura Paolo Mauri, para Tabucchi, “el verdadero viaje es la escritura”.

Antonio Tabucchi abrió, con Dama de Porto Pim, un camino hasta ese momento nada escrutado en la escritura de lo fragmentario. Precisión en el lenguaje, leyenda y realidad, la violencia descrita con la nostalgia de la memoria y con el sorpresivo final impuesto por un ineludible destino al que ningún ser humano podría escapar.

Ese día que Tabucchi quiso ver cómo arponeaban a una ballena, experimentó la sensación de que era observado por ella. Guiado por esa misma sensación escribió el breve relato con el que cierra este libro, titulado “Una ballena ve a los hombres”. Y nos ve siempre muy ajetreados, con largas extremidades, poco redondos, sin la majestuosidad de las formas consumadas.

Se deslizan sobre el mar, piensan las ballenas, pero no nadando, como si fueran pájaros, e “infieren la muerte con fragilidad y grácil ferocidad”. El relato concluye con este hermoso y definitivo párrafo: “En seguida se cansan, y cuando cae la noche se echan sobre las pequeñas islas que les transportan y tal vez duermen o contemplan la luna. Se alejan deslizándose en silencio y es evidente que están tristes”.

Me pregunto desde entonces, cuando cualquier animal me observa sin pretensiones, que todos sucumben con razón al mismo pensamiento: nos ven muy tristes. Igual saben por qué.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
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