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María Jesús Sánchez | Orden

El orden es mi equilibrio y mi esclavitud. Me encanta ver mi casa y mi sitio de trabajo recogidos: me da paz y armonía. Es como si la energía fluyera, como si una luz suave iluminase todo, dando descanso a mi alma. El problema viene cuando mi mente se cortocircuita, cuando el estrés y el cortisol castigan mi cuerpo y no puedo parar.


Entonces me da por ordenar de una manera compulsiva, sin descanso, haciendo que mi malestar se incremente. Elaboro listas eternas que tengo que cumplir, corro de un lado a otro, tirando de una energía que ya no tengo.

Ante la impotencia de parar en seco, sigo con una actividad frenética mientras un ser en mi cabeza grita desde un tren que va a demasiada velocidad, ya que desde la ventana va viendo que el descarrilamiento va a ser inmediato. El porrazo es mayúsculo, dejándome temblando tirada en el suelo y sin saber cómo volver al andén del ahora y preguntándome si tiene sentido vivir así.

Hay noches en que vuelvo a ser una campana que sufre con el latido sordo de mi corazón. Me da miedo solo pensar en ese momento. ¿Esto es la vida? ¿Solo correr y cumplir listas? Quizá sea porque el medio siglo me acecha y la muerte está más cerca.

La existencia terrenal debe ser otra cosa. Al menos, debe haber existencia y no solo celeridad. Mi mente siempre crea tareas nuevas, todas materiales, sin eternidad. ¿Por qué no utilizo el orden para escribir ya ese libro para Alma? ¿Por qué en la lista no está escuchar música con los ojos cerrados o dormitar en la playa?

¿Cómo vaciar la mente de obligaciones vacuas? Ese es el sendero por el que comenzar mi encuentro con mi serenidad. Sigo utilizándote, diario mío, para "deshollinar", como dice Breuer en el interesante libro de Irvin D. Yalom titulado El día que Nietzsche lloró, una lectura obligatoria para aquellos que se buscan.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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