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Rafael Soto | Una reflexión sobre la prensa

La sociedad posmoderna occidental —usamos esta denominación para diferenciarla de la sociedad contemporánea que surgió tras las revoluciones liberales— tiende a observar la realidad desde una postura sincrónica. Dicho de otro modo, se enfoca en comprender la realidad como un todo interconectado en un momento dado, y no en el desarrollo histórico del fenómeno, ni en sus causas ni efectos. Y esta limitación se encuentra muy presente, incluso, en algunos de los más eminentes académicos. En este caso, tratamos de la prensa.


Desconozco cuántas veces al año las facultades de Ciencias de la Información y las organizaciones profesionales se reúnen para lo que, en casos extremos, son auténticas terapias de grupo para analizar las causas apocalípticas de la debilidad de la prensa. Son legítimas y necesarias, pero casi siempre se echa en falta en ellas una perspectiva histórica que relativice los problemas reales de la prensa.

En estas reuniones se detienen en los problemas de los profesionales, en las complicaciones que afronta lo que no dejar de ser un negocio y en las relaciones del cuarto poder con los otros tres en la producción del consenso. Y, sin embargo, la ausencia de una perspectiva histórica impide llegar a unas conclusiones orgánicas.

El actual modelo de prensa en Occidente no está en crisis solo porque la democracia liberal también esté en horas bajas, aunque tenga algo que ver. Es más sencillo: los modelos de prensa son sistemas finitos y tienden a mutar previo debilitamiento extremo.

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Siempre ha habido fake news, posverdad, manipulación de la opinión pública —que, por cierto, ya existía en la Edad Moderna, por mucho que les pese a ciertos investigadores arcaicos— y relaciones promiscuas entre prensa y política, sin necesidad de recurrir a tanta palabreja.

Hacia 1520, ya hubo un llamamiento a la «boz publica» por parte de Fadrique Enríquez de Velasco; en 1535, en una relación de sucesos atribuida al impresor Bartolomé Pérez, este solicita con todo descaro el apoyo a la causa imperial; las noticias falsas con intención de serlo están acreditadas desde el siglo XVI… La única novedad, y relativa, es la poscensura, de la que ya tratamos en otro momento (se puede consultar aquí).

Es una cuestión cíclica. Tras la tormenta, los medios institucionalizados desaparecen o se transforman en algo diferente. Nacen nuevos medios y se consolidan algunos que, en el período anterior, habían permanecido en la clandestinidad o en una posición modesta, pero activa.

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Después, con apoyo político-financiero, el nuevo modelo se estabiliza. Los periodistas mejoran sus condiciones laborales, ciertas empresas informativas alcanzan la hegemonía y se ofrece un buen producto que termina sepultando las empresas que se encuentran en los márgenes.

Una vez llegados a este punto, los negocios no pueden crecer más a costa de la cuota de mercado de sus oponentes caídos, salvo absorbiéndolos, y empiezan a endeudarse. En este contexto, comienzan a depender de los préstamos y, en el caso del siglo XX, de la publicidad institucional. Así, se convierten en prensa oficiosa, cuando no oficial por la vía directa. El partidismo y la manipulación se hacen más patentes y empeoran las condiciones del profesional.

En un momento dado, se apuesta por los expertos para ganar credibilidad y lectores. Pero claro, la academia también tiene sus escuelas y, los académicos, sus intereses personales, por lo que acaban perdiendo su credibilidad también. Es entonces cuando el modelo entra en estado comatoso. Ganan fuerza los pequeños nichos y la prensa alternativa, que se localiza en el ámbito local, en ambientes especializados, en la prensa de clases, etc.

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Al fin, sucede algún hecho capaz de conmover a la población: una guerra, un cambio de régimen, cambios tecnológicos o cualquier otro suceso similar. Es ahí donde mueren o mutan los medios oficiales u oficialistas, y se reinicia el proceso. Una y otra vez.

En la actualidad, el modelo periodístico occidental está en ese estado comatoso. No puede mejorar, solo empeorar. La falta de credibilidad de los principales grupos mediáticos, las malas condiciones laborales de los profesionales —en España, ni siquiera pueden contar con un auténtico colegio profesional que vele por sus intereses y por la profesión en sí— y la obligación de adaptarse a un entorno dinámico y cambiante nos conducen a un cambio inevitable de modelo. Al fin y al cabo, ¿no estamos en crisis como sociedad desde hace más de una década?

Hasta aquí, hemos tratado de ofrecer una descripción de un proceso histórico que se repite de manera más o menos cíclica desde el siglo XV. Es un proceso que debemos de tomar con naturalidad, que no tiene que ser violenta, y cuyos males debemos saber cómo afrontar. Aunque, desde un punto de vista social, la poscensura es el fenómeno más peligroso de todos los que acompañan a este cambio de modelo, puesto que es el que más amenaza la libertad de expresión y parece amenazar con mantenerse en el tiempo.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO

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