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Rafael Soto | Reflexiones sobre la esperanza

Todavía estoy en proceso de digerir el libro El espíritu de la esperanza (2024), novedad editorial del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. A pesar de lo que pueda parecer, no se trata de un libro de autoayuda, sino de un breve tratado —casi opúsculo, como suele ocurrir con este autor— sobre la cuestión de la esperanza aplicada en tres líneas: la acción, el conocimiento y, por decirlo así, su aplicación como forma de vida. Nos vamos a concentrar en la primera de ellas.


Entre mis lecturas de juventud, una que tuvo un especial impacto sobre mi persona fue El mito de Sísifo, de Albert Camus. En ella, el autor franco-argelino bosqueja la filosofía del absurdo, planteando que en toda persona se hallan, al menos, la tendencia a la rebelión, a la libertad y a la pasión.

En cambio, planteaba que la esperanza era una limitación que impedía afrontar el absurdo de nuestra existencia ya que, según el autor, fomentaba nuestra pasividad. Una afirmación que me dejó consternado, puesto que tanto por razones éticas como personales, esta afirmación me pareció una aberración. Tanto es así que alguna vez he dejado por aquí alguna reflexión al respecto. En concreto, escribí en 2020 la columna La humanidad del doctor Rieux, donde señalé:

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Quizá, lo que me es más difícil de aceptar del pensamiento camusiano es la renuncia a la esperanza. A día de hoy, la aceptación sin esperanza me resulta una actitud inhumana, que conduce al nihilismo más pasivo imaginable. La acción, que es elección, solo puede nacer de la esperanza.

Hace poco, cuando supe que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han iba a publicar un libro relacionado con esta cuestión, me sentí obligado a adquirir un ejemplar lo antes posible. Y no me decepcionó: el primer capítulo arranca con la cuestión camusiana:

Sin embargo, lo que dice Camus no es cierto […]. Camus no alcanza a entender la esperanza en toda su amplitud. Le deniega por completo la dimensión de la acción. No se da cuenta de que la esperanza se encierra una dimensión activa, que nos mueve a actuar y nos inspira para lo nuevo. Sin esperanza, es absurdo el intento de “dar forma a los sueños más clarividentes [de la historia]”.

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Tal y como lo veo, aunque pueda parecer una mera sutileza filosófica, la cuestión es si la esperanza facilita la acción o la adormece, en un fomento de la evasión. Porque, eso sí, el individuo que no actúa sobre su entorno y sobre sí mismo no puede realizarse, ni tampoco puede servir a la comunidad.

Como se puede comprobar, esta columna trata de una mera reflexión filosófica de alguien que no es filósofo. En cualquier caso, recomiendo el libro a quien tenga un interés genuino en la materia, y esperamos volver a ello en cuanto asimile más cuestiones que, por fuerza, deberán asentarse en un inevitable y necesario proceso de relectura.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍA: ARCHIVO

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