Hay una intención unánime de aumentar el gasto en Defensa de la Unión Europea (UE) como reacción a la actitud de la Administración Trump de EE UU de dejar de actuar como el “gendarme” defensivo de Occidente. El objetivo de esta intención es el rearme del Viejo Continente de manera que pueda defenderse por sus propios medios ante cualquier agresión militar procedente de fuera de sus fronteras, principalmente de Rusia, sin depender para ello del paraguas defensivo que ofrecía EE UU, a través de la OTAN, desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La intención es, pues, convertir Europa en una potencia militar, capaz de enfrentarse, si llegara el caso, a Rusia, sin ayuda de nadie.
Este nuevo grito que recorre el continente es:” Europa, ¡ar!”, como si Europa no gastara ya en defensa un buen puñado de euros. Según el Consejo Europeo, el gasto total en defensa de los estados miembros alcanzó en 2024 la friolera de 326.000 millones de euros, alrededor del 1,9 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) de la UE. Pero si contamos solo los 23 Estados de la UE que son miembros de la OTAN, el gasto sería del 1,99 por ciento de sus PIB.
Es decir, Europa no ha dejado nunca de invertir en Defensa y Seguridad para afrontar los conflictos y crisis en todo el mundo que afecten a sus intereses, como demuestran las cifras y evidencian sus misiones militares en diversas partes del mundo, como la Operación Atalanta en el Mar Índico, etcétera.
Ahora, además, pretende armarse todavía más, en virtud de lo aprobado el 6 de marzo para desarrollar un programa de rearme sin precedentes, de nada menos que 800.000 millones de euros en cuatro años, “para hacer frente a la amenaza de Rusia”.
España ha respaldado ese programa, comprometiéndose a hacer un esfuerzo por alcanzar el 2 por ciento del PIB en gasto en defensa antes de 2029. Un esfuerzo que, para el Sindicato de Técnicos de Hacienda Geshta, supondría gastar en defensa 95.000 millones de euros en cuatro años. Un compromiso que se añadiría al acordado con la OTAN, por el que nuestro país se comprometió a incrementar también hasta el 2 por ciento su contribución con esa organización militar.
Al parecer, hay que invertir más en Defensa a nivel europeo y nacional. ¿Acaso gastamos poco? Según grupos antimilitaristas y pacifistas, como el Centre Delás y el Colectivo Tortuga, nuestro país ha superado el 2 por ciento de gasto en defensa, si se cuentan las partidas del Presupuesto vinculadas al gasto militar de otros ministerios, ya que el Gobierno solo cuantifica el gasto del Ministerio de Defensa. Es decir, España ya gasta una pasta gansa en Defensa. Pero Europa quiere más.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en un discurso ante el Parlamento Europeo, ha reconocido que su objetivo es alcanzar el 3 por ciento del PIB en gasto militar, permitiendo que los gobiernos se endeuden por encima de lo establecido en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). Dicho pacto fijaba unas normas estrictas en materia de deuda y déficits públicos (del 60 y el 3 por ciento del PIB, respectivamente), cuyo incumplimiento estaba penalizado.
Ahora, no solo no estará penalizado, sino que, incluso, se admite la posibilidad de que la UE asuma préstamos en los mercados privados de capital y que el Banco Europeo de Inversiones ayude a financiar ese enorme gasto militar con parte de sus recursos. Ahora, todo son facilidades para conseguir gastar más en defensa. Es más, hay prisa por armarnos hasta los dientes.
La pregunta que generan estas pretensiones es: ¿Realmente es necesario aumentar sustancialmente las partidas destinada a gasto militar en Europa? Pues depende. Para no depender tanto de EE UU y que Europa aumente su autonomía estratégica, asumiendo su responsabilidad en defensa, habría que definir qué capacidades tiene para disuadir y defenderse frente a Rusia u otros enemigos.
Y la verdad es que Europa carece de capacidad disuasoria efectiva frente a Rusia, ya que los Ejércitos de los Estados miembros arrastran limitaciones importantes en personal y recursos. Y algo más grave: no están totalmente integrados en una fuerza común ni disponen de un mando único. Carencias que suplía estar integrados en la Alianza Atlántica.
Sin embargo, fuera del paraguas de la organización militar, la fragmentación defensiva de Europa, con Ejércitos nacionales, limita considerablemente su capacidad militar para operaciones conjuntas y de forma coordinada. Además, la disparidad y la duplicidad de medios (los ejércitos de los Estados europeos cuentan con doce tipos de carros de combate, catorce aviones de combate diferentes, etcétera) dificultan no solo la operatividad conjunta, sino también la organización de suministros y recursos eficiente. Máxime cuando esas capacidades críticas (municiones, misiles, movilidad militar, defensa aérea) han de asegurarse en cantidad, logística y producción de forma inmediata.
Otro factor a tener en cuenta sería la inversión estratégica a medio plazo en producción industrial militar, tecnológica e innovación y de inteligencia y seguridad que permita disponer de una auténtica capacidad defensiva europea que reemplace la dependencia de EE UU y consolide una ventaja comparativa sobre las capacidades enemigas, en este caso, de Rusia.
Y ello no se consigue si el armamento no es de fabricación europea, así como los medios electrónicos, los misiles, submarinos, aviones, cohetes y hasta los satélites que facilitan las comunicaciones y la vigilancia del territorio. Es inimaginable una Defensa europea sin capacidades militares y estructuras de mando netamente europeos. Y es que tener la intención de convertirse en una potencia militar precisa de autonomía en todos los aspectos involucrados con la defensa.
La pregunta del principio podría responderse reconociendo que los países europeos ya gastan, en su conjunto, una cifra importante en defensa, incluso más que Rusia. Y que el problema radica, por tanto, en gastar mejor de forma coordinada, planificando a nivel continental las inversiones y los proyectos. Y sobre todo, corrigiendo esa falta de mando único de un Ejército común europeo que pudiera efectivamente ejercer capacidad disuasoria frente a sus potenciales enemigos.
De ahí que el mayor problema no sea tanto económico como político. ¿Hay realmente voluntad en Europa de asumir la responsabilidad en defensa de manera autónoma? De la respuesta a esta pregunta depende el gran proyecto político que hace de Europa un espacio democrático de paz y prosperidad que pone nerviosos no solo a Putin, sino también a Trump.
Este nuevo grito que recorre el continente es:” Europa, ¡ar!”, como si Europa no gastara ya en defensa un buen puñado de euros. Según el Consejo Europeo, el gasto total en defensa de los estados miembros alcanzó en 2024 la friolera de 326.000 millones de euros, alrededor del 1,9 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) de la UE. Pero si contamos solo los 23 Estados de la UE que son miembros de la OTAN, el gasto sería del 1,99 por ciento de sus PIB.
Es decir, Europa no ha dejado nunca de invertir en Defensa y Seguridad para afrontar los conflictos y crisis en todo el mundo que afecten a sus intereses, como demuestran las cifras y evidencian sus misiones militares en diversas partes del mundo, como la Operación Atalanta en el Mar Índico, etcétera.
Ahora, además, pretende armarse todavía más, en virtud de lo aprobado el 6 de marzo para desarrollar un programa de rearme sin precedentes, de nada menos que 800.000 millones de euros en cuatro años, “para hacer frente a la amenaza de Rusia”.

España ha respaldado ese programa, comprometiéndose a hacer un esfuerzo por alcanzar el 2 por ciento del PIB en gasto en defensa antes de 2029. Un esfuerzo que, para el Sindicato de Técnicos de Hacienda Geshta, supondría gastar en defensa 95.000 millones de euros en cuatro años. Un compromiso que se añadiría al acordado con la OTAN, por el que nuestro país se comprometió a incrementar también hasta el 2 por ciento su contribución con esa organización militar.
Al parecer, hay que invertir más en Defensa a nivel europeo y nacional. ¿Acaso gastamos poco? Según grupos antimilitaristas y pacifistas, como el Centre Delás y el Colectivo Tortuga, nuestro país ha superado el 2 por ciento de gasto en defensa, si se cuentan las partidas del Presupuesto vinculadas al gasto militar de otros ministerios, ya que el Gobierno solo cuantifica el gasto del Ministerio de Defensa. Es decir, España ya gasta una pasta gansa en Defensa. Pero Europa quiere más.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en un discurso ante el Parlamento Europeo, ha reconocido que su objetivo es alcanzar el 3 por ciento del PIB en gasto militar, permitiendo que los gobiernos se endeuden por encima de lo establecido en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC). Dicho pacto fijaba unas normas estrictas en materia de deuda y déficits públicos (del 60 y el 3 por ciento del PIB, respectivamente), cuyo incumplimiento estaba penalizado.

Ahora, no solo no estará penalizado, sino que, incluso, se admite la posibilidad de que la UE asuma préstamos en los mercados privados de capital y que el Banco Europeo de Inversiones ayude a financiar ese enorme gasto militar con parte de sus recursos. Ahora, todo son facilidades para conseguir gastar más en defensa. Es más, hay prisa por armarnos hasta los dientes.
La pregunta que generan estas pretensiones es: ¿Realmente es necesario aumentar sustancialmente las partidas destinada a gasto militar en Europa? Pues depende. Para no depender tanto de EE UU y que Europa aumente su autonomía estratégica, asumiendo su responsabilidad en defensa, habría que definir qué capacidades tiene para disuadir y defenderse frente a Rusia u otros enemigos.
Y la verdad es que Europa carece de capacidad disuasoria efectiva frente a Rusia, ya que los Ejércitos de los Estados miembros arrastran limitaciones importantes en personal y recursos. Y algo más grave: no están totalmente integrados en una fuerza común ni disponen de un mando único. Carencias que suplía estar integrados en la Alianza Atlántica.

Sin embargo, fuera del paraguas de la organización militar, la fragmentación defensiva de Europa, con Ejércitos nacionales, limita considerablemente su capacidad militar para operaciones conjuntas y de forma coordinada. Además, la disparidad y la duplicidad de medios (los ejércitos de los Estados europeos cuentan con doce tipos de carros de combate, catorce aviones de combate diferentes, etcétera) dificultan no solo la operatividad conjunta, sino también la organización de suministros y recursos eficiente. Máxime cuando esas capacidades críticas (municiones, misiles, movilidad militar, defensa aérea) han de asegurarse en cantidad, logística y producción de forma inmediata.
Otro factor a tener en cuenta sería la inversión estratégica a medio plazo en producción industrial militar, tecnológica e innovación y de inteligencia y seguridad que permita disponer de una auténtica capacidad defensiva europea que reemplace la dependencia de EE UU y consolide una ventaja comparativa sobre las capacidades enemigas, en este caso, de Rusia.
Y ello no se consigue si el armamento no es de fabricación europea, así como los medios electrónicos, los misiles, submarinos, aviones, cohetes y hasta los satélites que facilitan las comunicaciones y la vigilancia del territorio. Es inimaginable una Defensa europea sin capacidades militares y estructuras de mando netamente europeos. Y es que tener la intención de convertirse en una potencia militar precisa de autonomía en todos los aspectos involucrados con la defensa.

La pregunta del principio podría responderse reconociendo que los países europeos ya gastan, en su conjunto, una cifra importante en defensa, incluso más que Rusia. Y que el problema radica, por tanto, en gastar mejor de forma coordinada, planificando a nivel continental las inversiones y los proyectos. Y sobre todo, corrigiendo esa falta de mando único de un Ejército común europeo que pudiera efectivamente ejercer capacidad disuasoria frente a sus potenciales enemigos.
De ahí que el mayor problema no sea tanto económico como político. ¿Hay realmente voluntad en Europa de asumir la responsabilidad en defensa de manera autónoma? De la respuesta a esta pregunta depende el gran proyecto político que hace de Europa un espacio democrático de paz y prosperidad que pone nerviosos no solo a Putin, sino también a Trump.
DANIEL GUERRERO
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR

